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Bellas Artes

La partitura oculta

Exposición en acouhyb piano center (18 de octubre – 28 de noviembre); las artes visuales y la música como lenguajes convergentes
Por: Redacción

ARTÍCULO. (Versión digital)

En esta exposición nos proponemos investigar los vínculos existentes entre las artes plásticas y la música, manifestaciones que se han desarrollado a través del tiempo de forma paralela y que han sido vitales para el desarrollo del pensamiento humano. Distantes en cuanto a sus mecanismos de expresión y concebidas para ser digeridas a través de diferentes sentidos, estas expresiones artísticas comparten estructuras profundas que les permiten traducir emociones, conceptos abstractos y visiones del mundo a formas sensibles. Este proyecto consiste en un ensayo curatorial sobre la afinidad entre ambas artes, proponiendo un recorrido donde la imagen no sólo se observa, sino que se escucha.

Si bien es cierto que la música transcurre en el tiempo y la pintura permanece en el espacio, ambas requieren de una composición rítmica, un equilibrio armónico y una sensibilidad cromática. Es por eso que desde el Renacimiento se ha intentado detectar analogías entre ambas disciplinas. Leonardo da Vinci, reconocía el carácter fugaz pero penetrante de la música. Posteriormente Kandinsky, en su célebre ensayo De lo espiritual en el arte (1911) establece paralelismos entre el sonido y el color, defendiendo que ciertos tonos cromáticos generan efectos emocionales similares a los timbres musicales. Recordemos que muchas de sus obras llevan títulos como Improvisación o Composición, términos utilizados en el vocabulario musical.

Este concepto repercute en el Impresionismo musical de Claude Debussy, cuyo tratamiento del sonido, caracterizado por la libertad rítmica y cambiante, guarda cierta analogía con la pincelada luminosa, suelta y fragmentada de Claude Monet. La obra de este último, Impresión, sol naciente (1872), puede leerse casi como un acorde visual suspendido: una vibración de colores que, más que describir, sugiere. De hecho, el término impresionismo fue inicialmente usado, tanto en pintura como en música, para aludir a una falta de precisión en las formas representadas, una vaguedad que pronto fue reivindicada como poética.

Curiosas son, además, muchas de las pinturas de Mondrián realizadas para traducir intencionalmente los ritmos musicales de su época a planos de color; existe un diálogo entre la energía del jazz y sus composiciones. Siendo un ferviente aficionado del boogie-woogie, buscó en su pintura un equivalente plástico del ritmo sincopado y repetitivo de esta música. Obras como Broadway Boogie Woogie (1942–43) incorporan el espíritu musical de New York a través del balance de los colores, la repetición y el contraste formal.

En esta ocasión presentamos artistas de varias partes del mundo que son conscientes de los vínculos de sus obras con la música.

Ovidio Moré
Ovidio Moré. Enraizado o No me despiertes. Tinta y acrílico sobre cartulina. 25 x 25 cm / 2018

OVIDIO MORÉ

La obra de Ovidio Moré posee intrincadas y oníricas imágenes, que pueden ser leídas como metáforas visuales de la experiencia musical en su dimensión más sensorial, psíquica y orgánica.

Recordemos que su autor es poeta, y la poesía es, en sí misma, una práctica literaria que vincula las artes plásticas con la música ya que está presente en ambas a través de la metáfora que preside a menudo a la pintura y a la canción. Como presencia explícita de la música encontramos una guitarra en el centro superior del cuadro, en posición vertical, casi totémica. El instrumento aparece conectado mediante una suerte de cordón umbilical o tubo respiratorio al cuerpo del personaje acostado. Esta conexión evoca un flujo vital, como si la música fuera una forma de respiración o un suero que alimenta. Hay zonas en el dibujo en las que aparecen franjas horizontales organizadas como si fueran partituras visuales.

El personaje que yace parece estar en un estado de éxtasis, aquí la música es un puente hacia lo onírico; este vínculo se refuerza con la figura femenina flotante en el cielo nocturno, que sostiene una estrella, símbolo que puede interpretarse como el deseo de elevarse a lo celestial.

Blai Catafal
Blai Catafal. El Gira del Rodó. Rotulador sobre cartulina. 70 x 50 cm / 2024

BLAI CATAFAL

Blai Catafal logra atrapar elementos fundamentales de la música, como la repetición, el ritmo, el contrapunto y el dinamismo. El artista construye una experiencia visual que resuena con las mismas estructuras existentes en las composiciones musicales. El uso de patrones geométricos, que interactúan de manera armónica, es una prueba contundente de la sinergia existente entre las artes visuales y la música; se crea aquí un espacio donde la percepción visual y auditiva se funden, invitando a una reflexión sobre cómo los principios que rigen una disciplina pueden encontrar equivalencias y resonancias en la otra.

En esta pieza, la estructura en espiral genera una sensación de movimiento continuo, similar al ritmo que encontramos en una pieza musical. La repetición de formas geométricas, como triángulos, círculos y líneas, crea una cadencia que remite a las pulsaciones o los compases musicales; el ojo recorre la obra siguiendo un patrón predecible y fluido, similar a cómo un oyente experimentaría una pieza de música que alterna entre reiteraciones y variaciones. Los círculos y las bandas de triángulos poseen una equivalencia rítmica, tanto por su repetición como por la manera en que las formas cambian ligeramente a medida que se van alejando del centro.

Las formas geométricas parecen dialogar entre sí, eso nos recuerda cuando diferentes voces o instrumentos se combinan para crear una pieza de música polifónica. La espiral actúa como una partitura visual.

JESÚS REDRUELLO

A partir de una composición en la que bloques vibrantes de color se entrelazan con una gestualidad enérgica, Redruello logra una tensión dinámica que trasciende la pura visualidad para evocar sensaciones ritmicas que asemejan estructuras sonoras. Los módulos cromáticos sugieren acordes, silencios y tensiones tonales; los amarillos intensos, los verdes saturados y los fucsias estridentes marcan una cadencia interna. Son colores que no jerarquizan, sino que dialogan en igualdad de condiciones, creando armonías que enriquecen la experiencia; son notas que se enfrentan y se superponen, a la manera de una fuga visual.

Las líneas oscuras, nerviosas y envolventes, funcionan como una línea melódica que cohesiona el conjunto. Su impronta gestual remite al automatismo lírico de artistas como Cy Twombly, aunque en Redruello se trata de formas mucho más elaboradas y cuidadosas, que se fortalecen también a través de su corporeidad, condición que las asemeja a la escultura blanda.

La sensibilidad de este artista hacia el color como generador de ritmo recuerda las teorías de Paul Klee, quien concebía la pintura como una construcción musical donde cada línea es un «movimiento» y cada mancha, una «nota». Redruello, en su densidad compositiva se aproxima al jazz más experimental; su obra nos recuerda que lo que vemos, también puede oírse.

Jesús Redruello
Jesús Redruello. Sin título. Técnica mixta sobre cartulina. 50,6 x 30,5 cm / 2024

ADOLFO CONSTENLA

Concebida como una cuadrícula visual, las cuatro imágenes de esta pieza evocan figuras femeninas estilizadas. Más allá de la relación que podemos establecer con Vivaldi y su obra Las cuatro estaciones, se percibe en ella un diálogo inteligente y sutil con la música. Cada cuadrante, más que una estación del año, parece encarnar un estado anímico y una atmósfera cromática que opera a través de sensaciones temporales. Estamos ante una suerte de partitura que se ejecuta con la mirada a través de la sucesión de sus tonalidades.

Se vale el artista de resonancias líricas y texturas que recuerdan el Romanticismo en la primera figura a la izquierda, en contraste con la de la derecha, resuelta con un carácter ornamental que se acerca al Art Nouveau; debajo y a la izquierda, la figura azul se muestra más clásica, un tanto fúnebre, como una elegía en tonalidad menor, mientras que en el último cuadrante elige un camino expresivo sinuoso, envolvente y profundamente emocional, sugiriendo, como en una pieza de jazz, la disolución de la forma y la irrupción de lo contemporáneo.

Constenla establece un sistema de equivalencias sensoriales entre el ritmo visual y las categorías sonoras, utiliza las herramientas digitales para potenciar esta sinestesia, aquí el remix visual funciona como una variación sobre un tema clásico interpretado con tecnologías contemporáneas. El puente entre la tradición y la experimentación es recorrido, en esta obra, del mismo modo en que la música transita entre la partitura y la improvisación.

