Opinión
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Despertamos de la siesta con el ataque a las más emblemáticas instituciones de Brasilia y con ello, a los tesoros culturales que habitan en ellas. Si duele tanto la destrucción de piezas de arte individuales, es porque siempre significa la destrucción del Arte en mayúsculas y en el caso del ataque a los palacios presidenciales, es un ataque a la democracia, también en mayúsculas. Es fuerte el significado que la aniquilación de un objeto o edificio adquiere en ciertos contextos, nos sentimos amenazados porque son símbolos de la humanidad y de lo poquito que queda de humano en ella y de ello se han escrito ríos de tinta desde que comenzaron los ataques de ecologistas a obras perfectamente protegidas en los museos. Pero la mayor protección de esas obras eran los propios atacantes, cuya intención no era lastimarlas, sino llamar la atención por otros asuntos ajenos, y legítimos. Detalle que no está de más apuntar, ya que alguien con tales recios valores que le hacen luchar por algo tan intangible y noble como salvar la tierra, es definitivamente alguien con una sensibilidad agudizada, incapaz de destruir algo tan solemne como la cultura universal de su preciado planeta y no me ciegan sus buenas intenciones, veo que instrumentalizan el arte y la sacralidad de sus instituciones en beneficio de su causa de manera egoísta, pero no los veo con ninguna intención verdadera de dañarlo, que es lo único que debería de preocuparnos.
No voy a pronunciarme sobre la legitimidad de la protesta de estos bolsonaristas invadiendo los trazos de Niemeyer como no lo haría con la de los islamistas radicales eliminando Palmira o talibanes explosionando budas, porque creo que en estos casos está de más constatar la evidencia, en cambio, esos rebeldes verdes después de ser vilipendiados y odiados hasta la saciedad, ahora con perspectiva y comparados con otros vándalos más zafios, empiezo a mirarlos con más cariño porque creo que, como es habitual, la vida con su carácter brusco e irónico, nos ha puesto un ejemplo de lo que sí que es cargarse una obra de arte.
Distinguí en las furtivas imágenes a As mulatas de Emiliano Di Cavalcanti, agujereadas, un cuadro al que le tengo especial aprecio desde que estudio la pobre y parcial representación de la mujer afrodescendiente en el arte. Apuñalarla, descuartizarla, pisarla y mearse en ella, a eso le llamo yo una reivindicación, es cosa mía, ¿o empiezan a caernos bien esos chiquillos peli teñidos con pegamento en las manos? •
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