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Bellas Artes

Mar Enríquez

Pintora del color y del silencio

«El blanco actúa sobre el alma como un gran y absoluto silencio. […] Es la nada primigenia, la nada anterior al comienzo, al nacimiento. Quizá sea el sonido de la tierra en los tiempos blancos de la era glacial».
Vasili Kandinski. De lo espiritual en el arte (1911).

Por: Andrea García Casal

ARTÍCULO. (Versión digital)

Para el pintor abstracto Vasili Kandinski, el color blanco contiene y hace prosperar la semilla de todo lo existente. Abordando el asunto desde la perspectiva artística, caracterizada por la serendipia en este autor, si el blanco debiera tener una pareja en el ámbito musical, sería el silencio en calidad de pausa, siempre con continuación. 

La pintora Mar Enríquez (Madrid, 1962), conocida igualmente por su nombre artístico Mar de Color, captó el significado de estas nociones en su viaje a Finlandia. Las referencias de Kandinski hacia el blanco, al que también llamó el no-color, al igual que la ligazón de este con el silencio —relativo— le fueron reveladas a Mar de Color en la visita al país nórdico —una localización, por cierto, glacial—. La magia de la experiencia se observa en cada obra bañada de blanco de la pintora. Una tendencia hacia lo albarizo como sinónimo de reflexión profunda, construyendo la base de su paisajística. 

Sin embargo, «frente a la estrategia de lo excesivo, podemos encontrar un arte silente, oculto y desaparicionista; un arte que parece dejar de lado el componente visual, quitando, reduciendo, ocultando o haciendo desaparecer todo cuanto hay para ver»(1) Así lo afirma el historiador del arte Miguel Ángel Hernández Navarro a colación del arte de la antivisión, es decir, del arte —suprarrealista— que quiere mostrar lo que hay más allá de la realidad visible-superficial. 

En el caso de Enríquez, sus paisajes recientes no son naturales, sino recreaciones de paisajes vistos, al igual que emociones y sentimientos aflorados en su interior. Conforma primero el aspecto conceptual y luego el formal de sus obras. Estas piezas, volcadas en el paisaje, nunca muestran la realidad tal y como es; son fruto de la imaginación. Al originarse de una manera tan abstracta, la apariencia que tienen también lo es. En los últimos trabajos de la pintora se aprecia una sutil insinuación de la línea —irregular, abocetada— del horizonte hundiéndose en el vibrante colorido de la composición. No puede distinguirse ningún motivo pictórico porque directamente no existe, aunque es fácil que sus obras aludan a la importancia del cielo y del mar en su trayectoria, situándose el primero por encima del horizonte y el segundo justo debajo, respectivamente. Nuestra protagonista suprime los elementos figurativos para sintetizar los paisajes, yendo en la misma línea del «arte silente». 

Volviendo al comienzo con Kandinski, este asociaba la carencia de sonido con el blanco. No obstante, en sus obras más flamantes, Mar de Color ya no necesita recurrir a este color para simbolizar el silencio, pues todo lo que no se ve y tiene trascendencia en sus piezas se encuentra presente a través de lo aparencialmente ausente. Dicho de otro modo, Enríquez reduce el «componente visual» mediante una cromática basada en lo emocional y sentimental, al igual que en aquellas vivencias significativas que ha tenido. Los pigmentos y su disposición mediante pinceladas largas y mesuradas forman parte de su arte más purista y expresivo; los colores remiten a todas estas cuestiones que parecen no estar, mas son inherentes al paisaje del cuadro. Su trabajo es un silencio que descubre realidades —casi— inaccesibles, provenientes de la subjetividad. Mar Enríquez: la pintora del color y del silencio; de lo supuestamente invisible, pero valioso, que se nos manifiesta tras la contemplación —interesada, no somera ni arbitraria— de la obra. 

1._ Miguel Ángel Hernández Navarro. El arte contemporáneo entre la experiencia, lo antivisual y lo siniestro, (2006)

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