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Bellas Artes

Un paseo con horizonte contínuo

Atenas

Por: Juan Ramón Martín

ARTÍCULO. (Versión digital)

Un río de mármol blanco entreverado de vetas azuladas y grises. Un río de agua congelada, carbonato cálcico cristalizado, roca pura de cantera en losas, que en ocasiones queda remansado, y en otras adquiere la fuerza viva de la corriente primaveral. Así son los caminos que rodean la Acrópolis de Atenas. Así son los suelos que se adentran y nos conducen a las colinas adyacentes. En su discurrir cobran la anchura de los salones de palacio, o zigzaguean y se pliegan en escalones estrechos o suaves rampas que dan lugar a zonas de remanso bajo la sombra ocasional de un olivo. Siempre la presencia del Monte Sagrado en el horizonte. Ninguna construcción se interpone, ningún edificio oculta su imponente silueta. Todo el paisaje se construye en función de la contemplación de la gran roca caliza. Un paseo circular con un único punto de fuga. El paseante queda hipnotizado ante unos restos arqueológicos que laten con profundidad ontológica. Un único centro que irradia conocimiento y tensión estética desde hace más de dos mil quinientos años. Y una alfombra de mármol que nos guía sin estridencias ni sobresaltos con la humildad de lo que queda a ras del suelo. El fluir continuo de personas a lo largo de casi cien años por estos caminos ha pulimentado la superficie de las losas hasta dejarlas con la suavidad de la seda.

Los árboles que circundan todo aquel lugar han sido elegidos por su pequeño porte: tamarindos, olivos, adelfas, especies mediterráneas de hoja verde, ligeramente gris y entre ellos, solitaria, alguna buganvilla que explota de color en verano. Bajo ellas, un sotobosque que durante la primavera tapizará de flor el suelo, y que el verano dejará agostado y seguirá emitiendo los olores y las fragancias propias del romero, los tomillos o el orégano. El murmullo del viento sobre las hojas nos traerá noticia de un pasado lejano, muy lejano, algo que podemos percibir como infinito en el tiempo, y que es invariable desde la época clásica.

Durante el siglo XIX más de cien palacetes neoclásicos tomaron el camino como suyo. Vertían sus fachadas haciendo del paseo y del paisaje un espacio angosto. Daban la espalda a la Acrópolis mientras subían, serpenteantes, por el monte Pnix hacia la Colina de las Musas, el Ninfeon o hacia el Monte Philopappou o el Areópago. La ciudad de Atenas decidió, a mediados del siglo XX, demoler aquellos edificios de escaso interés arquitectónico y encargar a Dimitris Pikionis un proyecto de paisajismo y jardinería que pusiera en valor ese espacio de tan singular belleza. Durante ocho años, a pie de obra, el arquitecto dirigió los trabajos de albañilería que dieron como resultado algo más de un kilómetro de paseo: escalinatas, muros, pasillos, alcorques y rampas, lugares para caminar y remansos para permanecer de pie o sentado a contemplar, descansar o meditar. Un trabajo realizado por el hombre, para el hombre, para el conocimiento. Un trabajo fenomenológico, para la experiencia y para la vida.

Y fueron precisamente los mármoles de las fachadas de aquellos edificios con sus formas de jambas, de frontones, de impostas, de cornisas o de alféizares, los elementos que sirvieron a Pikionis para organizar sus solados. Geometría llena de creatividad y de conocimiento clásico, en las que el ritmo y el color otorgan a la sucesión de espacios su razón de ser. Fragmentos seleccionados por el arquitecto entre los escombros, entre los elementos constructivos para crear un mosaico, un continuum que invita a bajar la mirada para deleitarse tras la contemplación de un paisaje que está siempre presente y que determina este lugar. El propio mosaico que nos invita a bajar la vista se convierte en la poesía de la vida cotidiana, aquella que nos renueva con la fuerza de las cosas ciertas, de una verdad realizada con piedra y geometría, color y ritmo en la que por una grieta ocasional enraíza una pequeña especie vegetal, mientras contemplamos, ligeramente aturdidos por el estridente canto de las cigarras, el horizonte naranja al atardecer.

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