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Bellas Artes

EL LATIDO DEL ARTE

Ponencia para el Congreso de la Asociación Madrileña de Críticos de Arte (28 y 29 de noviembre de 2024)

Por: Gregorio Vigil-Escalera
Obras: Ángel Alonso

ARTÍCULO. (Versión digital)

El arte, a lo largo de los siglos, siempre ha sido puesto a prueba y hasta en duda por la interferencia de factores religiosos, sociales, políticos, ideológicos, sociales o culturales. En ocasiones, dadas las circunstancias, se ha sometido, pero nunca ha dejado de revolverse y rebelarse.

Reflexión

El artista sabía que para serlo jamás debería ceder a la mera fachada, a la falsedad, pues la fortaleza del arte radica en la captación de la esencia de las cosas, del ser y de sí mismo, en la revelación de la realidad intrínseca como aspiración última.

Hemos de partir de la base, entonces, de que hay que orientar nuestro conocimiento en varias y sucesivas direcciones y variar los puntos de vista, motivo por el que nuestra aprehensión e intuición del fenómeno artístico nos lleva actualmente a unos espacios que en parte tergiversan, adulteran o falsifican el mensaje en aras a unas modas o a unos deslumbramientos que implican una falta de conciencia estética y un actuar sin memoria. Sin la supervivencia del pasado en el presente y de cara al futuro, no habría duración sino solamente instantaneidad (Bergson).

Hay que preservar la permanencia del arte, configurarlo dentro de un constante fluir que demanda un continuo cambio de calidad, pues sin ella se convierte en un medio inmóvil. Pero abordar una problemática de esta naturaleza necesita un análisis, conocimiento e imaginación, el primero y el segundo sobre lo inmóvil y el tercero sobre lo móvil. Tanto más cuanto la variabilidad de este prodigio engendra tantas variaciones como cualidades y modificaciones.

Hoy mismo se habla de una especie de ruptura ambiental dentro del mundo del arte, con relación a lo que fue y ya no es, por mor de nuevas ideas que generan otras condiciones necesarias para garantizar nuestra civilización. Lo que para algunos resulta, no obstante, una tarea casi imposible ante el surgimiento de tantas contradicciones, impugnaciones, incoherencias, que son tan patentes que ni el arte es capaz de apelar a nuestro deseo de vivir y a nuestro miedo a morir.

Desde la base de una coyuntura que solo es propicia en ciertas áreas, territorios, centros, las obras de arte emprenden recorridos vulnerables, sacudidas, confusiones, manipulaciones e irracionalidades desmedidas.

Walter Darby, un artista americano, declaraba que la presión del mercado por tener un arte accesible, poco exigente y profundamente emotivo es ahora extrema, lo que enfocado desde otra perspectiva puede inducirnos a considerar que al ente mercantil lo único que le interesa es la asimilación, la integración y la venta, por un lado, y la segregación y rechazo por el otro, sea en los términos que sea.

Tal impresión nos ha llevado al convencimiento sutil de que todo arte es sensato y compatible con los valores espirituales inherentes y por los que nos regimos, tanto como para que se resucite a los muertos y tolerar que todo lo nuevo sea admitido.

Sin embargo, el hecho que no ha variado y quizás es más acusado cada día que pasa es el de un gran infortunio en la base de la población artística —bien es cierto que la producción se ha triplicado a partir de la globalización— y un star-system exagerado en la cumbre. A lo cual habría que sumar lo señalado por Siri Hustvedt respecto a que los que más escandalosamente se han equivocado sobre alguna obra suelen ser los que se ganan la vida escribiendo sobre arte.

