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¿Cómo trazar Mi Raya?

¿Cómo trazar Mi Raya?

Durante los meses de febrero y marzo Galería Habana estuvo presentando la muestra Líneas (Dis)continuas. Aunó la poética de autores como Fabelo, Saavedra, Finalé, Segura, entre otros. Artistas poderosamente reconocidos con potencialidades creativas bien marcadas entre sí, pero que han transgredido sus propios límites como creadores para exhibirle al público una manera novedosa de trabajar. A partir de esta salida de su zona de confort, les proponen al espectador que igualmente lo haga, no solo con respecto a su quehacer como autores, sino también sobre otros discursos. Esta vez se cohesionan -a veces de maneras más coherentes que otras- para discurrir sobre la cuestión filosófica del límite desde perspectivas nacionales y universales.

La exposición abarca diversidad de propuestas que van desde lo pictórico hasta el video-arte. Emplea disímiles recursos también, combinando materiales reciclables con soluciones más tradicionales como la pintura y el dibujo. Esto delinea la pluralidad como carácter fundamental del evento, precisamente porque los artistas y las obras se encaminan a la demostración de que el límite no es una verdad absoluta. Se construye en convenciones histórico- culturales y puede variabilizarse -o no- según la naturaleza humana; mostrarlo en su concepción mixta amplía el spectrum receptivo a niveles artísticos y cotidianos.

La muestra está encaminada a presentar al límite en su capacidad para ser modificado o no y desde su naturaleza contradictoria a través de esta dualidad. Pensarlo, primeramente, como una línea continua apela directamente a su carácter inmóvil, a una estructura sociocultural que no ha cambiado. En ese sentido se enmarca la obra Límites de Moisés Finalé, que circunscribe el pasado colonial cubano a la producción y sus protagonistas.

El engranaje que sobresale actúa como índice de una maquinaria en la que se procesaban elementos como el cuero que, si “allá” azotaba esclavos, “aquí” simboliza la historia de esa masa oprimida: cruda, caprichosa e imprecisa. En este sentido, el suplemento verbal de la parte inferior refiere un estado servil, pero desde dos demarcaciones diferentes: las meninas eran auxiliares en la corte española, mientras que los senufos -provenientes de una tribu africana- fueron esclavos maltratados. Es precisamente este elemento lo que habla de la actualidad de la pieza. Más que insistir en los límites circunstanciales a los que estaba sometida la mano de obra, señala cómo estos se vuelven históricos -continuos- cuando gran parte de la sociedad contemporánea sigue considerando al negro inferior al blanco, aunque compartan -o no- el mismo status social.

De forma semejante sucede con obras como El dedo de Adonis Flores y Emigrante #2 de Esterio Segura. Dialogan en un mismo espacio expositivo con la pieza anterior, reflexionando sobre la guerra y la emigración como fenómenos históricos. Mientras que la primera es vista desde la universalidad, donde “apretar el gatillo” se convierte prácticamente en un acto mecánico en el que el dedo y la bala terminan siendo lo mismo; la segunda se enmarca en lo nacional. No solo en los migrantes que aspiran a salir del país, sino también aquellos que viajan a La Habana -muchas veces en taxis- ante la promesa capitalina de un futuro mejor. Lo cierto es que ambas están fuertemente arraigadas en la cultura como métodos para resolver determinadas circunstancias ya sean económicas, políticas o sociales. Son líneas continuas que las multitudes se trazan como metas o como motivos resolutivos.

Ya no cercana a las obras anteriores, pero sí en este sentido inmóvil y nacional, es que se presenta La espera de Humberto Díaz. Comenta sobre la situación del transporte que no muestra signos de transformación favorables, sino que se mantiene en la desproporción de hacer esperar a muchos y a otros no tanto. Esto tiene que ver no solo con la disponibilidad de los autobuses y su eficiencia, sino también con las condiciones de la demora, como la lejanía de las locaciones y la comodidad de las paradas. Estas circunstancias tienden a ponerle un límite bastante pequeño a la paciencia de las personas, cuya insatisfacción las lleva a escoger otras opciones.