Adolfo Constenla
Adolfo Constenla. Naturaleza cuatr-ielemental. Arte digital; fotografía trabajada con aplicaciones digitales. 63 x 50 cm / 2023
Ángel Alonso
Ángel Alonso. Bolero. Rotulador sobre cartulina. 29,7 x 42 cm / 2024

ÁNGEL ALONSO

Bolero es una obra que, a través de una composición intrincada, parece evocar una relación profunda con los principios del género musical que le sirve de título, caracterizado por su ritmo fluido y su creciente intensidad. La pieza transmite una sensación de movimiento continuo, la línea se despliega casi sin interrupciones a lo largo de la superficie de la cartulina, siguiendo una corriente que se pliega y fluye alternativamente, entrelazando elementos que se cruzan y reconfiguran.

El trazo es orgánico, huella de un impulso interno, sistema heredado de las ideas surrealistas sobre el automatismo psíquico, en el que la inmediatez y la expresión del subconsciente son protagonistas. De la composición emerge un ritmo que tiene su paralelo en la música: las formas representadas parecen repetirse y transformarse a medida que la mirada surca el espacio, como si fuese un tema musical que va desarrollándose progresivamente. El uso de círculos, figuras humanas y elementos abstractos crea una sensación de expansión a través de la línea ondulada, algo que es inherente a la estructura musical de un bolero enigmático y sensual.

El dibujo contiene una vibración sensorial que se siente también como sonido, la utilización de espacios vacíos dentro del aparente barroquismo genera una especie de silencio similar a la pausa en la música, esos momentos de quietud que intensifican la energía en el siguiente instante. Los edificios se mezclan con elementos abstractos y la naturaleza muerta que incluye (botellas, manteles, frutas) nos remite al ambiente de los bares en los que se desarrolló el feeling, un estilo cubano que surgió a finales de la década de 1940 y que exalta los sentimientos a través de las sonoridades del bolero y del jazz.

Pau Mar. La rumba soy yo. De la serie: Callejón de Hamel. Fotografía digital impresa en papel fotográfico. 30 x 40 cm / 2025

PAU MAR

Esta fotografía de Pau Mar, tomada en el Callejón de Hamel, capta a dos mujeres en actitud distendida, el verdadero contenido queda fuera de cámara, porque está en lo que ellas miran. El Callejón de Hamel es conocido por las celebraciones de bailes afrocubanos. En ese enclave hay arte mural, escultura reciclada… todo en ese sitio, fundado por el pintor Salvador González Escalona —ya desaparecido— se caracteriza por la influencia del sincretismo de las religiones afrocaribeñas.

Desde ese punto de vista, la relación entre música y arte está presente no solo en la fotografía, sino en lo que ella recoge a través de las miradas de las protagonistas. El mural del fondo, cargado de signos afrocubanos, remite a la estética pictórica espontánea que caracteriza este sitio. Pintura y música no son aquí disciplinas separadas, se manifiestan simultáneamente, y es esta fusión uno de los contenidos subyacentes en la foto. La presencia femenina, eje de la danza y la música afrocubana, aparece aquí inscrita entre texturas que evocan tambores, rituales y cantos. Esta fotografía atrapa una dimensión sinestésica del arte popular cubano.

Ricardo Rodríguez Chaves
Ricardo Rodríguez Chaves. Refugio natural. Acrílico sobre lienzo . 40 x 40 cm / 2025

RICARDO RODRÍGUEZ CHÁVEZ

El costaricense Rodríguez Chavez, a través de una fusión de formas geométricas vibrantes y representaciones del mundo natural, logra un peculiar lenguaje visual que, mediante el uso reiterado de franjas de color y superposiciones de diversos motivos, sugiere una cadencia que lo vincula al mundo de la música. La brillantez de su paleta y el orden lúdico de los elementos, genera un efecto que evoca melodías visuales, tal como también exploraron los abstraccionistas líricos en su libertad y fluidez.

La composición está estructurada como una partitura visual: líneas verticales y horizontales, formas que se repiten, emulan compases y notas que crean una armonía. Flores, casas, corazones… funcionan como variaciones de un mismo tema, tal como ocurre en el terreno musical. Este enfoque encuentra ecos en la obra de Paul Klee, artista que a menudo concebía sus pinturas como composiciones musicales y lograba encarnar un ritmo interno que trascendía lo figurativo. Aquí se establece un lenguaje visual que se desplaza entre lo abstracto y lo figurativo, edificando una narrativa basada en lo sensorial y transmitiendo al espectador la emoción de una melodía alegre.

Estamos ante una pintura que no representa una escena estática, sino danzante: hay pausas, repeticiones, acentos…. Este diálogo entre diferentes manifestaciones artísticas tiene como base las investigaciones de las vanguardias del siglo XX; ellas promovieron la interrelación entre disciplinas como una manera de expandir sus posibilidades. Esta obra (y las otras presentadas por el artista en la exposición) poseen, en su estructura interna, la capacidad de resonar musicalmente con el espectador.

Rolando Paciel. Vivaldi. Impresión digital en lienzo. 104 x 104 cm / 2024

ROLANDO PACIEL

Esta obra de Paciel puede interpretarse como una partitura visual. Las formas orgánicas, superpuestas a un fondo intensamente azul, poseen una textura que remite a lo táctil y aparecen dispuestas con una clara intención rítmica. Esta distribución sugiere una cadencia: ondulaciones, repeticiones y pausas visuales que remiten al fraseo musical. El movimiento implícito de las formas que se despliegan sobre el plano recuerda a los intervalos melódicos, donde cada forma parece ocupar un compás o una figura rítmica.

No puede soslayarse la formación del artista como arquitecto, como conocedor riguroso del espacio, la proporción y la estructura. Estos elementos, fundamentales en la música, también articulan la lógica interna de la imagen. La circularidad de la composición alude a la idea de totalidad estructurada y autosuficiente, esto es notable en ciertas formas musicales clásicas como la fuga, o el rondó.

El azul profundo del fondo funciona como un pedal tonal, una base armónica sobre la que se desarrolla el motivo principal. Esta equivalencia entre color y sonido encuentra un eco histórico en teorías sinestésicas de Kandinsky pero en este caso, la fusión entre lo musical y lo plástico se manifiesta a través de una sensibilidad contemporánea y tecnológica que resume la impresión digital.

Kancis. Bodegón. Técnica mixta sobre madera. 80 x 60 cm / 2024

KANCIS

Esta obra no apela al oído, sino al pensamiento. Aborda la música, pero desde una posición filosófica, no mimética; la pieza parece preguntar: ¿qué ocurre cuando el sonido desaparece y solo queda su tecnología, su maquinaria?

El bodegón que aquí se presenta es una naturaleza muerta de la música, pero en el mejor sentido: no como fin, sino como reflexión sobre su pervivencia cuando ya no está el sonido. Incorporar partituras musicales introduce una segunda capa visual y semántica; se trata de fragmentos que evocan una música que alguna vez fue, que aluden a una memoria sonora suspendida, un recuerdo que llega del pasado. Se establece, mediante la objetualización de estos elementos, un vínculo sólido entre la música como fenómeno inmaterial y la plástica como lenguaje táctil.

Los engranajes aquí presentes, como las esferas de reloj y las ruedas dentadas, son elementos que aluden tanto al tiempo musical como a la precisión mecánica del ritmo. Esta pieza encarna una reflexión estética y conceptual sobre el fenómeno musical. La música está presente mediante su huella física, como si el lenguaje musical también estuviera sujeto al deterioro. La obra parece decirnos que el sonido, aunque sea temporal y etéreo, también necesita de la materia para no quedar en el olvido.

Antonio Llanas
Antonio Llanas. Poca cosa - III. De la serie: Posibilidades del vacío. Técnica mixta sobre tabla. 72 x 67 cm / 2024

ANTONIO LLANAS

En esta pieza el lenguaje visual alcanza una dimensión rítmica que va más allá de lo pictórico para instalarse en el umbral de lo sonoro. Con una economía de recursos deliberada y una sintaxis compositiva que se acerca al minimalismo, la propuesta parece centrarse en un tipo de meditación que alude al tiempo, la resonancia y el silencio, conceptos cardinales en la música y recursos habituales en las artes visuales.

