Saramago según Felipe Alarcón Echenique: De las ficciones a las imágenes

Por: Amir Valle

Si en las artes plásicas cubanas existe un pintor prolífico, incansable y siempre a la caza de mundos diversos que atrapar en sus cuadros, ése es Felipe Alarcón Echenique. Cada experiencia humana es motivo de inspiración; cada encuentro con ese mundo real que habita desde que salió de su isla, Cuba, se trastoca en el más perfecto caldo de cultivo para lanzarse de cabeza a nuevos caminos en esa experimentación formal y de significados que representan las distintas etapas de su trayectoria artística. 

Leer a José Saramago, me confiesa, lo ha impactado, y de esa impresión con que la literatura del Premio Nobel portugués marca su espiritu ávido de nuevas resonancias para las ideas de su ya amplísima obra, nace un muestrario hermoso, reflexivo y profusamente metafórico que intenta deconstruir las claves del universo literario del más universal de los escritores portugueses. Un mirada de acercamiento a los mensajes que Saramago ofreció a sus lectores en sus libros, y en especial en su exquisita novela Ensayo sobre la ceguera, son oteados por el propio escritor, como si vigilara con su omnipresencia los nuevos sentidos que adquiere su discurso a través de esos escenarios de personajes, símbolos, cuerpos, que Alarcón Echenique recrea en estos cuadros.

La espiritualidad, la derrota, el desespero, las cegueras de toda índole, las heridas de la historia en el cuerpo de una nación ─señales que Alarcón Echenique ha encontrado en las novelas El Evangelio según Jesucristo (1991), Ensayo sobre la ceguera (1995) y El viaje del elefante (2008)─, arman el entramado escénico de esta nueva propuesta pictórica. Sus marcas de estilo: la profusión del color; el trabajo con los claroscuros para trasmitir estados de ánimos tan esenciales como la nostalgia, el miedo, el abandono o la desesperación; la focalización de los rostros humanos en detalles que muestran los desgarramientos y traumas existenciales que como artista de la imagen quiere capturar; y la movilidad expresiva de los personajes que configuran sus escenas recreadas, su unen en esta serie con el ideario estético y simbólico que ha internacionalizado a la obra de Saramago.

A estas alturas de su carrera, quienes llevamos años siendo fieles seguidores de Alarcón Echenique nos hemos acostumbrado a la multiplicidad de lecturas que tiene cada uno de sus cuadros, y en los últimos tiempos hemos visto enriquecidas esas propuestas mediante esa conjunción casi simbiótica de su sello personal con el estilo de otros artistas universales (sus aportaciones y singularísima mirada a la figura de Cervantes y el Quijote puede inscribirse en los anales de lo mejor de las artes plásticas en las últimas décadas). ¿Qué se repite?: El humanismo de esas incursiones pictoricas. Y es que una de las preocupaciones cabeceras de Alarcón Echenique es la introspección psicológica en esas situaciones límites a las que los seres humanos nos hemos visto abocados en esto que llaman «modernidad» y cuyas leyes sociales, curiosamente, nos convierten año tras año en bestias cada vez más irracionales, más competitivas, más egoístas y solitarias en el período de la historia de la Humanidad en que nuestra especie ha estado mejor comunicada; en simples palabras, las mismas preocupaciones que José saramago esgrime en muchas de sus novelas más emblemáticas.

Ruptura Celestial. Serie La Ceguera / Mixta cartulina / 50x70cm / 2020

La disfunción social del individuo; es decir, esa inadaptación a las sociedades impuestas por la política, sean del signo que sean, es claramente identificable en los cuadros de Alarcón Echenique en esa dispersión de las figuras, en ese contrapunteo de los protagonistas con fragmentos de los mundos en que se mueven (edificios, catedrales, cruces, casas, cúpulas, etc.), en esa especie de collage humano de cada imagen por él atrapada, e incluso en la omnipresencia (ya sea de modo directo o sugerido) de piezas de rompecabezas, cuyo mensaje subliminal primerísimo es justo el que en sí mismas representan (otra, por cierto, de las tesis esgrimidas en la poética de Saramago): la vida es una sucesión de piezas que es necesario encajar en el sitio justo, experimentando, intentando una vez tras otra, fallando y volviendo a probar, cayendo y levantándose, luchando… léase, en fin, viviendo.

Detenerse delante de una de estas imágenes para descifrar sus misterios, buscar la interpretación más personal (íntima o pública) de los significados múltiples que tiene eso que estamos observando, hurgar en el trasfondo de esas proposiciones éticas que trasmiten cada uno de los símbolos elegidos por Alarcón Echenique, zambullirse en el maremagnum de sensaciones que despierta tal profusión de color, de sombras y claroscuros, será una experiencia que no dejará a nadie ileso. Y ese es el mayor de los dones del estilo personalísimo de Alarcón Echenique: sus creaciones hacen pensar, nadie quedará con la mente en blanco, ni preguntándose qué quiso decir el pintor. Cada una de esas personas que se acerquen a estas, y a cualquiera de los otros cuadros de este artista, encontrará signos, señales, palabras, mensajes, que sentirá muy cerca de su propia experiencia humana. Y eso, esta vez, lo ha logrado uniendo su mirada a la simbología universal que destilan las obras de José Saramago, la conjunción perfecta de artes plásticas y literatura para hacernos entender mejor nuestra responsabilidad en el descalabro de este mundo cada vez más desolador que habitamos. 

experiencia humana

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