Amour divagante
Por: María José Cortés Robles
DIRECCIÓN: SARA NÚÑEZ DE ARENAS
El narrador no siempre trae noticia de la lejanía. A veces narra una experiencia excepcional que sucede en su entorno. Sería mejor en este caso transmitir de boca en boca, que acabar registrándolo por escrito. Pero necesito cristalizar mis impresiones, dejar constancia. Tendré que mantener la distancia correcta y situarme en un ángulo adecuado. Complicado ejercicio.
Hay personas que generan, que son motores, que alimentan, que sostienen. Tengo un claro ejemplo: Sara Núñez de Arenas. En el ámbito artístico, en determinadas disciplinas como el teatro, personas como ella pronto son núcleos de movimientos culturales que acaban proyectándose en el futuro de generaciones enteras. Sara no lo sabe, porque es humilde y trabajadora, y está inmersa en su tarea, ocupada en su arte y en la plenitud de su vida. Solo la grandeza es pudorosa y lúcida. La fortaleza de Sara se ha gestado a base de talento, fe, esfuerzo e inteligencia emocional. Vislumbrar y valorar el talento ajeno, saber gestionarlo, dejarlo fluir con la alegría de una niña que chapotea en un río, es sin duda un don poco común. Pero también lo es renunciar al halago y apostar por la exigencia. Alrededor de este ser de luz está creciendo una “rara avis”.
En la madrileña Calle de La Cabeza, las instalaciones de “Nuevo Teatro Fronterizo” acogen cada domingo “ESDR”, un taller de investigación teatral que lidera Sara con el beneplácito de Sanchis Sinistierra, su maestro. Primero se probó en otro espacio, la desaparecida “Casa del Príncipe”, que resultó insuficiente dadas sus escasas dimensiones y teniendo en cuenta el número de actores que acabó participando. No le ha sido fácil avanzar hasta esta orilla, Sara ha tenido que lidiar con inesperadas tempestades. Pero se mantiene al timón, firme como una roca anclada en un fondo.
De ese libre compromiso de reuniones semanales, han surgido a su vez varios proyectos concretos que exponer al público. “Amour Divagante” es uno de ellos. Este espectáculo tan innovador como artesano, nada pretencioso, conquistó el corazón de los asistentes a su estreno en la sede de la “Fundación 26 de Diciembre”, muy cercana a “La Corsetería”. Se trataba de inaugurar ese espacio a través de la presentación de un libro editado por “Ediciones Entricícloopes”, recopilatorio de poemas de amor inspirados en películas. Los autores de los versos que allí se desgranaron conforman el grupo literario “Divagantes” de la “Fundación José Hierro” de Getafe.
Lo que tuvo lugar en esa ocasión no fue un recital al uso, como cabría esperar. Mi perspectiva está viciada en este caso, pues formé parte del elenco de actores. No obstante, puedo hablaros de las reacciones del público, de su silencio emocionado y de sus aplausos, de sus conversaciones posteriores, de su satisfacción y su asombro. Y es que es muy difícil mantener la atención del público con textos como estos, llegar a interesarles y a emocionarles, a no ser que estén iniciados de algún modo en la poesía.
La segunda vez que la dramatización de “Amour Divagante” se compartió con público fue en la sala “OFF de La Latina”, como parte de un ciclo que promueve la sala y que da cabida a diversas manifestaciones culturales fronterizas. Asistí a la función y pude disfrutarla entre los espectadores, dada mi imposibilidad de vincularme en esa ocasión como actriz. Entonces sí logré tener una vista panorámica y percatarme de lo añadido, de lo conservado, de lo desarrollado, de lo alcanzado. Intentaré plasmarlo ahora.
Hay que recordar al lector, que la sala de Off de La Latina tiene como peculiaridad sus escaleras descendentes y sus bóvedas de ladrillo visto. Entrábamos los espectadores en una cueva, nos internábamos, por lo tanto, ahondábamos en algo solo por el hecho de estar allí. Ya acomodados en los bancos corridos, había inquietud y alegría previa. Entre los espectadores se diseminaban los autores de los textos, orgullosos y temerosos a un tiempo por ver liberarse y crecer a sus criaturas, sus poemas. El público es un ente vivo que influye, y mucho, en los espectáculos. Todo se contagia en un arte comunicativo como es el teatro, con raíces de ritual sagrado.