El espacio blanco no funciona aquí como vacío, sino como pausa, un silencio cargado de tensión, comparable al rest de las notaciones musicales. Se trata de un campo de contención amplio, del que surgen intervenciones plásticas como si fuesen acentos tímbricos. Las líneas rojas verticales, finas y firmes, funcionan como compases de un instrumento, cuerdas tensas sobre las cuales los demás elementos gravitan. Dos manchas circulares en la parte superior derecha actúan como armónicos suspendidos, balanceando la composición, equilibrando el peso de las manchas verdes y oscuras que aparecen en la parte inferior izquierda.

Aquí el gesto, a diferencia de aquel otro tan común que heredamos del action painting, se presenta contenido, más cercano a una coreografía que a una explosión expresionista. Se trata de una gestualidad musicalizada, elegante, en la que el azar coexiste con el cálculo, tal como ocurriría en una partitura contemporánea, abierta y no lineal. La pintura de Llanas no solamente dialoga con la música, es en sí misma una forma de música, un pentagrama lleno de resonancias.

Yainiel Martínez
Yainiel Martínez. Melodías desde el muro. Acrílico sobre papel Arche 300 g. 70 x 50 cm / 2025

YAINIEL MARTÍNEZ

Melodías desde el muro contiene una poética visual donde la música se presenta como arquitectura emocional. La pieza dialoga con la tradición de las artes plásticas en su búsqueda por traducir lo sonoro a lo visual, recordando los experimentos sinestésicos de artistas como Kandinsky o Klee. La composición nos presenta un muro fragmentado, con ventanas desde las que asoman figuras de notas musicales convertidas en materia pétrea.

Estas formas remiten al lenguaje abstracto de la música; han sido pintadas como si estuvieran esculpidas; el tipo de textura utilizada y el volumen les hacen parecer fosilizadas en el tiempo. Se trata de un muro erosionado. ¿La materialidad del tiempo, acaso la memoria? El cielo, donde flota el pentagrama etéreo, se convierte en el espacio donde la música se libera del peso físico del mundo.

La yuxtaposición entre el cielo y lo que pudiéramos definir como ruina terrenal puede verse como metáfora de un poder trascendente: el de la música, que sobrevive a la erosión, al paso del tiempo. Yainiel no representa escenas musicales ni instrumentos, sino que resignifica el muro (visto normalmente como frontera) y lo convierte en un umbral resonante. Esta obra, así como todas las de la serie a la que pertenece, nos recuerda los relieves arquitectónicos de las culturas antiguas, en las que el símbolo se convertía en un cuerpo, cargado de significación espiritual. Yainiel nos recuerda que la música puede abrir ventanas desde los muros más densos.

Rafael Gutierrez Nigro
Rafael Gutierrez Nigro. Encuentros y música en la ciudad II. Acrílico sobre lienzo. 50 x 30 cm / 2025

RAFAEL GUTIÉRREZ NIGRO

A través de sus colores vibrantes y una estructura compositiva dinámica, Rafael propone una reflexión sobre la interacción entre la música y la pintura. Su intensa paleta cromática evoca tanto la armonía como el contraste: las tonalidades naranjas y violetas crean una sensación de tensión visual que asociamos con un ritmo pulsante. Las casas, ordenadas en forma de montaña, poseen cadencia irregular, algo que establece un paralelo con la improvisación en el jazz, donde la estructura básica se trastoca y re-configura de manera inesperada y a la vez coherente. Se trata aquí de un jazz latino, fuerte, estridente.

Hay una reiteración de elementos en los tejados y las ventanas que funciona como una métrica musical que se repite con variaciones, formas musicales cíclicas, que desarrollan la idea a través del ritmo.

El fondo, con puntos de color dispersos, nos hace recordar la forma en que el tiempo, en la música, puede llenarse de pequeños detalles sonoros, textura que aporta a la imagen una atmósfera envolvente, etérea. Se trata de un paisaje sonoro, con sabor a fiesta y a música popular. Estamos ante una obra muy estimulante, un diálogo visual de ritmo, variación y ambiente, aspectos fundamentales tanto en la música como en la pintura.

