Por: Osvaldo Moreno (Ovidio Moré)
OBRAS: SELAM LARVI
Los espejos cóncavos distorsionan la realidad; los convexos, ante la anamorfosis, la recuperan. La epojé la pone entre paréntesis. La realidad nos es revelada por el espejo, traspasarlo nos lleva a otra realidad, la que es hija de la imaginación, y es lo que llamamos, o al menos yo llamo, crear. Describir la realidad retratada de manera vívida en el mágico azogue del espejo es tarea de la écfrasis y también de la hipotiposis. Convertir de nuevo esas palabras en formas, colores, rasgos, líneas, relieves o sombras, dándole de nuevo vida a la imagen del espejo, es labor del artista plástico.
El trampantojo nos engaña, nos muestra una realidad falsa, pero enriquecedora para la mirada, nos dice que más allá o más acá de la sólida pared, del abovedado techo o del delimitador marco, la realidad, que es irreal, se hace tangible.
El arte es un espejo. En su azogado cristal se reflejan todas las realidades, todos los mundos, todas las formas: desde el realismo más descarnado a la fabulación más variopinta pasando por la idea, el concepto y todos los ismos habidos y por haber. El arte cuando es reclutado por la belleza en cualquiera de las manifestaciones de esta última (hay muchas maneras de ver, de apreciar) genera el sentimiento estético; también lo hace la fealdad. Belleza y fealdad, antonimia condenada a entenderse, a convivir en las opuestas caras de una misma moneda: el Arte.
Estética: gusto, belleza.
Realidad: espejo, ventana.
Estética, Realidad y Arte: espejo sensible, espejo roto… ¿espejo muerto?
Susan Sontag daba más importancia a la forma que al contenido, así nos lo decía en Contra la interpretación. Pero es difícil, ante lo ignoto, lo arcano, lo nebuloso y oscuro (y aún no siéndolo así) no querer decodificar, interpretar. Soy, tal vez, un acólito del empirismo, de ese saber que te da la experiencia. Siempre interpreto a mi manera lo que me es ininteligible, lo que la mirada, a priori, no entiende, o entiende pero quiere ir más allá, entonces echo mano de aquello que he aprendido autodidactamente, aquello que me han proporcionado la experiencia vivida y las lecturas, y pongo en danza a las neuronas, y hay una enorme fascinación en ese proceso sapiencial de búsqueda cognitiva, hay un cierto hedonismo en ese acto, en esa penetración en lo profundo de la conciencia y del intelecto, desflorándolos, rompiéndoles el himen hasta llegar y despejar la incógnita. He de disfrazarme de hermeneuta si lo requiere el momento, y si no lo requieren ni la realidad ni el espejo, me es igual, también me gusta degustar la belleza, esa que no ha de decir ni MU porque, únicamente, debe ser bella, y nada más.
Hubo una vez, hace muchísimo tiempo, que hacer arte (ars) era simplemente tarea, vamos a decir, de artesanos, y era, además, una destreza, simplemente eso, pero una destreza dentro de ámbitos reglados, con sus propias preceptivas.
Platón tenía un concepto algo deplorable sobre los artistas. Aunque en aquella época aún no se le llamaba así, con él surgió lo que hoy llamamos Teoría del Arte. Aristóteles siguió su camino, pero, en cambio, para él los artistas sí tenían un valor admirable.
Hubo una época de división y clasificación de las artes: liberales y mecánicas. Batteux las redujo y depuró en un sólo término: Bellas Artes. Baumgarten dio nombre a la disciplina filosófica que se ocupaba del gusto y la belleza en el arte y la naturaleza, La Estética. Kant llegaría a lo sublime y, con Crítica del juicio, nos legó una de las más importantes tesis estéticas, aunque me quedo con Hume. Con Duchamp el arte se convirtió en cualquier cosa. Hegel lo había predicho, Danto lo aseguraba, pero yo no me lo he creído ni me lo creo… ¿El arte ha muerto? El espejo tiene sus fisuras, pero sigue ahí, para bien y para mal. Quizás agonice, pero morir, lo que se dice morir, no ha muerto, a pesar de todos los atentados del que ha sido objeto. Quizás haya muerto visto desde otra perspectiva, alguna de esas que le gustan a filósofos, críticos y estetas para transgredir, para parecer hipervanguardistas o, simplemente, para seguir sacando réditos de la leña del supuestamente árbol caído. Porque… ¡anda que no se escribe y escribe sobre el tema…! Ven, yo lo estoy haciendo.
