Bellas Artes
LA ÚLTIMA TROGLODITA
ARTÍCULO. (Versión digital)
Esa mujer delicada, casi etérea, es una heredera multimillonaria que nunca trabajó en nada porque no lo necesitaba. El capital que forjaron sus padres asturianos en Suiza le permitió convertirse en una afortunada coleccionista de edificios en Valencia, donde compró el palacio más grande de la calle Caballeros, la vía imperial de la ciudad.
También adquirió la vetusta Casa Viguer, el local más acreditado de bellas artes, donde compraban sus pigmentos y pinceles Sorolla y Pinazo. Allí, pòr puro aburrimiento, puso una tienda de papeles decorativos importados, donde se labró una reputación de mujer culta y delicada.
Toda esta imagen la destrozó hace poco, cuando acosó a su inquilino Pablo Pateman para que retirara los murales cerámicos con los que el prestigioso anticuario había decorado la fachada de su establecimiento. Entonces Conchita se quitó la máscara de ternura y sutileza y mostró toda su furia salvaje. Acudió con dos obreros y ordenó destrozar más de trescientos azulejos artísticos que se podían haber salvado muy fácilmente.
A veces no hay mejor impulso para un artista que conseguir su propio inquisidor. Carles Recio lo ha conseguido con esta mujer que autorizó, e incluso alentó primero, la colocación de estas obras de arte para luego destruirlas. Cuando los nazis quemaban libros, los bizantinos iconoclastas destrozaban mosaicos o los talibanes dinamitaron budas estaban, sin saberlo ni quererlo, dando una pátina de inmortalidad justamente a lo que querían hacer desaparecer.
Conchita se ha convertido pues en la máxima propagandista de Carles Recio. Con su actuación violenta se ha granjeado la animadversión de todo el barrio, el reproche de los turistas que tanto fotografiaban este material y ha conseguido que la obra triturada, y por ende su autor, consigan la proyección y el apoyo que solo puede generar la cultura y la solidaridad. Que gran verdad aquella frase popular atribuida a Nietzsche: «Quien no sabe construir, destruye». ■
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