La escultura pintada

Una mirada a la obra de Piki Mendizabal

Por: Ángel Alonso

Todo lo que huela a tradición, a aquello que no cambia ni quiere cambiar, propio de todas las sociedades que han existido menos la única que queda -la occidental, omnipresente gracias a la fuerza y a la aniquilación casi total de las otras- es visto hoy en día como conservador, como anquilosado y negativo. La estatua de piedra se convierte entonces en un arquetipo de antigüedad.

En las imágenes escultóricas de Piki Mendizabal se establece un juego con la Historia a través de la representación de escenas donde las estatuas son protagonistas; estos personajes de piedra, marcadamente tridimensionales, que a menudo dialogan con el recurso pop de los colores planos, o se ubican en espacios grises que parecen tan ajenos a su tiempo como el malecón habanero, nos remiten a ese pasado en el que la durabilidad, la permanencia y la estabilidad eran lo más importante.

En su pintura Mendizabal afronta los fantasmas de su niñez, sus emociones más íntimas respecto a las vivencias que lo han marcado, pero aunque las referencias que hace su obra a su infancia en La Habana sean muy reales, no creo que este sea el aspecto que lo individualiza y define como creador. Es cierto que vemos en sus cuadros imágenes típicas de la arquitectura habanera, incluso escenarios reconocibles, como el ya mencionado malecón, también está presente el Elegguá (deidad afrocubana, dueño de los caminos y el destino), pero cualquier referencia local es rebasada aquí por un discurso mucho más universal que cualquier contenido autobiográfico. Más aún cuando las no muy obvias imágenes de tal arquitectura pudieran entenderse como provenientes de otros espacios con similares edificaciones.

Por otro lado, el canon griego de las esculturas que pinta está presente desde en las copias romanas del mismo hasta las más degradadas esculturas que se realizaron posteriormente en todo el mundo -casi siempre bajo encargos- , hasta en las zonas más desconectadas que, como la Habana, padecen una Fuente de la India1 que no tiene nada que ver con su cultura y que intentó en vano arrebatar a La Giraldilla2 (mucho más auténtica y autóctona), su condición de símbolo de la ciudad.

Viéndolo de este modo, su intención de centrarse en sus vivencias pasadas, aquello que respiraba en la Habana Vieja, trasciende lo anecdótico y entra a contener, desde el punto de vista simbólico, mucha más fuerza y universalidad que la que se había propuesto -porque una cosa es lo que el artista se propone y otra bien diferente es lo que logra, lo que realmente hace- y en este caso Piki, tenga conciencia o no de lo que está aconteciendo con su trabajo, nos dice mucho más de lo que nos quería decir.

Como espectador, más que como crítico, puedo aseverar que sus pinturas me hacen pensar mucho más que en la Habana Vieja, me llevan a pensamientos más complejos porque veo en ellas un cuestionamiento del canon, una subversión contra la pretendida perfección del mismo, una humanización de lo sagrado. Cuando los griegos trabajaban la piedra pensaban en la inmortalidad, aquel material imperecedero perpetuaba en él a los Dioses del Olimpo; la piedra, por su perpetuidad, servía de receptáculo a su religión politeísta.

Si en un cuadro como Maternidad Mendizabal inserta una madre de piedra en un autobús -que no tiene que ser necesariamente una guagua3– entonces la polaridad que se establece es temporal. Incluso la manera de representar el bus y las personas que la rodean, se aparta diametralmente del tratamiento pictórico llevado a cabo en la representación de la mujer amamantando al bebé. Este contraste hace que la figura de piedra encarne la solidez del recuerdo que no cambia, lo inmutable, el pasado que habla desde su omnipresente e imperturbable eternidad. Porque el pasado, al no poder cambiarse, es inmóvil, y esta inmovilidad lo hace más presente que el presente. Por otro lado, el presente no lo es tanto, ya que es volátil, cambiante y veloz como el bus donde viaja esa eterna madre que quedó petrificada en el recuerdo.

Piki Mendizabal, recreando su niñez, aquellos recuerdos del edificio de 1789 donde creció, aquel barrio que desde que él nació ya era viejo, lleno de leyendas y fantasmas, va más allá de lo personal para mostrarnos un sugestivo y delicioso diálogo en el que interactúan la muerte -acompañada de sus fantasmas-, la Historia, los estáticos recuerdos y nuestra frágil contemporaneidad, cambiante y llena de imprecisiones e impersonales colores industrializados.

1._ La Fuente de la India, una representación donde figura la imagen de la mítica india Habana, esposa del cacique Habaguanex, regente de la zona antes de la llegada de Cristóbal Colón, del cual se cree que toma el nombre la capital de Cuba. Fue diseñada por el arquitecto Giuseppe Gaggini bajo el mandato del Conde de Villanueva, Don Claudio Martínez de Pinillos. Construida con mármol blanco de Carrara, tiene una altura de tres metros.
2._ Una mujer esbelta, desafiante y al mismo tiempo serena, es el símbolo más antiguo de La Habana y la primera escultura fundida en Cuba. Se conoce como La Giraldilla y está ubicada en el Museo Castillo de la Real Fuerza en La Habana Vieja.
3._ Nombre popular que se da a los autobuses en Cuba.

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