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CUERPO, MIEDO Y ESCATOLOGÍA

Literatura

CUERPO, MIEDO Y ESCATOLOGÍA

Por: Antonio Correa Iglesias
Obras: Leomar González González

03:01

minutos

Acceder a la literatura, ya sea como escritor o lector, no siempre es tarea fácil. Miami, la ciudad donde vivo, es una ciudad —como dijera mi amigo, el escritor cubano Manuel Pereira— automovilística y telefónica, donde encontrar novedades editoriales es casi una labor de arqueología y resistencia, muchas veces fatigosa. Buenos Aires, Barcelona o Madrid siempre estarán más ligadas a la literatura y a la escritura pues es lo que en ellas se respira. En una ciudad donde pululan el self publishing como consuelo a la melancolía y a la frustración por no sentirse atendido, las novedades editoriales se disipan ante un conglomerado atónito que devora libros de auto-afirmación y ayuda.

Fue en ese estado febril de búsqueda perpetua —como quien tiene la percepción de la insuficiencia del tiempo— que llegó a mis manos, a través de las manos de Susana y Carlos, mis libreros, la novela Vengo de ese miedo de Miguel Ángel Oeste (TusQuest, 2022).

Cuando uno lee las primeras páginas del libro, uno tiene la percepción de una narración desgarradora, no solo por lo que significa albergar el deseo de privar de la vida a quien te la ha dado, sino también por la agonía existencial que supone este deseo en la conciencia.

«Quiero matar a mi padre […] Quiero matarlo. Siempre lo he querido. Lo repito y no dejo de hacerlo, como si me proporcionase placer, como si en la repetición fuera posible hallar el valor necesario. Paradójicamente me asalta la idea de llamar a mi padre y entrevistarlo para extraer su visión de los hechos con el fin de plasmarla aquí, en este libro. Pero no me atrevo». 

El juego simbólico de estas afirmaciones, anticipa los códigos lingüísticos de un texto que, lejos de aminorar un sentimiento, un deseo, carcome —como una enfermedad terminal— la conciencia de un lector que, de golpe, pone en perspectiva toda su vida pasada y presente, sus relaciones personales, pero, sobre todo, su relación con los padres y los hijos.

Vengo de ese miedo no es solo una novela sobre la violencia, es sobre todo el planteamiento de un conflicto desde lo que he llamado la ontología de la víctima. Para que existan víctimas —como acotara Fernando Aramburu en su novela Patria— tiene que haber victimarios. Sin embargo, concebir ese rol en un sujeto que puede ser llamado padre, descoloca cualquier relación natural o lógica.

Por eso los personajes de la novela de Miguel Ángel Oeste somatizan física y metafísicamente el dolor; y lo hacen porque el dolor esboza los pilares sobre los cuales la arquitectura del miedo levanta un templo donde reinan la culpa, la venganza, pero también la resignación y el desconcierto. El miedo comienza a ser atávico y, lentamente, modela la personalidad de un niño agobiado por las culpas que le ha tocado vivir. No se puede venir sino desde la experiencia del miedo, lo cual hace de este texto un libro siniestro, una pesadilla que logra inocular en el propio lector un sentido de culpa profunda, pero también un ejercicio de reflexión sobre la condición humana.

Miguel Ángel Oeste logra una narración exasperante donde el miedo deja de ser un estado efímero y circunstancial para convertirse en una condición de la existencia, una existencia asociada a lo escatológico. Cada uno de los personajes de la novela hacen del miedo un cuerpo, «un compañero de la familia…» siempre a la expectativa de una vejación sin precedentes.

Vengo de ese miedo es también una novela de estremecimientos, es un potro desbocado, es una catarsis profunda que, tratando de encontrar el sentido de las existencias que narra, termina asentando en la memoria la naturaleza deformada de los sentimientos. Si Miguel Ángel Oeste hace arqueología de la memoria, como lo hace también Luis Landero en El huerto de Emerson; la diferencia radica solo en que los fragmentos de esta antología, articulan la deformación de una memoria que trata de desentrañar las razones del miedo. Un miedo que empequeñece, que condena, que humilla, un miedo que activa la agonía física, un miedo que abre surcos brutales en un cuerpo que sufre cauteloso y en silencio.

«¿Basta el miedo para callar?» , se pregunta Delphine de Vigan en Nada se opone a la noche. «Yo tengo miedo» decía Virgilio Piñera en 1961 con desamparada ingenuidad cuando Fidel Castro imponía con estruendo incluido sobre una de las mesas de la Biblioteca Nacional de Cuba su revólver de calibre 45. No sé si basta el miedo para callar, no sé si reconocer el miedo nos libra de las pesadillas. En todo caso vivir con miedo no significa perder la dignidad por más corrosivo que este sea. Miguel Ángel Oeste y su personaje-narrador lo tienen claro aunque en oportunidades el deseo de la ubicuidad colme sus conciencias, sobre todo cuando «[…] El sueño no llega todavía… cuando no consigo desprenderme de la inseguridad… cuando cada noche el miedo traspasa las puertas».   ■

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