Carlos Manuel García Santiesteban (1966) es un artista que sorprende por su definido camino individual, por lo orgánico y natural de sus creaciones y, sobre todo, por la gracia y precisión con que pone cada mancha, cada elemento de sus muy bien diseñadas obras. Se trata de complejas composiciones elaboradas con elementos simples.
Romper el clásico formato rectangular es un recurso que se utilizó mucho en la década del 80 en Cuba; las obras que Magdalena Campos, Ricardo Rodríguez Brey y otros artistas produjeron en esa década pudieran servir como ejemplo; Arturo Cuenca comenzó a inclinar sus fotografías imprimiéndoles otra dinámica, y hasta el binomio René y Ponjuán abandonó su serie de dibujos en cartulinas montadas en cristal para adentrarse en el mundo de los formatos irregulares.
Casi se volvió una posición conservadora limitarse al rectángulo; los triángulos nos perseguían en cada exposición colectiva y las tachuelas sustituyeron a los marcos en los montajes; no podía ponerse un cristal a un cuadro, aquello era un sacrilegio, una expresión conservadora. Después ese modo de interactuar con el espacio se olvidó un poco, la mayoría de las instalaciones se continuaron desarrollando en espacios tridimensionales y la mayor parte de las obras bidimensionales se produjeron en formatos rectangulares o a través de composiciones menos atrevidas como los trípticos o los dípticos.
Ahora Carlos Manuel es, en su contexto, uno de los –relativamente- pocos artistas que utiliza mucho ese juego con el espacio de una forma muy consciente y personal, utilizando la pared de fondo como parte de la obra; aquello que desde hace muchos años nos sugirió Lucio Fontana dando un tajazo a un lienzo. Porque todo lo que vemos en una obra es parte de ella, sea lo material que le adicionemos o lo que dejamos ausente de materia pero que cae, dentro del diseño, como espacio a tener en cuenta para la conformación integral del objeto artístico.
Cuando utiliza el formato triangular activa la visión, sugiere juegos a la mirada que relacionan los elementos allí enmarcados. Con la base asentada en la línea horizontal, esta figura geométrica contiene mucha verticalidad -por la saeta que forma su punta más elevada-, se trata de una vía para acentuar contenidos espirituales, ya que es la misma forma que tuviera un lado de una pirámide. Cuando utiliza el formato irregular, este le sirve para acentuar el contenido de la obra, para enfatizar la sensación que quiere provocar. La pared de fondo funciona entonces como un elemento de la composición, pero además, al no recortar la obra con una forma definida como el rectángulo, contamina entonces todo su alrededor como parte de la misma. Invade el espacio adyacente y se lo apropia. El formato cuadrado, que también utiliza, suele manifestar una neutralidad aprovechable en muchas de sus ideas.
Carlos no dinamiza el formato con pretensiones de espectáculo, su actitud ante el arte es sencilla, auténtica y sin poses, lo que ocurre es que su obra lo necesita, porque se ha inventado un mundo particular que integra la tridimensionalidad, los relieves y el color, utilizando libremente el espacio. En sus técnicas mixtas sobre madera, en sus ensamblajes, suele atreverse a realizar composiciones arriesgadas. Va componiendo de manera que se pone al límite del desbalance para luego, con un elemento diagonal o redondo -pero exacto en tamaño y color-, arreglar el problema compositivo en el que se había metido. Con la gracia de un malabarista equilibra, sobre una cuerda floja, los elementos con que juega en el espacio.
Líneas fuertes, pintadas o resueltas con cuerdas reales, texturas y planos de color, van provocando al recorrido del ojo del espectador diversas sorpresas en su camino. Los elementos compositivos juegan sugiriéndonos piezas mecánicas (ruedas dentadas, tornillos…). En su magistral cotejo de formas, nos regala una particular fruición estética fresca y despreocupada.
Si Carlos Manuel hubiese estado pintando a finales de los años 50 seguramente hubiese participado en grupos abstraccionistas como Los 10 Pintores Concretos, porque su modo de operar con las formas le acerca a Sandú Darié, a cierta etapa de Loló Soldevilla y a otros integrantes de aquel gran proyecto. Del Arte Universal me hace pensar en Fernand Léger, por la presencia de elementos típicos de la Revolución Industrial y en Paul Klee, por la espontaneidad y musicalidad de sus obras.
Léger nos implicaba con su figuración en aquellas maquinarias típicas del naciente mundo del obrero, hacía una especie de simbiosis entre el mundo de las máquinas y el humano; nuestro artista, al igual que este maestro, pinta formas que sintetizan lo mecánico y lo orgánico, y también suele utilizar colores planos y líneas, o superficies de esbozado volumen. Carlos inserta además objetos reales, establece diferentes niveles de superficie en la pieza, y esto le da una tridimensionalidad bastante atrayente.
El camino andado por Carlos Manuel García Santiesteban no ha sido el de aquellos «artistas» fabricados, tampoco ha sido amparado por poderosos mecenas. Su obra ha madurado a través de la constancia y el esfuerzo propio. Difundirla en nuestras páginas es un honor.
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