LA REINA DE MONTPARANASSE
MARVILLA
En este siglo XXI vertiginoso de la comunicación por excelencia en el que nos llega todo tipo de información constantemente y donde los personajes o productos culturales son mediáticos y tienen una repercusión global tremenda, pero se olvidan a la misma pasmosa velocidad, seguro que este símbolo del arte y la modernidad, encumbrada como la reina de Montparnasse, no hubiera devenido el ícono que llegó a ser allá por los comienzos del siglo XX en aquel loco París bohemio y sorprendente. La estela de esta sorprendente mujer tan vanguardista, que hizo de la libertad su bandera, se prolongó hasta que su voz se apagó en el distrito VII de París, en la rue Brea, un día de primavera de 1953, sola y triste junto a las pocas monedas que dejó su última actuación; se desplomó. Así acabó el reinado de la musa por excelencia de la ciudad luz, a la que todos conocieron como Kiki de Montparnasse.
Alice Ernestine Prin, que era su nombre real, nació en el pueblo de la Borgoña Châtilion-sur-Seine un día de principios de octubre de 1901. Hija natural de una linotipista que la deja al cuidado de la abuela hasta los trece años, en que Alice se escapa del agobiante mundo rural para marchar a París. Allí encontró su destino y su historia; este carácter libre que marcara su vida.
Nunca vendió su cuerpo, pero tuvo infinidad de amantes. Fue así como descubrió su oficio de modelo posando a los 17 años para un amante que conoció mientras cantaba en las tabernas pintorescas y bohemias que frecuentaban los jóvenes y paupérrimos artistas que atraía París como luciérnagas a la luz. Su conducta poco juiciosa provocaba rechazo y atraía a partes iguales, ya había empezado la andadura de la polémica figura que con el tiempo se conocería como Kiki la reina de Montparnasse, entre humos de cigarrillos y vapores de verde absenta. Sería la reina del París bohemio y efervescente que latía en la frontera de los locos años veinte. Su boca sensual, su cuerpo de curvas rotundas, su desparpajo y sobre todo un espíritu libre como el viento sedujo a los rebeldes artistas que caían embrujados por su carisma y desvergüenza. Pintores, la coronaron reina de sus lienzos y carboncillos; acariciaron sus curvas por las noches otros tantos escultores, para alumbrarla en barro por las mañanas; o la redescubren impúdica e icónica, los objetivos de los emergentes creadores fotógrafos, en voluptuoso blanco y negro. Tantos empiezan a reinventar el mundo a través de ella, que generosa devendría talismán de estos locos a los que su inconfundible imagen acompañará a la gloria. Y fue su reino Montparnasse, reino de huertos y de graneros, y el hogar de sus fieles vasallos los artistas. Se oía su voz cantando atrevidas canciones y resonaban las risas, con sus comentarios mordaces, entre las paredes o contra las tablas de los emergentes cafés, bistrots y night-clubs que se desperdigaban por el distrito más original del París de entreguerras. Cantando y posando con majestad calentó sus entrañas; amando calentó muchas soledades y muchas camas. Fue la musa del Modigliani bello y huraño, de Calder, Fujita, Cocteau, Pascin, Kisling, Van Dongen, Soutine, Eisenstein, Gargallo, Chagall, entre otros, y especialmente del que fuera su amante durante varios años, su amado y lacónico Man Ray, que la convirtió en un instrumento que interpretaba el erotismo: “el violín de Ingres”.
Llegó a estos artistas con sus manos vacías y creyó en las locuras de estos visionarios, también tan pobres como ella, que creaban un nuevo arte. Las manos de muchos de ellos, con los años, ayudarían a llenar de monedas. Las de ella no se llenaron, poco le pedía a la vida, pan, una cebolla, una botella de vino y una caliente cama ancha, y seguir bebiendo la vida a tragos. Y, sin notarlo siquiera, se convirtió en imagen de varios de los movimientos de vanguardia más importantes de aquella época.
Asentó su trono en La Coupole donde tendría lugar el banquete de su magna coronación, pero repartiría su arte y sus gracias por La Closerie des Lilas, Le Dôme, Le Boeuf sur le Toit, La Rotonde, entre otros, bebiendo y riendo para su público de artistas, que hablaban de teorías de las artes, que oía interesada sin entender; de refugiados políticos y sus discursos de revolución que oiría, quizá también interesada y sin comprender; y de modelos con sus confidencias de amor, al fin la familia que la acogió y abrigó.
Man Ray, el hombre que comprendió tanto su belleza exterior, fue el que menos supo valorar su ser interior. Un día rota y ya sintiendo la pegajosa sombra de la depresión le escribiría: ‘’Siento un dolor en el corazón al pensar que esta noche estarás solo en tu cama, te quiero demasiado, sería bueno que te amara menos porque no estás hecho para ser amado, eres demasiado tranquilo. A veces tengo que suplicarte por una caricia, por un poquito de amor… Pero tengo que aceptarte como eres, después de todo eres mi amante y te adoro; vas a hacerme morir de placer, de amor y de pena. Te muerdo la boca hasta que sangra y me emborracho de tu mirada indiferente y a veces mezquina’’. Finalmente no aguantó su frialdad de escalpelo y lo abandonaría con el corazón en pedazos.
Al posar y al cantar siguieron las ansias de pintar, impelida por el contacto con tanto apasionado artista. Además participaría en 8 películas. Y en 1927 se haría una exposición con sus obras, en la que la acompañó el todo Montparnasse. Dolía aún la ruptura del amor y decide acompañar a un amigo periodista a Nueva York para realizar una prueba para la Paramount. Pero allí no estaba ni su reino, ni su perdido amor y pronto decidiría regresar a Francia.
El mundo empezaba a convulsionarse al entrar en los años treinta y llegaba la crisis económica. Y a su vida, la muerte de su madre y la caída en las drogas. Montparnasse lucía menos esplendoroso que la década anterior. Kiki se hundía más y más en una espiral que la llevaría a ingresar en hospitales psiquiátricos. La debacle parecía no tener fin.
Su final fue digno del mejor melodrama de Hollywood. Con la imparable decadencia de su querido Montparnasse, aquel reino efervescente languidecía por la crisis y se agravaría todo finalmente con el estallido de la guerra del 39 que provoca la muerte de muchos artistas o la partida hacia el extranjero de otros.
Cuando acaba la contienda una sobreviviente Kiki de ojos sombreados, de aguardentosa voz, arrastraba su libertad, cantando sus viejas canciones. Nadie las quería oír. Su tiempo había pasado. Con su belleza lánguida y a punto de escapar solo le quedaba pasar el plato por unas monedas,… había vuelto al punto de partida. En aquella última primavera del año 53, hizo mutis en una calle de su ajado Montparnasse. Ese día se dictó sentencia para la bohemia del barrio más famoso del mundo. Montparnasse agonizaba. Su reina y aquel revulsivo reino ya no eran de este mundo. Hoy existe la esencia de este feudo entre las paredes de famosos museos y muchas colecciones particulares repartidas por todo el globo.
En el prólogo que Hemingway escribió para las memorias de Kiki, ‘’Les souvenirs retrouvés’’, dejó este diagnóstico: «Kiki reinó en esta era de Montparnasse con mucha más fuerza de la que nunca fue capaz la reina Victoria a lo largo de toda su existencia”.
Nunca dejaría su conquistado reino, ese donde deslumbró con sus insolentes ansias de libertad. Esa que ofendía a muchos, pero que sentó las bases de la mujer de hoy, independiente y luchadora. Se le debe un homenaje a conciencia a una de las amazonas de la liberalidad del cuerpo y la mente. Una reina que transitó por una época aún más dura para la mujer que la presente. Tal vez su vida y su energía deberían quedar plasmadas además en una digna película de autor. Sin ella, sin Kiki de Montparnasse falta una pieza clave a la bohemia y al arte de las vanguardias de la primera mitad del siglo XX.
Investigando para este artículo me he topado con fuentes que afirman que estaría enterrada en el cementerio de Montparnasse, donde reposa también su gran amor Man Ray y otros personajes que dieron vida y fama a este maravilloso barrio que fuera el feudo de la musa Kiki. Otras fuentes cuentan un final si cabe menos romántico y más injusto que ubicaría su tumba en el cementerio de Thíais en Val-du- Marne, en los alrededores de París. Sólo estaría presente en su entierro el pintor Fujita. Al acabarse la concesión temporal de la tumba número 75, tras veinticinco años, en el año 1974, sus restos se exhumarían al no ser renovada la licencia. El nicho hoy permanecería vacío y sin ningún dato, según esta fuente.
No he sido capaz de desentrañar cual de ambas versiones es la verdadera, pero me recreo imaginando que ella os recibiría en un sencillo trono de recogimiento y silencio con humilde gratitud, lejos de los focos de los museos. Pero coherente con su carácter la que tan poco pidió a la vida, la que fuera la reina de la bohemia, la coronada como Kiki de Montparnasse, ni tumba tiene para recibir un digno tributo. Quizá arrastra su estela aún por su feudo, fantasmal y patética, y el viento canta o ríe con su estridente voz al vagar por las calles de la ciudad que la coronó reina. Mas la triste realidad es que un tiempo desaparecido se tragó su historia, voló como un puñado de tierra seca, la digna e ilustre figura de Kiki.