Con lo cual, ¿qué relato histórico y económico de la materia es admisible? ¿Aquel en el que los conceptos de modernidad, vanguardia, innovación y ruptura han sido y son los elementos aglutinantes que nunca abandonarán este universo, en el que lo fundamental es una toma de posesión de la realidad y una afirmación de lo humano en su creatividad con el fin de seguir construyendo un gran patrimonio artístico y cultural colectivo? ¿Es posible, por tanto, un arte que aspire a una falta de mediación debido a una sociedad cada vez más tecnologizada, más determinada y con menos lugar para lo espontáneo? Bergson explicaba que no hay medio alguno de reconstituir, con la fijeza de los conceptos, la movilidad de lo real, que teníamos que situarnos en lo móvil para atravesar con él las posiciones inmóviles.

Conclusiones

En algunas ocasiones he hecho referencia tanto a la necesidad de una regeneración del arte como a su imposibilidad, dada la falta de sintonía con una sociedad sumida en el desconcierto, en la masificación, en el desequilibrio y en los valores del consumo.

Ante este escenario, las condiciones de su perduración zozobran y se zarandean entre una continuación de la situación presente, sorteando unas dificultades cada vez mayores, o dando un giro radical, incorporando nuevos focos de visión y renovación de estrategias y medios operativos. Sin que por ello acabe conduciendo a un experimentalismo científico a base de psicología, sociología, teoría de los conjuntos o cibernética.

Amenazar con su posible institucionalización, tecnificación, digitalización, mecanización, politización, etc., constituiría una degradación de su discurso y una pérdida de libertad creativa.

No en vano Heidegger concluyó que «el cuadro de verdad es el mundo que abre, el ente que sale a la luz en el desocultamiento de su ser». Claro que tal transposición en cada oportunidad ha de conllevar un impacto tanto visual y conceptual como emotivo y reflexivo, y una transmisión efectiva en el ámbito social y cultural, máxime cuando la acumulación de ismos, tendencias y corrientes han agotado su argumentario y dejado de proporcionar, como consecuencia, significados auténticos y reales del arte.

Tome el derrotero que tome en el arte en los próximos milenios ha de seguir enalteciendo la propia conciencia e incrementando intensamente la experiencia, cuyo estímulo y clarividencia ambos precisan.

Sin embargo, la reciente multiplicación de redes, centros, webs, medios y recursos, significa tal casuística que es patente el peligro de incurrir en desorientaciones, confusiones, manipulaciones, aquelarres informativos y hastío.

Se entendió que el ciclo de la modernidad estaba exhausto y se arrastraba postrado, falto de iniciativa y dirección. Pero con el arte contemporáneo se quiso avanzar por otra vertiente, como la concerniente a una retahíla filosófica y conceptual que nos abruma con lo relativo, la hibridación, el hermetismo, la globalización, la ambigüedad y la novedad, junto con la mediocridad, la vacuidad, la futilidad y la banalidad. Jean-Philippe Domecq es tajante en cuanto llega a declarar que la nulidad afecta al noventa y cinco por ciento del arte contemporáneo y Braudillard no le va a la zaga cuando advierte que la duplicidad del mismo, consiste en reivindicar su insignificancia y sinsentido.

Ante tal perspectiva, debemos apelar a Bergson en su explicación de que toda realidad es tendencia si convenimos en tratarlo como un cambio de dirección en estado naciente y en tanto nuestro espíritu pueda instalarse en esa realidad móvil, con lo que podrá adoptar constantemente un curso de acción hasta finalmente asirla intuitivamente.

Evidentemente, no podemos impedir que nuestro espíritu siga buscando puntos de apoyo sólidos y conservando como principal función representarse en estados y cosas, en tanto en cuanto no nos hayamos convertido en una humanidad cyborg —para muchos científicos ya inevitable— en camino de transformarse en androide.

Colofón de todo lo cual es el reconocimiento de que la crítica de arte debe centrarse en las obras, una por una, para encontrar en ellas cuestiones existenciales y genuinamente artísticas (desde la forma a la angustia, desde la visión hasta la reflexión, desde el placer al horror, desde la consumación hasta la ansiedad y la zozobra, desde el pensamiento hasta la emoción y desde el ser hasta la muerte. •

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