Por: Ángel Alonso

Sutileza e intemporalidad en la obra de Antonio Llanas

«¿Y si el mundo entero y las cosas no fueran más que signos imperfectos
de interpretantes externos, del mundo de las ideas?»1

Umberto Eco

La pintura se hace infinita cuando se libra de las narraciones y de las ideologías, su condición universal solo es posible a través la la abstracción, ese campo de libertad que renuncia a contaminarse con lo local, con lo pedestre… y que -en la medida de lo posible- logra alcanzar la anhelada pureza espiritual que persigue la verdadera  creación artística. 

Ya sé que nos han hecho creer otra cosa, lo mismo se ha intentado cargar al arte de ideas políticas que se ha banalizado como decoración. Se ha pretendido utilizar como «medio de comunicación», como «instrumento transformador de la sociedad», pero esto nunca ha ido mucho más allá de la intención; por otro lado y con un objetivo mercantil, le han tratado de reducir a objeto ornamental, carente de espiritualidad y emociones.

El artista español Antonio Llanas (1962) está tan lejos del vacío de la decoración como de la hipocresía contenidista, porque busca dentro de sí mismo y se desentiende de los atributos postizos, de los caminos trillados; trasciende cualquier etiqueta e investiga en la pintura desde la honestidad, desde la transparencia, para entregarnos un universo propio, pleno de sutilezas formales que encarnan ese otro contenido no traducible al verbo, en el que el significante es autosuficiente y no necesita completarse ni convertirse en significado. 

Desde los títulos ya se pueden notar las ideas que encarnan sus lienzos, es frecuente la presencia de elementos naturales en ellos (La brisa, Dinámica de fluidos, Fluvial…) o las actitudes de su observación (Atisbar, Vislumbrar…). Se puede ver en estas obras de aspecto húmedo, una condición cuántica en la que nosotros los espectadores participamos como constructores de las mismas a partir de una observación activa. El autor, en medio de su muy interna práctica pictórica, parece redistribuir positivamente la energía de los pigmentos. Sabe crear, a través de la tensión espacial de sus sutiles líneas, una cosmogonía bien estructurada, en la que cada elemento parece ubicado en un espacio exacto e insustituible. Sabemos que no se trata de un proceso matemático, pero su resultado sí tiene mucho de numérico, por la equilibrada proporción entre las formas y por la importancia de las líneas, que mantienen -dentro de su libertad expresiva- el recuerdo lejano de su origen geométrico. 

Prima en su trabajo actual la atención a la delicadeza de las transparencias, a las tramas, a los colores difusos, a los sutiles claroscuros. Se aleja de las estridencias y de los altos contrastes: es como si nos hablase en voz baja, al oído, susurrando… porque le ahuyentan los gritos y prefiere el movimiento tranquilo del agua en el arroyo a los golpes de las olas del mar contra las rocas. Si antes, cuando estaba más cerca del op art, realizó obras más contrastadas, las actuales propuestas transitan el camino contrario, el de los matices agrisados y las líneas finas y quebradas, en las que el gesto se recrea olvidando la perfección geométrica, acercándose al verdadero espíritu humano, imperfecto e inseguro como un trazo infantil, cuya belleza se asemeja al que plasma un diestro con la mano izquierda.

Con serenidad y elegancia, con riqueza cromática y una poco usual maestría en el dominio del color, Antonio transita el camino del arte. No hay en su carrera velocidad ni competitividad que lo angustien. Se trata de un desarrollo paulatino, natural y carente de stress. Lo conceptual está aquí integrado a la forma, sus herencias del minimalismo y de otras corrientes han sido filtradas por su espíritu. Como cocinero de un exquisito plato del que no reconocemos las especias utilizadas, el artista ha personalizado cada influencia hasta el punto en que no podemos, al observar sus resultados, establecer conexiones directas con sus antecesores. 

Si bien dentro de la historia de la abstracción encontramos referencias a un tiempo específico, como ocurrió durante la revolución Industrial, por ejemplo -de la que gran parte de la pintura moderna se hizo eco-  estas obras se presentan ajenas a cualquier atadura temporal. No las podemos encasillar ni relacionar con eventos de la vida real. No tienen un carácter terrenal sino etéreo, mágico, y por ende atemporal. Desafían el tiempo y el espacio con su silencioso pero contundente discurso cargado de universalidad. 

La obra de Antonio Llanas parece estar cargada de aquella sabiduría ancestral que no nos enseñan en la escuela, aquel conocimiento perdido a través del desarrollo de la cultura occidental, basada en el dominio y las armas. Se puede respirar en estas piezas un interés por estar en armonía con el universo, nos recuerda que no somos los dueños del mundo natural sino que pertenecemos a él. •

1._ Umberto Eco, Signo, Ed. Labor, Barcelona 1976.

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