Eva Sánchez. Sin Título. Acrílico sobre tela. 60 x 40 cm / 2025

EVA SÁNCHEZ

En esta obra de Eva Sánchez, los vínculos entre las artes plásticas y la música se manifiestan mediante una estructuración visual compleja, la pieza establece una partitura cromática donde lo geométrico y el uso de líneas sinuosas edifican un espacio sonoro a través del plano pictórico. Forma, color y movimiento, interactúan generando un ritmo visual que evoca la estructura de una composición contemporánea atrevida y atonal.

Los círculos funcionan como pulsos que marcan el compás interno; sean grandes o pequeños flotan en el espacio como acentos dinámicos en una melodía. Las líneas negras equivalen a frases melódicas que cruzan los planos de colores, protagonizando una sinfonía cromática en la que cada color se asocia a una vibración específica. La transición entre zonas cálidas y frías funcionan como si fuesen modulaciones tonales.

Existe un balance entre lo gestual y lo geométrico, este equilibrio alude a la dualidad existente entre lo rígido y lo libre, y encuentra un reflejo en el mundo de la música, si pensamos en una línea melódica libre que contrasta con acordes rítmicos o motivos repetitivos. En esta obra los sentidos se funden y la mirada se convierte en oído.

Felipe Alarcón Echenique
Felipe Alarcón Echenique. Pentagrama de una sinfonía. De la serie: Beethoven. Litografía. 30 x 40 cm / 2020

FELIPE ALARCÓN ECHENIQUE

Desde un complejo entramado visual, las obras de Felipe Alarcón dedicadas a Beethoven encarnan una profunda visión sobre los vínculos entre la música y la representación plástica. En el caso específico de Pentagrama de una sinfonía la imagen se manifiesta como una partitura visual, en la que las formas se entrelazan a un ritmo envolvente. Las curvas ondulantes remiten al movimiento del sonido, a la energía interna de la música. Domina el barroco en la pieza, sobre todo por el protagonismo de la emoción y el predominio del movimiento, pero aquí los ornamentos están cargados de contenido. Los personajes se desenvuelven a través de un flujo al mismo tiempo sonoro y visual. El homenaje al genio de Beethoven se manifiesta destacando su proyección hacia lo sublime.

La figura angelical del centro de la composición, aparece recogida sobre sí misma, en una actitud introspectiva, como quien escucha una melodía entregándose al placer de la serenidad, actúa como médium entre dos campos, uno tangible-visual y otro intangible-sonoro.

Alrededor hay evocaciones corales que referencian el carácter dialógico de la música de Beethoven, mientras que la aparición de una suerte de arlequín introduce una dimensión melancólica y teatral. Lejos de la ilustración, el artista se concentra en encarnar el legado espiritual del músico a través de una sinfonía dibujada.

Roser Puig Volart. La Pell de la Lluna (La piel de la luna). Fundición en bronce. 63 x 27 x 24 cm / 2002

ROSER PUIG VOLART

En esta obra, la escultora condensa una fuerza expresiva que se alinea profundamente con la estética del Heavy Metal. Realizada en bronce, la pieza encarna una intensidad que remite a los sonidos distorsionados y densos del género. La textura orgánica y las rugosidades de la superficie, aluden a un universo simbólico cargado de tensiones interiores, de pulsiones inquietas: elementos esenciales del metal y de su identidad sonora. La composición sugiere una figura en lucha entre lo humano y lo totémico, parece haber emergido de una fragua mitológica; la alusión a la piel lunar se manifiesta como una metáfora de lo oculto, de lo intangible, apelando a lo sublime desde lo sombrío.

Esta pieza construye un puente conceptual con el imaginario metalero al invocar formas que podrían leerse como espinas, componentes de una máscara ritual con carácter de criatura postapocalíptica. Hay aquí un uso expresionista del bronce, esto evoca el peso emocional y existencial de esta música en la que el dolor, la melancolía y lo ancestral son tópicos recurrentes. Suspendida entre lo terrenal y lo cósmico, La Pell de la Lluna enarbola un grito silencioso, una resistencia interior que se solidifica en materia. Puig Volart crea, más allá de una escultura, una resonancia visual, un rito metalero caracterizado por el desgarro y la autenticidad. ■

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