Un día me vi en un paisaje de Poussin y me gustó en demasía, pero me era ajeno, me faltaba la luz del Caribe, y entonces, en una endeble canoa taína, surqué el Cauto y, de afluente en afluente y de río en río, llegué a un paisaje de Tomás Sánchez, allí me quedé absorto, en estado hipnótico. Yo tenía apenas dieciocho años cuando aquella Inundación en gran formato colgaba delante de mis ojos. Luego vino Relación. ¡El paisaje podía ser visto de otra manera! Había un juego inteligente, con las formas, plásticamente logrado que, además, era poética pura, una poética que me conmovió hasta lo indecible. Y seguí navegando y descubriendo toda una mística en perfecta sinonimia con la metafísica, donde el ser humano minúsculo se enfrenta a la grandiosidad de la Naturaleza. Donde la creación es verdadera poiesis heideggeriana y, al mismo tiempo, platónica; y donde los basureros, como en la canción de Teresita Fernández, podían «brillar» y lanzar sus propios alegatos y denuncias. Y otro día, navegando en la misma canoa, esta vez por el Yumurí, me encontré con Vladimir Iglesias Geraldo, el paisaje volvía a renacer ante mis ojos, esta vez en otros soportes y con nuevos discursos. Cubano que va, icebergs que vienen (por solo poner un ejemplo). ¡Qué metáfora pictórica más hermosa y, a la vez, real y surrealista al mismo tiempo! ¡Hermosa tristeza! Y, aún así, con esos elementos ajenos (los Icebergs), más cubano no podía haber sido este paisaje; una marina que exudaba y exuda cubanía por los cuatro costados. Emigración y cambio climático aunados en una sola imagen. Las lecturas eran (y son) disímiles, y cada una con sus dosis de ironía y, vuelvo a repetir, de hermosa tristeza. Los elementos en el lienzo (el coche y los pedazos de Iceberg) se han desprendido, se han marchado de su hábitat y han quedado a la deriva, a la deriva de un futuro incierto; quizás perezcan antes de llegar a su destino. Las condiciones que les han hecho lanzarse al éxodo son diferentes y, al mismo tiempo, transcurren paralelamente; ambos acabarán sus vidas en tierra extraña. ¡El paisaje como denuncia social y como documento histórico! El testimonio de una época en que los insulares huían de un supuesto y cálido paraíso hacia el frío, quizás, del desarraigo, en pos de una vida mejor por culpa de la indolencia de un sistema, mientras los polos se derretían por culpa de la indolencia y la avaricia humana. Ven, se me sale lo de hermeneuta, ahora mismo Susan Sontag, donde quiera que esté, debe de estar muy cabreada conmigo:
«¡No interpretes Ovidio, no interpretes!», me espetaría de golpe, y luego me diría: «La finalidad de todo comentario sobre arte debería ser hoy hacer que las obras de arte – y, por analogía, nuestra experiencia personal- fueran para nosotros más, y no menos, reales. La función de la crítica debería consistir en mostrar cómo es lo que es, incluso qué es lo que es, y no mostrar qué significa.»
«En lugar de una hermenéutica, necesitamos una erótica del arte».
Y yo le diría: lo siento, Susan, lo siento; soy como soy y actúo como tal. Me gusta la interpretación, la mía. Eso me pone, Susan, es mi placer en solitario, mi onanismo intelectual, mi erótica del arte.
Y de nuevo, otro día, había vuelto a Poussin y, también, a Friedrich. Y allí estaba yo, de espaldas al mundo ante un mar de nubes. Allí estaba yo, desde mi serenidad, interpretando el caos (una masa de niebla algo tenebrosa) convirtiéndome en el romántico de turno, para luego, años ha, lanzarme de cabeza a la pureza y la simplicidad de Cezanne.
Misceláneas (Aisthesis a machetazos)