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Bellas Artes

Les desgràcies o misèries (Las desgracias o miserias)

Obra de Isidro Nonell (1873-1911)

Por: Emília S.Echezarra

ARTÍCULO. (Versión digital)

El modernismo en Cataluña se desarrolló en un clima de renovación cultural, siendo Barcelona uno de los centros de arte más destacados de aquella época, donde la revolución industrial fue una de las causas que modificó el concepto del arte. El arte como consecuencia, siempre, de los cambios sociales. Por tanto, la ciudad está llena de arte modernista, de edificios, de cristaleras coloreadas y de formas nuevas y mosaicos. Un impulso importante fue la Exposición Universal del año 1888, la primera celebrada en España.

Si hablamos de modernismo no podemos dejar de hablar de Gaudí y toda su obra que, con su magnífica creatividad e inspirado en la naturaleza, aportó elementos que modificaron la percepción del espectador.

El modernismo no se quedó, simplemente, como afirmaron algunos críticos, en un arte decorativo fruto del auge económico, sino que se manifestó en conceptos diferentes, resaltando la naturaleza e inspirándose en la misma, por artistas representativos, sensibles al mundo que les rodeaba. Denominados modernistas, fueron los que mostraron al mundo una nueva forma de ver. Los modernistas catalanes los podemos admirar en el MNAC, Museo de Arte Moderno de Barcelona, como los pintores de la época que tuvieron influencia, sin duda, de los ismos de París, sumándose asimismo a las corrientes de América y Europa, con la intención de sobrevivir a la situación política y social y cambiar las tendencias del momento, realismo y naturalismo. Pioneros de esta época, se caracterizan por una desconexión del academicismo y un total interés por la luz como los impresionistas. Muchos de ellos se formaron en París, fuente universal del arte en aquel momento y— durante todo el siglo XX— aportando nuevas ideas que, con la idiosincrasia de nuestro país, crearon un sello indiscutiblemente nuevo.

En un pequeño bar de Barcelona, Els 4 gats, cuyo nombre fue inspirado por Le Chat Noir se reunían los artistas Santiago Rusiñol, Ramón Casas, Pompeyo Gener,  y Joaquin Mir, creadores muy mencionados, donde hablaron de nuevos conceptos, de la vida, del arte, de la muerte… con una percepción absolutamente propia. Este café, que aún podemos visitar y respirar el ambiente en el que ellos se movían, aunque cerró en 1903 fue reabierto en 1970. Con ellos se reunía Picasso cuando volvía a Barcelona y se sumaron más artistas como Antoni Gaudí, Torres García, el escultor Julio González, Opiso y el músico Isaac Albeniz, entre otros. Isidro Nonell fue uno de ellos y su entorno, la calle Baixa de Sant Pere. Aún está la placa conmemorativa en la casa donde nació y vivió, y me lo imagino al joven Nonell, buscando modelos entre la gente de la calle, entre los gitanos de cuerpo magnífico y la pobreza reflejada en los ojos;  gente con tristezas y malnutrición, artistas y bohemios o personajes que le transmitían la esencia de sus vivencias marginales. Y pintar su interior era su objetivo.

Me interesa —en toda la pintura— el lenguaje plástico personal que se transmite más allá del tema.

La pintura de Isidro Nonell pasa por el aprendizaje formal, es decir, los aspectos académicos que le dan la base necesaria; bodegones, paisajes, desnudos, para encontrar luego la vía que más le motivaba. Pero como todo artista que está por encima de la anécdota formal, crea sus propios códigos. La pintura, la poesía y la música son instrumentos necesarios que contienen las mismas bases a nivel emocional o didáctico. La pintura de Nonell tiene el trazo firme y la pincelada libre que modela el volumen. Su obra es de las más difíciles de clasificar; aunque ya se le incorpora en el postmodernismo, se caracteriza por un realismo cotidiano de contenido dramático. Fue muy criticado por los pintores académicos y sus obras no fueron reconocidas como Arte hasta un año antes de su muerte. Cuando se recuerda la pintura de Nonell se evoca, sobre todo, sus gitanas y personajes afligidos que pintaba con contornos cerrados, trazos negros y colores oscuros, carmines, ocres y verdes grises. Esta pintura, Las desgracias o miserias, podríamos decir que formalmente tiene un triángulo central: la cabeza de la mujer. Nuestra mirada transita en forma de espiral, llevándonos de su cabello a la espalda, para volver a la cara del hombre abatido, describiendo la composición cerrada. Ese es el recorrido obligado de la mirada. Los colores más oscuros centrales, corresponden al sentimiento común que une las dos figuras. Forma y color en simbiosis con el sentimiento que se desprende necesariamente. Y las transparencias, que hacen que se superpongan los colores unos encima de los otros dando atmósfera al ambiente, nos transmiten un ambiente triste, también salado, como sus lágrimas que no ha pintado, pero sí sugerido. Yo entiendo, como pintora, que ha pintado el dolor sin demasiada anécdota, innecesaria muchas veces. Tal como yo entiendo el arte. Con las connotaciones que pueden dar dos figuras unidas por el color extrañamente cálido, y a la vez amargo de los grises verdosos y abatidos. Podríamos remontarnos a su época y buscar los hechos políticos, la industrialización y lo que ello conllevó y encontrar el significado coherente —aportaciones objetivas, si eso es posible— pero el sentimiento que explica es más universal y agrupa muchos momentos por los que ha pasado el hombre en diferentes contextos. Por tanto, se podría decir que, como estado inherente al ser humano, es traducido inevitablemente por artistas de todas las épocas y dada la necesidad de expresión que genera la parte inexplicable, que es donde habitan las preguntas sin respuestas. •

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