Y comenzó el rito. Y la música exhaló su primer suspiro: “Casablanca”. Se oyó como un crepitar de corazones relajándose junto a un foco de luz. Y todo comenzó a fluir con armonía. El engranaje de la puesta en escena no podía ser más que este: introducciones de bandas sonoras y otras músicas reconocibles que aportaban la atmósfera mágica necesaria para lo que iba sucediendo en escena. ¿Qué es la poesía sino palabras haciendo equilibrios y girando sobre su propio eje como planetas musicales, sostenidas por melodías internas y externas? ¿Qué es el verso sino una danza extrema del lenguaje? Aunque también está la fuente, el pensamiento del que brota el canto. Y es en este punto en donde lo genial se abría paso a través del bien hacer de los actores y de las brillantes directrices que gestaron el espectáculo, las de Sara Núñez de Arenas.
Lo que se pretendía no era restringirse al texto, desentrañarle, encarnarle tan solo. Sara apostó por el vuelo. En eso estriba el hallazgo inmenso, porque lo poético es libre albedrío por la selva de las palabras, remueve lo más excelso del espíritu humano. Y, ¿cómo traducir eso en acción sobre las tablas? ¿Cómo acercar a todo tipo de público lo poético? Intentaré explicarlo, aunque el arte es inexplicable, tiene mucho de misterio. Se partía de una esencia en cada texto, no tanto de sentidos estrictos, sino de lo que se elegía transmitir entre todo lo que cada texto podría evocar. Fuera en ocasiones de toda lógica, cabía en esta propuesta desde la sensibilidad más extrema hasta el humor más descarnado, desde lo sentimental hasta lo erótico, desde lo individual e íntimo hasta la crítica social. Pero no se crea que la poesía así sacrificada era desvirtuada en absoluto. Como en las ceremonias más sagradas, lo que se ofreció allí para ser consumido resultó un manjar afrodisiaco para los sentidos todos, una planta maestra que ingerida eleva el espíritu. Los espectadores volvían del viaje, alegres y reconfortados. Aliviados, no sabían de qué, quizá de la pura carga cotidiana de los días. Se produjo la catarsis… y solo era un juego.
Se rescataron personajes de películas. Se imaginaron escenas. Se trajeron de la memoria retazos de programas infantiles para indagar sin miedo en la inocencia. Se conversó con las máquinas. Se diseccionó científicamente una cita amorosa. Se danzaron distintas músicas, orientales y occidentales. Hubo jinetes y amazonas a lomos de jacas escoba. Estuvimos en Bagdad. Gritamos “Towanda”. Una mujer arrodillada desnudó su alma frente a un hombre arrodillado con kimono. Brilló como un relámpago el cuchillo que pudo matar a Drácula. Se conversó con la pasión junto a su tumba invisible. Lolita se comió una piruleta bajo la atenta mirada del morbo. Rajoy disertó sobre los refugiados. Comprobamos una vez más el coraje de Escarlata O’Hara y la fortaleza protectora de Mami. Una dama con antifaz avanzó con soltura hasta el precipicio, hipnotizada por el aullido de un lobo. Un ciego boxeó contra la oscuridad y se asombró del anidar entre nosotros de las golondrinas. La enfermedad y su cura deambularon hasta encontrarse y fundirse en un abrazo… Algo se me olvidará seguro… Pero esto y lo que olvido tuvo lugar sobre las tablas en el transcurrir de una hora.
No puedo mencionar a los actores más destacados, porque sería mencionarlos a todos. Entre el elenco variopinto de “Amour Divagante” se encontraba desde un niño-poeta a un poeta ciego, actores que se ganan la vida con otros trabajos o que aún estudian una carrera, artistas de escuelas y formaciones distintas, pero coincidiendo ahora con su participación en este taller de investigación de los domingos por la tarde, dirigido por Sara Núñez de Arenas. Actores de una frescura y una verdad que hicieron las delicias de los que contemplábamos la función.
Esta nueva corriente de dramaturgia actoral basada en el puro juego, está favoreciendo el buen hacer de una generación de actores fuertes, valientes, osados, potentes, dignos hijos de Dionisos. También a los directores que se empeñan en seguirla. Gracias. No perdamos las estelas de luz que nos guían.
Por: María José Cortés Robles