cabecera 2023 logo
Niño de papi
Niño de papi / Acrílico sobre lienzo / 35,56 x 27,94 / 1986

Bellas Artes

ANDRÉS VALERIO

CONSAGRADO AL OFICIO DE PINTAR

Ángel Alonso

«— ¿Qué música es esa?

Y él le respondió:

—Cuando no sabes lo que es…

¡Es jazz1!».

02:43

minutos:segundos

Cuando un artista de la magnitud de Andrés Valerio (La Habana, Cuba, 1934 – Miami, Florida, 2021) aporta una obra tan grande como la que nos ha dejado, no bastan las muestras de respeto y las alabanzas; se hace necesario un estudio profundo de su propuesta artística, un análisis agudo y realista que ponga en evidencia la grandeza de su trabajo. Solo así se hará un verdadero reconocimiento a su obra. No bastan los elogios, los homenajes ni las valoraciones que puedan alcanzar sus cuadros. Estamos ante la obra de un creador cuya importancia va más allá de sus cualidades técnicas o su ferviente imaginación. 

El primer aspecto que salta a la vista es lo inclusiva y desprejuiciada que es su obra. A menudo los artistas, por miedo a dejar de marcar su personalidad, se ponen límites y cortan sus alas. Esto sucede sobre todo cuando se vuelven esclavos del mercado. Así, cada figura  de Botero se repite —exactamente con las mismas características— infinitamente, del mismo modo que cada rostro de Cuevas conserva la misma nariz heredada de los griegos (y de alguna etapa de Picasso, ese sí prolífico y siempre alejado  de todo estancamiento). 

Muchos otros grandes artistas también conservan su propia fórmula sin correr el riesgo de salirse de ella. Valerio, por el contrario, se mantenía en constante búsqueda y no repetía excesivamente los mecanismos pictóricos que iba descubriendo. Los explotaba, sí, les sacaba partido en un número finito de cuadros y luego continuaba experimentando. Esto provocaba una apertura de códigos poco frecuente, porque al cambiar de posición una figura, al contextualizarla con otros nuevos personajes, ya esta implicaba otras interpretaciones y adquiría otros significados.

A veces en un mismo cuadro fusionaba las herencias de varios movimientos artísticos. Algo de la nueva figuración se mezclaba con elementos del surrealismo, también hacía coexistir una figura expresionista con otra de carácter más realista y al mismo tiempo con elementos abstractos. Esto, lejos de verse contradictorio armonizaba, sabía el artista como dar coherencia a lo aparentemente incoherente.

En una obra como El Cristo, se pueden apreciar elementos del expresionismo, un rostro casi académico, un ambiente surrealista y a la vez la sólida estructura de un cuadro abstracto bien logrado —si ponemos la imagen de cabeza y nos olvidamos de lo figurativo corroboraremos esta afirmación—. Es esta integración de lenguajes disímiles una de las características que más nos seducen en la vasta producción del maestro.

Quizás por eso el curador Jesús Rosado argumenta: «Fusionó en su paleta e imaginación el legado de las escuelas, tendencias y géneros de disímiles  territorios y épocas. Su trayectoria incorporó todo, desde el clásico al expresionismo, barroquismo, visión alternativa y originalidad».

Para entender una obra plástica a menudo resulta útil establecer un paralelo con otras manifestaciones del arte. Si miramos su pintura como música esta sería la de un jazz fusión. Sí, un jazz latino, con la fuerza de Jerry Gonzáles, o con el colorido de la orquesta de Pete Escovedo. Hay mucha música en la obra de Valerio, en sus cuadros sus personajes se relacionan como virtuosos instrumentistas cuando improvisan en un animado festival de jazz.

Porque son cuadros de una armonía atrevida. Estamos ante un pintor al que nunca le gustaron los caminos fáciles; cuando pintaba le gustaba —para decirlo en buen cubano—«meterse en candela». Se enfrentaba a los problemas de la improvisación sobre el lienzo y salía airoso del embrollo que significa lanzarse a esa «nada» —ese vacío intimidante— que es el cuadro en blanco. 

La energía que emana de sus pinturas trasmite esa lucha cuerpo a cuerpo con el lienzo por dominar los accidentes que surgen en la improvisación. Y no es que se lanzara al vacío sin un plan, por supuesto que había una idea, solo que el plan era flexible y si en el camino encontraba una mejor solución no reparaba en transformar su imagen planeada o sustituirla por otra más interesante. Era un pintor inquieto, desprejuiciado y entregado al oficio de pintar con el inmenso disfrute que esto implica cuando se hace —en primer lugar— para sí mismo.

Los numerosos premios que obtuvo por su labor (entre ellos la añorada beca CINTAS de Dibujo y Pintura en 1982) demuestran que era un artista capaz de convencer, con su talento, a los más exigentes jurados. Y sus cuadros son tan deseados que su obra forma parte de numerosas colecciones privadas e institucionales en Estados Unidos, España, Japón, México, Alemania, Panamá, República Dominicana, Francia y Cuba. ■

.1._ En La leyenda del pianista en el océano, película de Giuseppe Tornatore

COMPARTE, DALE ME GUSTA, REPITE

¡Nos gustaría saber tu opinión!

Comenta el artículo. Gracias