Por: Marta María de la Fuente Marín
« ¿Cómo le va a dar la razón a los dos bandos? Una cosa que se parece a un elefante, no puede parecerse a una bicicleta.»(1) Así recita una de las primeras secuencias de la película de Juan Carlos Tabío, El elefante y la bicicleta.
Una metáfora de la interpretación en sí misma, que el director construye a partir de la volubilidad de una nube. Muestra cómo una figura de poder la tuerce, o más bien la aniquila, en la mera circunscripción a la lógica del mundo -la explicación física de la nube en una de las secuencias finales-. Más allá de cortarle las alas a los niños -léase hombres-, se trata realmente de que estos no tengan la conciencia de que las portan.
Entre las tantas lecturas que suscita un filme como ese, se encuentran largos discursos políticos sobre cuestionamientos de todo tipo, pero eso es «harina de otro costal»; porque la condición intrínseca del arte sobre la posibilidad infinita también se siente poderosamente aludida y ahora en ella se centra la atención.
Es cierto que la minuciosidad técnica de las composiciones de José Luis Lorenzo Díaz (Pinar del Río, 1976) no da lugar a confusiones sobre si es un elefante o una bicicleta. Sin embargo, logra, por ejemplo, que la irracionalidad de convivencia física entre esos dos elementos se haga factible en obras como Preparación, de la serie Hasta cuándo.
¿Surrealismo? No. Simplemente posibilidad. Esas son las alas del arte y este artista las aprovecha al máximo cuando metamorfosea los humanos con los animales. En su obra «una cosa que se parece a un animal, puede parecerse a un hombre», porque utiliza rasgos de ambos en una creación zoomorfa de diferentes soluciones. A veces estas radican en las locaciones, que van desde la referencia específica del malecón habanero, hasta fondos oníricos; y otras, en los personajes, desde Madonnas porcinas, en Madre Tierra hasta reses toreras, en El Ilusionista.
Sin embargo, uno de los elementos más llamativos en cuanto a esta dualidad física es la desnudez con la que dota, o no, a sus figuras. Ciertamente (des)vestirse es una cualidad humana, pero el artista no siempre la utiliza para remarcar dicha condición, muchas veces la emplea para el efecto contrario.
Por una parte, en algunas piezas, como La limpieza, no solo se referencian las prácticas religiosas afrocubanas a través del acto que se realiza, los complementos y los propios animales, sino que la desnudez de los cuerpos zoomorfos, en mitad de este ambiente, hace un guiño valorativo a estos ritos. Una representación desprovista de vestuario, entendiendo este como una cualidad civilizatoria, no acerca a los personajes principales a la humanidad, todo lo contrario, refleja el apego a la naturaleza, a la noción de primitividad, a lo salvaje.
Por otra, en obras como Aprendiz de orador la ropa forma parte de la humanización del burro conferenciante. Si bien no tiene ningún estilo reafirmativo, lo cierto es que llevarla facilita el entendimiento de su verdadero sentido como símbolo de la política. Algo que sucede de igual manera en obras como El difícil arte del marionetero, donde puede verse de manera conjunta lo analizado por separado en las dos piezas anteriores.
Mientras el caballo se trasviste con toga, sus secuaces quedan al descubierto, no solo de ropa, sino también de significado. Los «titiriteros mayores» -o «los caballos», «peces gordos» u otros apodos que reciben los grandes negociantes- suelen esconderse bajo los disfraces de la sabiduría y la justicia. Esta distorsión de identidades se ve facilitada por la inmunidad impoluta que sus lacayos les proporcionan. Y Lorenzo los retrata perfectamente. Arranca las máscaras de cuajo y deja a la intemperie sus personalidades depredadoras. Sin embargo, el cuadro se resiste a revelarlo todo. Fuera del marco de referencia, otros hilos se distienden en una suerte de cadena alimenticia, de la cual no se sabe ni su condición, ni sus víctimas.
Sin lugar a dudas, este artista busca los sentidos y aprovecha sus posibilidades interpretativas, no las remotas o hipotéticas que puede haber en la combinación morfológica de un elefante con una bicicleta, sino aquellas que disparan flashes de realidad sobre la peligrosa cercanía del hombre a su instinto animal, cada vez más puro y en mayor grado.
1._ El elefante y la bicicleta. Película dirigida por Juan Carlos Tabío. 1994