Si Frank Stella hizo famosa la frase «lo que se ve es lo que se ve», en la obra del argentino Eduardo Newark lo que se ve es más de lo que se ve. Pues independientemente de una estilística muy contemporánea y tan bien planteada y estructurada, lo introspectivo se ha convertido en el meollo de su práctica artística, porque para él es un significado onírico que muestra el ser que es y que sigue siendo, la transfiguración en que se transforma cuando se expresa metafórica, surrealista y simbólicamente, pero siempre con la ironía y el sarcasmo de la actitud y del gesto gráfico.
Para este autor el arte es lo que se desprende de la psique y del pensamiento, y no deja de lado la angustia de su experiencia y el lado más imprevisible de su cosmovisión. Al fin y al cabo, como psiquiatra que es también, conoce una parte de sus honduras y profundidades que no quiere desentrañar para dejarlas vivas y hocicando. En busca de materializarlas se debate su prodigiosa habilidad de dibujante y colorista, en la que deposita el don racional de su irracionalidad.
Mientras que la visión y un conocimiento de su pintura no necesita ninguna teoría que la ilumine, la conciencia de su aprehensión proyecta una exhalación numinosa, epistemológica, que nos revela en cada representación la infinita nada que nos abruma, mas en el contexto de una narración que la ocupa entre el ser y el no ser.
Esa es su aura y la atmósfera teórica con la que se reconocen sus imágenes. Y si él es analista, en su plástica se deja indagar con el fin de que el descubrimiento sea mutuo al mismo tiempo que la interpretación origine un conflicto y una tensión en el observador.
Por otro lado, también en su trabajo avistamos otras razones a las que desnuda cruelmente, como son las que obedecen a un malestar existencial, a una pérdida de valores y convicciones, al escepticismo y la desconfianza ante el futuro y a la hostilidad a una creación que gira sobre sí misma para no verse por delante, marcando un hito venidero. Podría hasta decirse que nunca obra e interpretación van tan juntas y paralelas, tan encarnadas, tan fundidas, amalgamadas y desesperadas.
El color es ya de por sí —Danto ya no nos puede escuchar— toda una filosofía que hace que los seres animales de todo tipo que pueblan sus limpios espacios, aparezcan con un discurso que han guardado para la ocasión, además sin el autor saberlo, a él le cogió desprevenido igualmente.
Al estar impregnados de radiaciones brillantes que contaminan, provocan, subvierten, asolan y revocan, se puede intuir que forman parte de sus pesadillas de pacientes rehabilitados o que configuran la identidad de unos rostros que se han quedado grabados en el subconsciente de una vida que vaga de mano en mano o meditando de pie a pie. Lo cual tampoco importa porque en su iconografía se contempla una conjuración visual que enciende todas las alarmas.
Así es como todos los elementos pictóricos sirven solidariamente a la exteriorización de su totalidad expresiva e imaginativa. Porque dada su trayectoria se ha reafirmado en la dinámica de una realidad onírica, con lo cual se hace sentir consecuentemente en su obra igualmente, sin desperdiciar en esas escenas reflexivas, entre el humor postizo y la idea negra, esa dimensión interior y subjetiva que nos obliga a mirarnos para dentro, pero con la vista fuera. •
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