Las máscaras han existido en la pintura desde que esta se consideró arte.
Muchas veces los artistas que se veían obligados por la Iglesia a realizar determinada producción, ejecutaban todo tipo de disfraces para travestir el doble sentido y ser fieles a su verdadero pensamiento. Sin embargo, no siempre los ocultamientos estuvieron ligados a los objetos plásticos, también se relacionaron profundamente con la técnica.
El Renacimiento estaba colmado de retratos o paisajes a modo de excusa, porque realmente lo que se estaba ensayando era la perspectiva. Dominar el punto de fuga, las relaciones de distancia y tamaño eran las verdaderas motivaciones de los artistas en aquel entonces. Sin ir mucho más lejos, Miguel Ángel Buonarotti encontraba en la pintura una manera otra de continuar perfeccionando las formas anatómicas de tipo escultórico.
Por tanto, la pintura –y el arte de manera general- enmascara sus finalidades por el mismo aprendizaje, los encargos, o simplemente el gusto por recrearse en esos juegos de antifaces. Este último es el secreto de Leandro Mompié (Isla de la Juventud, 1996).
La obra de este artista encuentra sus expresiones pictóricas a través de las experimentaciones con la forma. De ello no resultan figuras amorfas, sino mezcla de elementos geométricos, como si de un ensayo sobre la abstracción se tratara. Sin embargo, su formación desde la escultura le permite no solo estos tanteos de inclinación concretista, sino también ejecutar la descomposición de los volúmenes hacia su desnudez absoluta y trasladar ese proceso hacia la pintura.
Se puede asistir a esa deconstrucción a través de cuatro de las obras más recientes de Mompié, pensada para Opus, su próxima exposición. La primera, Gravedad 0, muestra una forma compacta que pudiera reconocerse en las edificaciones urbanas o industriales, específicamente en instalaciones hidráulicas o relacionadas con depósitos en alto. Lo cierto es que, a pesar de su acabado limpio, ya en ella pueden advertirse las primeras pistas que están paulatinamente despegando la máscara y asomando la abstracción. No hay pretexto de paisaje, sino un aislante fondo azul, cuya estridencia facilita el destaque del movimiento de luces y sombras, que recaen sobre los volúmenes y los matiza. En la estructura se vislumbran los detalles de apoyaturas y sostenes a través de un delineado pormenorizado, que los dota de cierta agresividad geométrica.
Esta suerte de vigas, se transforman en listones composicionales de la obra La profanación de la Mantequilla. Ya no hay un formato compacto, sino que se revela la sumatoria de sus elementos. Aunque Mompié aun no se deshace del posible reconocimiento común de un busto en su respectivo nicho, lo cierto es que las líneas son tan profundas que se remarcan, incluso, por encima del color del supuesto monolito. Verdaderas rebanadas que intentan repetirse en una pieza como Monumento imperial de la Galleta, pero estas resultan mucho más dramáticas.
A pesar de casi repetir la paleta y la composición de su antecesora, la intensidad de sus tajadas se debe a la frontalidad del rostro desconocido y a la magnitud de este. Se perciben tan corpóreas en la definición de sus límites, en la lobreguez de su profundidad, en el fuerte trazo de sus accidentes, en su asimetría y sentidos múltiples. Detrás del disfraz de la sensibilidad teatral que estos tipos de cortes producen, la evidencia visual de ellos se remite a formas no precisamente geométricas, pero sí a una concepción segmentada del volumen, donde este no es más que el resultado íntegro de partes añadidas.
Un pensamiento que por fin se quita la máscara en una obra como Los Hombres lunares de Nelson Beatón. Predomina la idea abstracta incluso sobre la forma asiluetada que arrastra. Los rostros inteligibles se antojan como manchas y son absorbidos por las piezas yuxtapuestas que disponen a los cuerpos; porque aunque compartan postura y paleta, su cometido expositivo es una oda a lo geométrico, a estos elementos como bloques de construcción de todo lo demás.
Entonces, ¿qué hay detrás de la máscara? Forma desnuda, dice Mompié con sus cuadros.
Sin lugar a dudas, este artista muestra el proceso cognoscitivo de entender los volúmenes con los que trabaja. Representa cómo ir deconstruyendo el pensamiento y la composición plástica con respecto a ellos, quitándole la máscara de los pretextos pictóricos a la forma y darle cada vez más protagonismo a su estado natural.
JUEGO DE MÁSCARAS: