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Bellas Artes

La fragilidad y la fuerza

Fotografías de Jesús Delfino

«El absurdo y anti-absurdo son los dos polos de la energía creativa». Karl Lagerfeld

Por: Ángel Alonso

ARTÍCULO. (Versión digital)

Jesús Delfino Villa (Caimanera, Guantánamo, 1959) transita una línea conceptual que nos interpela; nos hace reflexionar sobre la realidad circundante a través de imágenes que contienen una fuerte carga semántica. En esta ocasión nos presenta dos fotografías en las utiliza el recurso de enfrentar objetos de contraria carga sígnica; la confrontación a la que los somete nos recuerda ese «absurdo, pero no tan absurdo» del que hablaba Carpentier para referirse al surrealismo.

En el caso de Moisés, la oposición entre lo tierno y lo crudo, entre lo suave y lo duro, es el recurso que provoca el impacto. La pieza resulta perturbadora y poderosa conceptualmente: La cuna, asociada al nacimiento, nos remite a la inocencia, pero en lugar de contener un bebé acoge un grillete y una bola de hierro, metáfora de cautiverio. La yuxtaposición entre objetos de significado opuesto despierta, en este caso, una profunda reflexión sobre los condicionamientos que impone la sociedad al individuo desde sus primeros días de vida. Se produce aquí una tensión simbólica entre los elementos que componen la imagen. El Teddy Bear, bordado en la funda de la almohada, se vincula aquí con una tradición iconográfica en la que lo infantil funciona como soporte simbólico de la vulnerabilidad.

Por supuesto, el título remite directamente al relato bíblico sobre Moisés, salvado de la muerte y destinado a liberar a su pueblo de la opresión. Estamos ante una reconfiguración del mito en clave crítica. La obra nos sacude y nos hace pensar en la fragilidad de nuestra conciencia; desde el inicio a merced de condicionamientos y prejuicios que nos encadenan. 

El discurso se fortalece mediante una intencionada austeridad; los recursos utilizados son solo los imprescindibles para sintetizar la idea. La frialdad oxidada del hierro encarna la presencia del sufrimiento, que invade ese espacio de protección representado por la cuna. La inocencia —parece decirnos el artista— no tiene muchas posibilidades de crecer en contextos estigmatizados por una herida estructural que nos afecta desde el inicio de la vida. ¿Será la herencia colonial y esclavista de América Latina? Respuestas puede haber muchas pero no es tarea del artista darlas. Delfino nos ofrece una imagen que incomoda, desafiante, que convoca a pensar lo que significa nacer hoy en un planeta donde la libertad es un privilegio. La imagen permanece en la retina, como un aviso preventivo y una plegaria.

Hay otra obra de Delfino que no necesita título, pues resulta muy directa y su discurso es contundente; la sobriedad y el dramatismo de la composición así lo atestiguan. El fondo oscuro aísla la figura protagónica del cuño, potenciando su carácter escultórico, mientras que la luz incide sobre su superficie revelando lo rugoso de la madera, que contrasta con la fragilidad del cristal roto. Este contraste de texturas entre lo áspero y lo quebrado acentúa una oposición conceptual entre la norma rígida y la fractura social que esta genera.

El cuño, lejos de validar, se presenta como un objeto destructor; no imprime orden, al contrario, quiebra la superficie especular, esa que refleja la realidad social. Porque aplastar un espejo con un cuño es cuestionar los tradicionales instrumentos de legitimación. El artista lo expresa con claridad: «El cuño como instrumento de legalización o reconocimiento oficial no da solución a los problemas, solo los perpetúa». La obra nos recuerda el pensamiento de Michel Foucault, quien se refirió a las formas en que el poder se ejerce a través de dispositivos aparentemente neutros o administrativos. Existe una engañosa legitimidad en todo aquello que porta un sello, una firma o un protocolo.

El espejo se puede asociar con la autorreflexión, pero también con la duplicación simbólica que produce el reflejo: una imagen de la realidad aparentemente fiel pero totalmente inversa. La violenta fractura que produce el golpe es una suerte de ruptura, una manifestación de la imposibilidad de reconocerse en una sociedad atrapada en estructuras burocráticas —mecanismos que Franz Kafka plasmó como inútiles en su novela El proceso— que no ofrecen soluciones reales.

La burocracia suele inmovilizar, el acto de sellar rompe el dinamismo de la realidad —su capacidad de ser transformada—. El espejo quebrado no refleja con coherencia, devuelve una imagen dislocada, desdibujada y fragmentada. El gesto de oficializar, también puede ser una imagen de violencia cuando lo legal se aleja de lo justo. La imagen admite interpretaciones que van mucho más allá de la crítica a la ineficiencia, también puede leerse como una reflexión filosófica sobre el papel del poder simbólico en la construcción de la realidad. Y es que Delfino no ilustra los conceptos: los problematiza visualmente. ■

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