Serenidad y sabiduría en la obra de Maydelina Pérez Lezcano
Por: Ángel Alonso /
fotos: Miguel García Hermida
«Tu crees que todo lo que quieren son dos autos y una casa, pero es un error, ¿Quieres saber qué es lo que realmente quieren?… ¡Algo sagrado! ¡Eso es lo que quieren!», algo así decía Jim Morrison en aquella película que desempolvó a The Doors(1) , y tenía razón, porque aunque todo el mundo busque el bienestar económico es lo interno lo que verdaderamente cuenta. Y en el interior lo que cuenta es lo sagrado, y cuando veo la obra de Maydelina Pérez Lezcano (Camagüey, 1972) me siento en armonía con lo sagrado.
Ya lo decía Photis Kontoglou, gran pintor griego, continuador de la pintura bizantina y cristiano ortodoxo, cuando nos advertía que el valor del arte depende «de las armonías que tiene en su interior y no de cuanto se parecerá al objeto real (…)» Nuestra artista atiende a su interior, transita su individual camino obviando todo lo superfluo de las modas y haciendo su propio arte, muy contemporáneo, pues está hecho en nuestro tiempo y no es cierto que la contemporaneidad no incluya una obra de este calibre, de contundentes valores espirituales, formales y, de indiscutible rigor profesional.
Existe la tendencia a creer que dentro de la contemporaneidad no hay espacio para un arte entregado a la sencillez y a la fe, se tilda de artesano al artista que continúa una tradición pictórica, aunque la desarrolle con su propia personalidad. Para Maydelina la acción de pintar no está condicionada por el ego sino por aquel hermoso sentimiento, casi ausente en nuestros días, que pudiéramos definir como entrega espiritual.
En sus cuadros se produce una simbiosis entre el ser humano y la naturaleza que la artista concibe como una manifestación de lo divino. Los santos, los profetas… aparecen representados con una mesura que recuerda cierta zona del arte románico en cuanto a su tendencia a la bidimensionalidad y el predominio de la línea. Al gótico se asemeja más en cuanto al trabajo minucioso de los detalles y a la presencia de elementos naturales. Es una pintura sosegada, sin ansiedades ni vehemencias. La agradecemos sobre todo hoy en día, entre tanto frenesí, entre tanta violencia.
Como si fuese una maga que convierte las dificultades en ventajas, la artista ha sabido desarrollar su trabajo sin desviarse de su propia senda. Sabe distinguir entre lo trascendente y lo momentáneo, entre lo verdaderamente importante y lo superfluo. Hizo caso omiso a todas las olas que quisieron arrastrarle, no porque negase la validez de los lenguajes más recientes sino porque sabía que cada artista tiene, como dijo una vez un colega, una sola historia que contar.
Su pintura es ante todo digna y ética -no ingenua- y la ética parece haberse proscrito del mundo del arte a través de la actual tendencia de este a la espectacularidad, al sarcasmo, y sobre todo a su incondicional entrega al marketing. En una sociedad donde los estudios de mercadotecnia -consistentes en enseñar al vendedor cómo engañar al consumidor para venderle más productos- constituyen las más ansiadas carreras profesionales, se legitima el engaño como si fuese un valor positivo, y esto hace que suene anacrónico, o incluso cándido, cualquier mensaje honesto.
Hasta la supuesta espiritualidad se ha convertido en un negocio de falsos gurúes, de psicólogos escritores de libros de autoayuda (auto-ayuda, es decir para ayudarse a sí mismos a tener dinero, como diría Leo Masliah) y de parlanchines de toda clase que encuentran sus tribunas en la televisión e Internet. Es por eso que agradecemos tanto encontrar una obra como la de Maydelina, que además de ser un regalo para los ojos también lo es para el alma.
Estos cuadros no admiten una lectura inmediata, breve o superficial, el ojo del espectador se recrea en cada filigrana de los marcos, en cada tratamiento del color y sobre todo en cada historia narrada; a veces a manera de retablo, a veces con recursos más cercanos a la ilustración. La presencia de lo simbólico está vinculada a la narración, son pinturas que cuentan historias, no son literales pero sí literarias, poéticas y llenas de sabiduría. Estamos ante la reencarnación de una belleza que se había perdido, discriminada por asociación externa -muy externa, enfatizo- con lo decorativo. Una belleza que nos habían prohibido hasta el punto de sentirnos culpables si éramos capaces de apreciarla. Para ser «cultos» teníamos que ser grandes admiradores del minimalismo, del videoarte, de la performance…y no nos dimos cuenta de que combatiendo unos prejuicios instaurábamos otros.
Ahora, tras un cansancio enorme de tanta argumentación teórica, de tanta racionalidad, de tantos términos manidos, asistimos a un momento de iluminación. Se comienzan a valorar y a aceptar todos los caminos para de cada árbol recoger diferente fruto. Nuestra mirada regresa, quizás con un nivel de conciencia más alto, al disfrute de aquellos lenguajes que antes negamos. Maydelina, cuya obra es un ejemplo de elegancia y elaboración exquisita, nos enseña que ser contemporáneos es también poder disfrutar de la espiritualidad que emana de su trabajo, en el que no solo el resultado visual es importante sino el proceso del que deriva el mismo. Se traslucen, al observar sus cuadros, las horas de consagración que los hacen posibles. Y esa entrega, que toma cuerpo en una serena realización, es la que engrandece su obra.
1. The Doors, película de Oliver Stone sobre la homónima banda de rock, 1991.
2. Palabras de la Virgen María en las bodas de Caná, dichas para solicitar a Jesús que convirtiese el agua en vino.
3. Así brille vuestra luz (Frase de Jesús, Vulgata, Mateo 5-15).