El «diario de campaña» de Rafael Gonzáles Pérez
Por: Ángel Alonso
Un pintor no debe pintar lo que ve, sino lo que se verá
Paul Klee
Para Rafael Gonzáles Pérez (Sancti Spiritus, 1976) el acto creativo está integrado a sus vivencias como si fuese un «diario de campaña»; su investigación acerca de la memoria y sus ataduras, de los traumas artificiales y verídicos de la emigración, está condicionada por su propia vivencia. Cuestiona el artista, con fino humor y un empleo inteligente de los medios expresivos, las dependencias psicológicas que convierten la gran aventura de emigrar en una desgracia innecesaria para quienes no sean capaces de superar la barrera mental que les ha construido el poder.
Bajo el manto moral del «deber patriótico» muchos emigrantes cargan una gran culpa sobre sus espaldas, pesadas maletas sin ruedas con las que transitan los aeropuertos, arrastrando una mentalidad viciada de la que no se desprenden. Hay una manera sana de recordar y es importante saber quién uno es, esté donde esté, pero hay también un modo enfermizo de atarse al pasado, como si las «raíces» fueran físicas y nos ataran al terruño impidiendo nuevos y nutritivos aprendizajes.
Sus figuras las construye a partir de materia fragmentada que cose; relieves propios del arte matérico se subordinan a un tierno dibujo cuyas líneas son los hilos que lo amarran, es entonces cuando comenzamos a relacionarlo con cierta zona de la Historia del Arte que Paul Klee protagonizó con aquella ternura que emanaba de sus dibujos. También Rafael -sin parecerse en nada al célebre artista en el sentido morfológico- utiliza el recurso de confeccionar figuración con abstracción. Una figuración expresionista, pero delicada y de carácter sencillo, se entreteje con masas salientes de materia cargadas de riqueza plástica. Ayudados unas veces por los textos que incorpora, otras por la precisión de la línea o la limpieza de un plano, intentamos descifrar sus significados anecdóticos hasta darnos cuenta de que no se trata de leer sino de sentir; que nuestra interpretación será mucho más certera si dejamos tranquila la mente y, como en una meditación, nos adentramos en la verdadera esencia de lo que el artista nos transmite.
Mucho más que la actitud consciente de abordar la dicotomía del emigrante -aquella contradicción entre la actitud de integrarse a la nueva cultura o permanecer aferrado a la propia por miedo a perder la autenticidad- lo que hace Rafael es encarnar la fragmentación que sufre la personalidad ante el nuevo reto y los sufrimientos que le provoca su artificial culpabilidad. Realmente aquella idea del «arraigo cultural», de que tenemos «raíces» no debería dejar de ser una metáfora, pues obstruye nuestra libertad a tal punto que hay personas que, no ya emigrar, sino el sólo hecho de salirse del pueblito donde han vivido les provoca un desproporcionado sufrimiento.
Quizás en el caso específico de su país, la nostalgia se multiplica por el hecho de que para muchos emigrar significa perderlo todo, para algunos significa incluso no poder regresar; experiencia que no tiene nada que ver con la del sueco que se va a vivir a África porque le gusta el paisaje, pues aún cuando elija vivir en condiciones difíciles sabe que eso es opcional, sabe que puede tomar su avión de regreso al confort. Desde el tercer mundo al primero la experiencia es muy diferente, y la disyuntiva entre adaptarse al nuevo contexto renunciando a una parte de uno mismo, o la opción contraria, que consiste en vivir una vida de «gueto» y conservarse tal cual uno llegó, es uno de los tópicos que aborda Rafael en su propuesta.
La obra de este artista es tántrica, porque pone mucha más atención al proceso que al resultado, en ella el placer del tránsito es más importante que la meta; como ocurría con Pollock, que al decir de Umberto Eco es un error colgar sus cuadros, ya que la obra es la acción misma, por encima del aspecto físico final. Rafael es performático aún en sus pinturas e instalaciones, por eso registra en vídeo los procesos de construcción de las mismas, desde las que teje hasta las que dibuja, desde las que instala hasta las que acciona.
La obra de Rafael Gonzáles Pérez es al mismo tiempo sencilla y compleja; sencilla por la síntesis de sus dibujos y compleja por la densa carga de contenido que se origina al concertar la delicada figuración con aquellas densas masas de materia que la respaldan. Ese ensamblaje entre lo tosco y lo frágil, desemboca en la paradójica belleza de una rosa, que te atrae por un lado mientras que por el otro, te hace sangrar con sus espinas.
LAS INFINITAS POSIBILIDADES DE LO COTIDIANO