Maga de los símbolos traslúcidos

POR: Ovidio Moré (Osvaldo Moreno)

«El artista crea misteriosamente la verdadera obra de arte por vía de la mística»

Wassily Kandinsky, en De lo espiritual en el arte.

Quizás Melancolía I, de Alberto Durero, sea una de las estampas o grabados más conocidos del célebre pintor renacentista alemán, y, sin lugar a duda, una de las obras de arte que más interpretaciones y estudios ha generado por su carácter alegórico, su gran profusión de símbolos y sus referencias místico-mitológicas. Siguiendo la estela de Durero, la artista que aquí reseñamos nos propone en su hacer obras donde lo místico y lo mítico, lo fantástico y lo lírico, lo onírico y lo esotérico, lo arcano y lo divino estructuran su discurso pictórico y nos posibilitan un sinnúmero de lecturas. Hablo de Odalys Hernández Fernández (La Habana, 1967), artista plástica cubana radicada en Barcelona.

Su obra trasciende la realidad y navega en ese mar poético cargado de simbología, donde el símbolo es «palabra» ignota y a la vez revelada y reveladora. Hay transculturización y, al mismo tiempo, una mirada sincrética en la que el símbolo antiguo se presenta en acertada simbiosis con las figuras femeninas; figuras que tienen ese aura de otrora, de ilustración de antiquísimos códices, aquellos pintados entre los muros de abadías y monasterios, o de inusuales y barrocas cartas del tarot.

Me gusta enfrentarme a estas imágenes de cariz polisémico donde el significante, el significado y la significación, atendiendo a la subjetividad del espectador, varían y enriquecen la descodificación final. Hay una poética latiente y latente en la que la imagen también es metáfora, donde la sustancia onírica se hace corpórea y tangible a través de las manos de la artista en una cuidada praxis del dibujo: todo está plasmado con virtuosismo y preciosismo, con refinamiento. En los dibujos de Odalys la urdimbre se va tejiendo con paciencia y meticulosidad hasta lograr una factura de altos vuelos donde, a su vez, la pluma es como un buril que traviste la tinta con reminiscencias al grabado. Ella es una sacerdotisa minuciosa y metódica, Melisae de las abejas que, como estas últimas, es laboriosa y perfeccionista.

Odalys se me antoja una perfecta heredera del Simbolismo, no porque tenga algo que ver con esta corriente pictórica de la Francia decimonónica sino porque la sensualidad de sus desnudos femeninos me remiten a las muchachas de Pierre Puvis de Chavannes, y sus figuras aladas me recuerdan a los ángeles nocturnos de William Degouve De Nuncques. Pero también, en el lado contrario del espectro temporal, alejados del Simbolismo, más hacia la contemporaneidad, a la belleza no académica de las mujeres pájaro pintadas por su compatriota Zaida del Río. En el caso de Odalys no avecefálicas sino  mujeres ángeles que nos remiten al imaginario católico y a la mitología grecolatina, pero ataviadas, ellas, al uso renacentista, igual que ese personaje central del grabado de Durero que mencionábamos al principio, con lo que la obra gana en riqueza formal y especulativa desde el punto de vista epistemológico. 

Hay en sus dibujos contornos sinuosos de cierta rigidez, como si hubiera una estudiada petrificación, como si las figuras estuvieran cinceladas en la piedra (esta vez la pluma que era buril se transforma en cincel); hay líneas estilizadas y bidimensionalidad sin rastro de perspectiva representando escenas fantásticas que nacen y eclosionan desde una gran capacidad imaginativa, o quizás desde esa (ya mencionada) sustancia del sueño, matriz onírica, de la que la artista ha confesado alguna vez le llega la inspiración.

Su arte nace de su propia espiritualidad y se sumerge, también, en su cosmogonía personal, transita por él con paso seguro, y el dibujo es transmutado en palabra, plegaria, salmo y rezo sanador, catártico. En él queda reflejada, además, su poiésis literaria, su gaya ciencia, su verbo pleno de matices, porque la artista plástica es también poeta, y sus palabras quedan dibujadas en una hermosa y cuidadísima caligrafía, no como complemento sino como nexo intrínseco con la imagen dibujada. Hay todo un universo fabulado que, en perfecta alquimia, se mezcla con lo real y lo místico: lunas que representan la esencia femenina y a la diosa madre; estrellas de seis puntas que hacen referencia a las dualidades cielo y tierra,  agua y fuego; flores de lis en su forma heráldica; elementos de la cultura egipcia como la cruz ansada (símbolo de la vida eterna), el Ojo de Horus o el escarabajo. Encontramos igualmente simbología de otras culturas  antiguas que nos hablan de magia y de misticismo; y hojas secas, otoñales, abigarradas, que nos recuerdan a la Yagruma con sus dos caras, árbol asociado al orisha Obatalá, y exóticas flores y pájaros (sobre todo palomas) y ramas que se confunden entre los cabellos de la mujer representada, y cabellos que parecieran  simular raíces o alargadas hojas aciculares; caracolas marinas a manera de tocado; icosaedros que nos dialogan sobre lo hermético y lo órfico; llaves para acceder a los secretos; libélulas etéreas que puede que nos hablen, desde la espiritualidad, de la madurez mental y emocional; peces carpa que luchan por superarse; relojes que nos platican sobre la brevedad de la vida. Sí, un universo rico y único, como también es único y reconocible su estilo.  Un estilo en el que desempeña un papel crucial su paleta cromática de ocres, sepias, dorados, marrones y negros, la cual  nos da esa sensación de estar frente a un pergamino o frente a un papiro antiguo que ha sobrevivido en el tiempo.

Podemos decir que la obra de Odalys está permeada de una filosofía de la espiritualidad, que dialoga desde el pasado para dibujarnos a esa mujer espiritual y fuerte del presente. Y que Odalys, como reza la cita de Kandinsky, es una artista que crea misteriosamente desde la mística. Pero si hay algo que la define es su poema Maga:

Mujer maga soy
en la ligera espiral de los siglos
sin disfraces
ni vacuidad de lo real
este tiempo de visitantes y agua cálida
que trae la noticia en símbolos traslúcidos
cuando me levanto
en el último suspiro de la nada y florezco
en las leyendas y mitos lunares
en el delirio de este invento de crecer
-diálogo renacentista, encantadora alquimia-
frecuento esta osadía fantástica
que no termina en la esperanza
ni es otra cosa que el absurdo de los días sin rostro.
Esta brevedad del trópico me hace ser agua
y como árbol renazco
en cada instante
desde la más profunda desidia.

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