A veces soy ese centauro taciturno
que acuesta su mitad de bestia inútil
sobre la tierra calcinada
dejando altiva su mitad de hombre,
fijando la vista en un punto de fuga
en el único horizonte real: el imaginado.
Pero en verdad esta pose es sólo una entelequia,
una ardid contra la vida,
porque nada me hace humano
ante sus ojos,
nada hace de esta dualidad
de bello y bestia,
de Jekyll y Hayde,
una epifanía, una anaforesis,
para sobrevivir en medio del lago
con sus aguas inconexas,
haciendo oídos sordos
a los cantos de sirenas.
A veces soy ese centauro taciturno
que nunca ha sido constelación,
(ni falta que me hace),
pero que alguna vez, sólo alguna vez,
de vez en cuando,
quisiera titilar como el fuego;
ser un soplo de luz,
apenas nada,
en las oscuridades que me aterran.
A veces soy ese centauro taciturno
que olvida sus arcos y sus flechas,
que olvida pastar y se adormece
y quiebra su cristal y sus latidos,
y sangra su inocencia y llora culpa,
y vierte sus tintas aplomadas
sobre lienzos imprecisos y deformes
que nacen y mueren de un brochazo.
A veces soy ese centauro taciturno,
a veces,
sólo a veces.