Por: Ángel Alonso

DETRÁS DE UNA APARENTE OSCURIDAD

La obra de Luis Jaime Martínez del Río

A través de muchos años de constante evolución, la obra de Luis Jaime Martínez del Río se ha convertido en una referencia visual ineludible para aquellos que queramos comprender los laberintos de la creación. Así de universal me atrevo a decir que es su labor, cuyo eje es el proceso creativo en sí mismo. Los temas que aborda suele trascenderlos bajo otras intenciones no visibles; son pretextos más que textos, trampolines para saltar mucho más alto, para internarse en una investigación que va más allá de la forma, pero sobre todo más allá de los cuentos que se atribuyen a las formas. 

Nunca había encontrado a un artista más consciente de lo que la obra de arte es, específicamente en el campo de la escultura. Este artista no necesita plantearse «trasmitir» un contenido, porque tanto el tema como lo que contiene es la propia escultura que realiza, impregnando de capacidad expresiva el material y siendo capaz de utilizar hasta el miedo como recurso. Es curioso que, apartándose de todo tipo de didactismo, tampoco se trate de una obra formalista sino todo lo contrario, la misma reboza de significantes y es proclive a la más amplia gama de interpretaciones, sólo que su densidad está muy lejos de poder traducirse a una explicación barata o a una respuesta tranquilizadora. 

Desde aquellas imágenes zoomorfas hasta su serie de Novias, desde sus Galanes de noche hasta sus Ternos de sombra, estamos ante una producción que elude cualquier complacencia mercantil, cualquier gusto establecido. Los resultados visuales traducen un manejo del material cercano e íntimo. Establece un tipo de comunicación sensorial, en la que despliega su imaginación integrando elementos que remiten a lo mitológico y lo contemporáneo al mismo tiempo; fabulosos personajes oscuros que parecen venidos del espacio, simétricos, verticales, dignos… Lo monocromático suele estar presente, no solo cuando arremete con lo sombrío, con lo oscuro, sino también cuando en sus piezas blancas se hace presente ese espíritu sepulcral que asociamos con los cementerios. 

Hay otra zona de su amplia obra que se implica más en el espacio, no solo cuando hace conjuntos de esculturas que lo intervienen activamente, también en la serie Nómadas, donde  juega con imágenes de improvisada arquitectura. Aquí la tensión espacial y el equilibrio son fundamentales, son esculturas muy medidas y balanceadas, de atrevidas composiciones, de delicadas y precisas instalaciones. 

Polímero, madera, hierro…son parte de la amplia gama de materiales que domina, a los que impregna una pasión llena de franqueza y de libertad interior, huellas de un comportamiento que no pretende complacer sino sacudir, pues la comunicación con el espectador entra por los poros, información que arriba a nuestro interior sin la necesidad de las palabras.

Durante su discurso al recibir el V Premio Internacional de Artes Plásticas Obra Abierta (2016), de la Fundación Caja de Extremadura, Luis Jaime aseguraba que el miedo que podía provocar su pieza premiada era imprescindible para su fortaleza. Tenía razón al asegurar que en otras manifestaciones artísticas (como el teatro, el cine, la literatura o la música) el recurso de provocar miedo era visto como algo positivo, pero no en las Artes Plásticas. Y claro, si su fuerza expresiva pone en crisis la asociación de la escultura con lo que se entiende como «bello» lo más posible es que al mercado no le guste. 

En el campo de la pintura se ha trascendido mucho más el punto de vista conservador que afilia la producción artística con lo decorativo. Gracias a los expresionistas y a movimientos artísticos un poco más recientes, como la transvanguardia italiana o el bad painting de los años 80, el establecimiento de lo «crudo » y hasta de lo «feo» como un valor, como un medio expresivo a tener en cuenta, ha ido bastante lejos, pero la escultura ha quedado en el inconsciente colectivo mucho más asociada a su función decorativa, sobre todo por su uso en lugares públicos como ambientación.

Es por eso, entre otras razones, que un escultor que se atreve a utilizar la turbación, la consternación y hasta el terror como tácticas comunicativas, se enfrente a las posiciones conservadoras de quienes piensan que una escultura ha de ser siempre complaciente y ornamental, ignorando la obra de importantes maestros de la Historia del Arte. 

Para este artista la creación es una puerta a lo desconocido, la posibilidad de imaginar más allá de razonar, no quiere inducir al espectador a una tranquila y segura respuesta, y no quiere que duerma bien pues sabe que para mensajes tranquilizantes ya tenemos bastantes medios, prefiere perturbarnos, inquietarnos, llevarnos a una muy diferente fruición estética, que nos permita apreciar esa otra belleza, menos convencional, menos amable pero contundente, irrefutable.

Reconocimientos como el Primer Premio de Escultura en la Exposición Internacional de Arte Belenista (1970) o el de Modelado en la especialidad de Imaginería Castellana (1972) fueron importantes estímulos que impulsaron su carrera; actualmente su obra posee una profundidad mayor y como dice un proverbio «mientras más alto vuelas menos te ven». Precisamente la ausencia de concesiones, la honestidad con que afronta su creación, hace más difícil que se convierta en un artista totalmente «asimilado», pero… ¿acaso no es este es el precio que han de pagar los verdaderos artistas? Al final, como dice una canción de Pablo Milanés, «lo que brilla con luz propia nada lo puede apagar», y la obra de Luis Jaime Martínez del Río posee una gran luz detrás de tanta aparente oscuridad.  

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