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El diálogo socrático, en verdad, fue solo evocativo, porque diálogo, lo que se dice diálogo, hubo poco; más bien aquello era un soliloquio, un monólogo del joven esteta, nada que ver con los diálogos escritos por Platón que, supongo, eran a los que se refería el orador cuando intentaba darle esa característica a su charla. El tema era interesante, y el conferencista, o sea, el joven esteta, lo hacía muy bien. Quizás le faltó un poco de fluidez, de moderación y un manejo más eficaz del tono vocal que tendía a lo monótono, a pesar de que el discurso era algo acelerado y, a veces, entrecortado, como nervioso. La estridencia del vestuario del esteta rompía esa especie de solemnidad con que se realizan a veces estos actos académicos y, a pesar de que no me disgustaba, creo que, hasta cierto punto, hacía que se focalizara más la atención en su persona que en su discurso. En resumidas cuentas, fue una conferencia muy bien llevada, bien hilvanada e inteligente. No obstante, hubo algunos planteamientos que me hicieron reflexionar. Y, ya de antemano, pongo el parche antes de que salga el agujero. No creo que yo, sin tener estudios académicos sobre el tema, siendo solo un ciudadano común y del montón, un mindundi, tenga la razón ni sea dueño (cosa que no me canso, ni me cansaré de repetir a la mínima oportunidad) de la verdad absoluta; simplemente este es mi criterio, mi análisis desde la ignorancia, mi punto de vista.
¿Puede «cualquiera» pintar como Caravaggio después de muchos años de esfuerzo y estudio? ¡Hombre, yo creo que cualquiera, cualquiera, no; muchos sí, seguramente! Pero esos «muchos» son una minoría paupérrima si la comparamos con cualquiera que puede ser la inmensa mayoría, es decir: todo el mundo. No creo que ese «cualquiera» tan abarcador y rotundo, sea la frase correcta a utilizar en este caso. «Muchos» es más adecuado, pero, esos «muchos», primero que todo, tendrían que tener vocación artística, tendrían que, al menos, saber dibujar y gustarle la pintura, y luego, para lograr el nivel de excelencia de Caravaggio, tendrían que estudiar y practicar muchísimo; quizás años si es un joven principiante o quizás menos si es dueño de un talento fuera de lo común. Artistas los hay buenos, muy buenos, excelentes y genios, y entre ellos los hay imitadores y falsificadores. Sin embargo, no es el caso del artista al que el esteta puso de ejemplo, ni es un imitador ni es un falsificador. ¿Pero por qué considero yo que este joven artista italiano no es un imitador de Caravaggio a pesar de que la crítica lo llama el Caravaggio moderno? Pues porque aunque su técnica, su tratamiento de la luz, su uso del color, su manera de dibujar la figura humana y las composiciones en sus cuadros nos puedan remitir al barroco y a Caravaggio, nada de esto da por sentada esa tesis. Primero porque los temas que tratan uno y otro son completamente diferentes y tienen distintas lecturas, y hay, además, en el hacer de este joven artista, dosis de surrealismo y de neoclasicismo. Segundo, porque el joven artista italiano lo hace con conocimiento de causa. ¿Quizás como homenaje? ¿Quizás como una manera de rescatar una técnica y una manera de pintar efectiva, efectista, rigurosa, bella, casi perdida y olvidada en la plástica actual? O, simplemente, porque le nace de sus testículos, y punto.
¿Por qué hay que denigrar el buen hacer o el oficio de aquellos artistas que siguen la línea clásica y académica y contraponerse a la supuesta originalidad del arte contemporáneo?
Y sí, hay que reconocer además el esfuerzo, la pericia, el talento y la poética. Y hay que interpretar. Esta manera de pintar a lo «antiguo» le sirve al joven artista para hablar del hoy, y para hablar, también, del ayer, y del comportamiento humano, que es atemporal. Es como si yo ahora utilizara el soneto, la décima o el romance para hablar de la crisis económica, o de otra crisis: la migratoria, o para hablar de la pandemia del Covid, de las elecciones en USA o del Brexit, etc. ¿Eso me convierte en un imitador de Quevedo, de Lope o de Góngora? Porque si tener un estilo parecido o aplicar la misma técnica te convierte en un imitador entonces Antonio Saura lo sería de Franz Kline, o de Picasso. Recuerden, por ejemplo, los retratos que Saura hizo de Dora Maar… ¿Son imitaciones de los de Picasso? Pues no, son reinterpretaciones, igual que hizo el propio Picasso con Las Meninas de Velázquez, por ejemplo. Hay mucho de Kline, de Picasso y hasta de Robert Motherwell en Antonio Saura, y no creo que a nadie, ni por asomo, se le ocurra decir que los imitaba.
¿Puede «cualquiera» tener una idea relativa al arte como la tuvo Duchamp?, pues no, tampoco, pero eso no quiere decir que Duchamp fuera el único capaz de tal cosa, y creo que aquí volvemos a lo de: «cualquiera» no, pero «muchos» sí. De hecho, DADÁ ya lo hacía desde que se fundó el cabaret Voltaire en el Zurich de 1916. Hacían arte que no era arte. Marcel Duchamp fue DADÁ, como lo fueron Man Ray, Tristan Tzara y Hugo Ball, este último padre de la irreverente criatura; pues alguno de ellos hubiera podido haber hecho lo que hizo Duchamp cuando mandó su mingitorio a aquella, hoy célebre, expo en New York. Ahora, ¿podemos estar seguros que cuando presentó La fuente en esta exposición su objetivo era socavar los cimientos del arte y no era, simplemente, una especie de broma? Porque toda la intríngulis teórica vino después, quiero decir, después del rechazo. ¿Si se hubiera aceptado La fuente en la expo, qué hubiera pasado en realidad? ¿Realmente la idea de La fuente es original de Marcel Duchamp? Algunos estudios lo ponen en duda. Pero bueno, ahora no vamos a desmerecer la labor de Duchamp ni su importancia en la historia del arte, aunque a mí me resulten intragables los ready-made y toda la comparsa de malos imitadores de Duchamp que, hoy por hoy, siguen sacando réditos a algo que está trillado hasta el cansancio. Para mí el mejor Duchamp es el de Desnudo bajando una escalera y también el de todas las obras que la preceden. El Duchamp catalogador de la Sociedad Anónima y hasta el de Étan donnés (aunque me recuerde inevitablemente a Courbet y a su Origen del mundo. Yo, ya lo he dicho, soy un don nadie, no soy Octavio Paz, Panofsky o Scruton, no soy ni hermeneuta ni exégeta ni ontólogo ni epistemólogo, tampoco esteta, filósofo, crítico ni «artista», solo un hombre común al que le gustan las artes en general, pero no por ello, por ser un ente del montón, soy un asno o padezco síndrome de idiocia. Pienso y existo. Defiendo la experiencia estética y la belleza. Soy humano, por lo tanto, defiendo la primacía del concepto del gusto y a él me remito. ■
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