Es difícil encontrar, entre tanta pintura descolorida y sintética, -entre tanto radicalismo esnob y censor de todo lo hermoso- a un artista que afirme sin complejos su adoración por la belleza, por la elaboración meticulosa de cada detalle y que, además, convierta la exuberancia en contenido, porque la obra de Noel Dobarganes (Matanzas, 1977) va mucho más allá de la fruición estética que provoca a primera vista y es poderosamente simbólica. Un rostro, un animal o una referencia a una obra clásica, se carga de significado a través del procedimiento pictórico. Y es allí, en el tratamiento de la superficie táctil de lo representado, donde podemos encontrar las claves para entender su poética.
Los excesos de sus complejas pinceladas quedan grabados en nuestra memoria apenas apartamos la vista. El modo de abordar la representación es más importante que lo representado; no nos importa tanto si se trata de una muchacha, de un caballo o de un elefante, lo importante es el tejido de su piel, el entramado de claroscuros, la retícula, ese tratamiento que personaliza las imágenes y que uno no puede fácilmente encasillar en un movimiento u otro.
Esa red que cubre las pieles de sus modelos contiene una elaboración que habla de su dedicación, de su autoexigencia. No es barroco. ¿Cómo llamar barrocas a pinturas que poseen una sola y definida figura central? Lo que sí es recargado, decorado -y no barroco sino rococó- es el entramado de las figuras, como si en vez de tratarse de cuerpos estas fueran construcciones artificiales. Y aunque Noel no esté interesado en «salvar al mundo» a través de la pintura –está muy lejos de tal hipocresía- lo cierto es que establece, a través de su camino personal, una muy sutil (pero más fecunda) crítica a lo superficial, a lo artificial.
El tema es delicado, porque no debe confundirse esto con ningún tipo de compromiso social sino más bien con una ética personal muy sólida que rechaza la superficialidad y lo hueco precisamente pintando figuras que aluden a lo superficial y a lo hueco. Bueno, no muy lejos estaba Jeff Koons en sus tiempos apegado a la Cicciolina, que recreaba el kitsch con la conciencia de quien no sucumbe a él, o Warhol muchos años atrás, cuando adoptaba una posición ambigua ante la representación de íconos populares como Marilyn Monroe.
En Dobagarnes yo lo veo más claro, desde en las gafas caídas sobre la nariz hasta el chicle que revienta una adolescente en su inocente cara. Noel encarna, con sus pinturas, la ligereza de estos tiempos y el desentendimiento de varias generaciones recientes ante todo lo que huela a «problemas». Desde la indiferencia de los 90 hasta los tiempos actuales, estamos asistiendo a un adormecimiento generalizado de los sentidos en el que la pantalla del móvil desempeña un papel muy importante.
Acostumbrados ya a un raquítico y austero arte pseudoconceptual, atiborrados de conceptos teóricos y de reduccionismos de todo tipo, y sumergidos en la realidad virtual, de pronto ha perdido sentido decir, es un ejemplo: «-¡Mira qué linda sombrilla esa!», y ahí es donde se rebela Dobarganes y nos dice, a través de los detallados nervios de su pintura, que es hora de frenar un poco la mente y darle una oportunidad a los sentidos -ya casi atrofiados- y a la retina. Solo así, libres del peso de los prejuicios que devienen de un concepto esquemático y de una definición rígida de lo «contemporáneo», podremos disfrutar de esta pintura y darnos cuenta de que no existe tal arte «contemporáneo» sino que cada forma de arte que se manifiesta es contemporánea al tiempo en que se realiza.
Las figuras de Noel están constituidas por cables de fibra óptica, por entrelazados hilos artificiales que las forman, y no son de carne, o al menos no lo evidencian como Bacon. Si bien el pintor inglés se enfocaba en nuestra condición animal, en nuestra materia carnal, estamos ante figuras que parecen manifestar todo lo contrario, parecen decirnos, como en The Matrix, que no somos seres biológicos sino proyecciones, y que si en nosotros hubiese algo material, estaríamos compuestos por cables de metal y plástico. Es ahí donde encuentro una posible lectura a tan hermética obra, y es ahí donde el pintor se ríe, no de mí, pero sí de mi necesidad de encontrar una respuesta consoladora.
Cuando vamos a un concierto no necesitamos estas respuestas tranquilizadoras, no nos cuestionamos sobre qué nos quiere decir Beethoven o Bach, pero al artista, y sobre todo al artista joven, le pedimos cuentas claras, olvidando que cuando vemos a Lam tampoco entendemos nada (pero a nadie le preocupa). Para disfrutar de la pintura de Noel Dobarganes es muy importante estar abiertos a dejar fluir los sentidos, a internarnos en su muy personal mundo. Solo así, relajados y apartando las exigencias de nuestra mente, descifraremos ese discurso infinito e intraducible que poseen sus imágenes.
Sus cuadros son refulgentes representaciones que nos iluminan -en más de un sentido-, y tienen algo de holográficos. Seducen por su técnica; rigor de ejecución que lejos de ser hiper-realista es hiper-irreal, como el cine 3D, como los efectos especiales de una película de ciencia-ficción. Una obra muy manual pero con un espíritu techno, que nos impacta y electrifica; trasmite sobre todo eso, una gran potencia, una fortaleza de energía y vitalidad.
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