Bellas Artes
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Suele afirmarse, no sin razón, que la patria es la casa. Es en ella donde los afectos nacen y se enraízan para proyectarse luego en el ámbito social. Más que la unión de materiales perecederos o no, más que la ingeniería y el cálculo, una casa es la arquitectura del alma que la habita. Las casas son más que líneas y pericia del dibujo técnico: son emporios de memorias. El discurso feminista no sublima en absoluto el hogar, dado que la casa es también, más allá de todo romanticismo, el núcleo del patriarcado, de la violencia y del encierro. No nos extrañemos que nuestra relación con ella sea ambigua y encontrada. Y tampoco debe asombrarnos esa presencia de ausencia que se experimenta en los tiempos que corren. Después de todo, como preguntaría Homi Bhabba, «who is at home in globalization?». O Alejandro Gutiérrez con la entrañable «alguien viajó y me dijo que en Berlín y en Bagdad y en Dar es Salaam la misma soledad…».
Conocí la obra de Brady Izquierdo en su fase colorista, bajo el rubro de humor gráfico; y me fascina. Pero cuando él necesita trasladar toda esa energía artística del comentario social a su vida personal altera la gramática, se vuelve grave y echa mano a la monocromía y a un material tan vulnerable como el papel craft. Nada más idóneo para reflejar la fragilidad de la existencia. Esta fase también me encanta.
Tras una experiencia personal donde el confinamiento se convirtió en la figura, entiende Brady que es en la casa donde más se aprecia esa lógica del contraste sobre la que se erigió el ideal griego y que aún hoy estamos validando: saturación-soledad, aglomeración-sobriedad, robustez-fragilidad, refugio-campo de batalla. Y cada obra de De la cama a la mesa, a la tinta, a la espera no es solo una summa hermosa de esos cotejos puestos ante nosotros bajo el entrañable manto de la poesía, sino que están resueltos audazmente en la contraposición de los planos. La rutina y la obstinación que sufrió Brady han tenido la cúspide con La anunciación, ese tratado visceral de Antonia Eiriz en contra de la cotidianeidad, solo que en él no fue letal. Manejó la asfixia como supo y quiso. Estas obras no son un ejercicio de denuncia sino una terapia de salvación. ■
.1._ Toni Morrison. «Whose house is this? Whose night keeps out the light In here? Say, who owns this house? It’s not mine. I dreamed another, sweeter, brighter With a view of lakes crossed in painted boats; Of fields wide as arms open for me. This house is strange. Its shadows lie. Say, tell me, why does its lock fit my key?».
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