Dichas piezas apelan a una cara de la moneda. Pero, ¿qué pasa con la transgresión de los límites? Hacinamiento de Enrique Báster y Desobediencia de Ariamna Contino/Alex Hernández responden a esa pregunta. La concentración de multitudes en mitad de una marcha o la explotación del terreno para la construcción de viviendas -ambas realidades muy cubanas- son respuestas a determinadas limitantes no favorables. No obstante, el gesto corre el peligro de convertirse en una masa amorfa, cuya identidad puede perderse, en este caso, entre el negro y la misma textura.

Ante dicho riesgo a veces resulta más prudente un guiño desobediente al mal funcionamiento de algunos factores, un elemento desfamiliarizador sólido que a nivel de contexto conocido produzca cierta extrañeza. Puede no estar garantizando el éxito en aras del cambio, pero sí que hará un llamado de atención. Ambas obras pueden interpretarse como el principio y el fin de un mismo sentido, lo que se ve poderosamente apoyado por compartir el mismo espacio expositivo. De una depende el completamiento de la otra y viceversa.

Sin embargo, hay otros autores que van más allá y complejizan la recepción. Presentan al límite desde una paradoja condensada a través de elementos que se conservan y de otros que se transforman. Este híbrido cuaja en obras como Interiors de Felipe Dulzaides. Exhibe una visión en picado que encierra al espectador dentro de la botella de cerveza mientras diversas gamas de colores travesean con el cristal. Esto puede estar funcionando como un símbolo de determinadas disposiciones mentales resolutivas que el hombre asume ante situaciones de la vida cotidiana.

Asumir actitudes positivas o negativas está relacionado en el imaginario popular con “ver el vaso medio vacío o medio lleno”; aquí se trata de mostrar la mente a través de una estructura más compleja, pero no cerrada -la botella- y los diversos matices -los colores- que pueden adquirir las ideas. De igual forma sucede con Spectrum: order-disorder de Liset Castillo, que resulta mucho más explícita en este sentido.

La presentación, esta vez sí, de un molde cerrado en perfecto ritmo alude a la razón como método organizativo común. Mientras que la diversidad de propuestas colorísticas no solo crea la diferencia entre unos y otros, sino que muestra que por muy simple que sean los mecanismos, las esencias son poderosamente variables. Ambas obras, aunque no compartan cercanía, plantean el raciocinio como un límite continuo, que se ve modificado en cierta forma por la personalidad y el carácter del sujeto. Emplean de manera semejante el cristal y los colores, lo que favorece la relación simbólica del entendimiento de la vida a través de diferentes tonos y su cristalización a nivel social.

Líneas (Dis)continuas se cuestiona más que “¿cómo trazar mi raya?” y desautomatizar al espectador con respecto al trabajo de Fabelo, de Segura o de Finalé. Reflexiona sobre la naturaleza ambigua del límite. Dicho carácter es aprovechado para convertirlo en un constructo cultural, pero eso no lo legitima como absoluto. La presentación de diversos modos de comprenderlo amplía los horizontes referenciales y crea nuevos, por eso la pluralidad y la sorpresa -desde los artistas hasta los materiales- fue una buena apuesta de esta exposición. Sin embargo, la curaduría no supo aprovechar ambos factores al máximo. Solo parecía apuntar superficialmente a mostrar esa manera otra de producción de los artistas, desperdiciando la potencialidad receptiva de discursos más filosóficos en torno al límite en sí mismo. Intermitentemente lograba poner a dialogar algunas obras en este sentido, pero a otras las dejaba a la deriva.
Aunque este atentado desluzca y dificulte en cierta medida otros significados que vayan más allá de la figura del artista, no puede opacar la conexión de muchas de las piezas. Unas comparten la puesta en superficie de fronteras culturales a las que todos se adaptan, otras apelan a un espíritu más contestatario y algunas tratan de hallar la individualidad dentro de estructuras comunes. Lo cierto es que el verdadero mérito y línea -discontinua o no- compartida por toda la exposición es el juego conceptual con la ambigüedad, la sorpresa y la pluralidad.

Por: Marta María de la Fuente Marín

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