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Bellas Artes

Iconografía femenina contemporánea en clave pop

La obra de Amparo Modino

«La simulación no es la que oculta la verdad.
Es la verdad la que oculta que no hay verdad.
La simulación es verdadera».

Jean Baudrillard

Por: Ángel Alonso

ARTÍCULO. (Versión digital)

El corpus pictórico de Amparo Modino encarna una actitud meditativa que se manifiesta más allá de lo tangible; constituye una reflexión, una suerte de pensamiento visual. Esto se refleja tanto en sus referencias históricas (mujeres destacadas en el campo de la cultura)  como en sus elecciones técnicas: colores planos, líneas precisas y una estética que mezcla la pintura espontánea (salpicaduras, manchas de colores) con el dibujo gráfico-industrial.

Esa fricción formal genera un «campo de fuerzas» donde la figura, resuelta en una escala monocroma casi escultórica, irrumpe desde un fondo cromático convulso; el estallido fucsia, azul o amarillo no es mero ornamento, sino un estrato semiótico que remite al ruido visual de la cultura de masas. De este modo, Modino reactualiza la estrategia pop de Warhol —la celebración crítica del icono reproducible—, pero la subvierte al reintegrar la mano de la artista y, con ella, la singularidad del trazo; se trata, parafraseando a Walter Benjamin, de reinstalar el «aura» en la era de la reproductibilidad técnica.

La obra identifica, más allá de su discurso consciente, una de las problemáticas esenciales del arte actual: la tensión entre mímesis y simulacro; por un lado está la referencia al mundo real y por el otro la abstracción, creando una paradójica armonía por contraste al ensamblar ambos conceptos, aparentemente contradictorios, en una misma imagen cuya polarización resulta sumamente atractiva.

La inclusión de tatuajes florales o de códigos estéticos urbanos sobre cuerpos canónicos opera como un gesto intencionalmente anacrónico que fractura la linealidad temporal: la elegancia dorada de la edad clásica del cine, la rebeldía punk-soul o la imaginería glam de los 80, dialogan aquí con prácticas contemporáneas de autoescritura corporal. Así, la obra se sitúa en un punto de cruce entre la iconografía devocional del Renacimiento —el busto en blanco y negro pudiera recordarnos al mármol idealizado de un Verrocchio, por ejemplo— y la crítica posmoderna del signo vaciado de Baudrillard, quien puso de manifiesto el reemplazo de lo simulado por lo real. ¿Acaso no ocurre lo mismo actualmente, ya no en las imágenes, sino hasta en las noticias? La obra de Amparo, además de sacudirnos y hacernos sentir admiración por la perfección de su realización, también nos motiva a reflexionar sobre las inexactas fronteras que dividen lo real y lo ficticio. Su contemporaneidad resulta incuestionable, sobre todo viviendo en un mundo de pantallas titilantes pobladas de imágenes atravesadas por filtros, perfeccionadas por aplicaciones dirigidas a la idealización de todo lo que vemos. 

Para el espectador, la pregunta ontológica se vuelve ineludible: ¿contempla el retrato de una persona concreta, la máscara mediática que la historia ha construido, o un espejo de sus propias proyecciones culturales? La pintura de Modino, en última instancia, no confirma identidades; las problematiza, dejando al sujeto ante el vértigo de una analogía siempre en proceso de reinscripción —gracias a sus infinitas posibilidades de redefinirse, reinterpretarse o recontextualizarse—.

Estas tres obras, contempladas en conjunto, proponen una reflexión sobre la diversidad de lo femenino en la cultura popular. A través de Audrey, Amy y Madonna, Modino traza un mapa emocional y estilístico de distintas épocas y formas de expresión del ser mujer: desde la elegancia clásica, pasando por el alma rota de una artista contemporánea, hasta el empoderamiento explosivo de una estrella indomable.

En este entramado visual donde el ícono se convierte en espejo y el arte en campo de batalla simbólico, Amparo Modino no solo representa figuras femeninas: las reescribe, las reconfigura y las proyecta hacia el presente como presencias activas. Su obra no ilustra lo femenino, más bien lo amplifica, lo compone desde los escombros del mito y los destellos del deseo pop. Así, su pintura se vuelve un gesto lúcido y vibrante que interpela al espectador desde la belleza, pero también desde la inquietud. Frente a sus retratos, no queda otra opción que mirar dos veces, porque lo que parece claro es siempre más complejo de lo que aparenta. Modino no cierra un discurso: lo abre, lo expone y nos deja —como todo gran arte— con más preguntas que respuestas.  ■

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