cabecera 2023 logo

Bellas Artes

Dánae

Por: Emilia S. Echezarra

ARTÍCULO. (Versión digital)

Uno de los pintores más significativos que pasó, dejando su huella por la Belle Époque, la exuberancia modernista y el Art Nouveau, fue Gustav Klimt. Nacido en 1862 y siendo hijo de un grabador —de quien aprendió muchos recursos técnicos— Klimt fue uno de los pintores pioneros del Modernismo y, naturalmente, tuvo muchos seguidores. Sin salirse de la demanda de su época, crea su propio estilo, no sin transmitir su mundo lleno de simbolismo, donde se representa la muerte, el exotismo y el erotismo, a pesar de las críticas de los sectores más conservadores. 

Y fue capaz, según mi punto de vista de pintora, de transformar el concepto decorativo modernista, muy valorado también por la burguesía, en su creación trascendente y mística, con un punto erótico, que hará grandes aportes en el tratamiento del erotismo (diferente a partir de él) convirtiéndolo en una búsqueda del mundo personal interior.

La carga formal de sus ornamentaciones las aprovechó para dar a su pintura los símbolos necesarios y trascendentes, con unas composiciones completamente equilibradas. Sus temas con mujeres sensuales y parejas en actitudes eróticas eran muy criticados e incluso, cuando pintaba mujeres con vestidos opulentos, dejaba intuir el desnudo de sus cuerpos llenos de sensualidad. Por tanto, podemos decir que las mujeres que plasmaba eran misteriosas y femmes fatales. El erotismo fue un tema obsesivo de la época, en la que Freud influyó con su manera de vincular los objetos a los significados, por medio de investigaciones sobre el subconsciente.

En la pintura de Klimt aparecen a menudo granos de polen y pistilos, semen y óvulos dorados con un significado, para mí, más trascendental que descriptivo, con el planteamiento inconsciente de la existencia del ser humano y su misterio. Cuando retrataba mujeres, no dejaba de mostrar el contenido erótico, censurado, como hemos ya comentado, muy a menudo.

A pesar de todo, y también su mundo fantástico, no quedó limitado a la demanda de una sociedad hipócrita y decadente, siendo el precursor de un arte contrario al academicismo anterior a la guerra. Rebelde en su vida, tuvo muchos hijos sin casarse nunca, y por consiguiente también rebelde en su pintura. No obstante y pese a ello, fue reconocido y solicitado por la clase dominante, dadas sus excelentes cualidades pictóricas y creativas.

En sus composiciones juegan los elementos de una manera equilibrada, y compensa todos los espacios con una riqueza de texturas a las cuales da significados mágicos, simbolistas y esotéricos, propios de un Modernismo en alza. En su concepto, adecúa sus temas, a veces mitológicos, dotándolos de un carácter cercano, anulando toda anécdota innecesaria y actualizando los sentimientos de manera universal.

Analizando el cuadro que le encargaron sobre Dánae, Klimt utiliza el movimiento mitológico como recurso y, según mi interpretación como pintora, existen dos lecturas paralelas. La primera nos relata el mito de Dánae, encarcelada por su padre el rey Argos, al que un oráculo le predijo que su nieto lo mataría. Por esta razón encerró a Dánae en una torre para evitar una posible fecundación. Júpiter enamorado de Dánae consigue penetrar en la torre en forma de lluvia de oro. Es el momento de la fecundación. El momento único y mágico, interpretado por el artista, y que no solo va a interpretar —según mi visión— en una única secuencia, como el mito de Dánae, sino de la mujer por antonomasia. Es por eso que Dánae nos puede inspirar la ternura de un momento íntimo desvinculado de cualquier argumento retórico. La sensibilidad de la mujer dormida, abierta a recibir el esperma dorado, ilusorio en un mundo idílico y particular.

Seguramente el pintor, fue consciente de todo el erotismo que consiguió con la mujer de cabellos rojos y labios sensuales. Es la imagen de mujer libre que duerme confiada, casi niña, casi donne fatal. Sobre todo, dentro del contexto social, donde justificamos todo este contenido de reminiscencias griegas.

Formalmente, podríamos decir que tiene una composición circular donde nuestra mirada da un giro de espiral —de adentro hacia afuera— que puede significar una abertura de la mujer al mundo, en la que el momento álgido se adivina rojo, con la ondulación de los cabellos.

El pecho claro nos dirige la mirada a un rostro apacible, en el que los sueños son tranquilos y la mano, que agarra las sábanas, como si quisiera retener lo más íntimo de ella y sus sueños omnipresentes, sugeridores y sugeridos.

Su confianza, expresada por sus piernas abiertas donde penetra Júpiter dorado, es representada por texturas propias del modernismo, compensado equilibradamente por el tul morado, transparente, lleno de símbolos y círculos con significados orientales. Los colores son cálidos, la piel, el cabello color fuego y los dorados que envuelven e inducen a sentir la calidez de la joven; su ternura.

La primera visión nos muestra el recogimiento en círculo de Dánae que la deja tranquila y misteriosa. Y nuestro subconsciente de espectadores, nos hace mitificar el momento sensual y nos hace trascender por encima de nuestra vida cotidiana. Es la esencia del Arte que nos transforma y nos hace sentir cerca del sentimiento colectivo de la sensualidad en momentos únicos. Es el Arte que nos hace preguntas interiores, transmitidas por una mujer de cabellos anaranjados.

COMPARTE, DALE ME GUSTA, REPITE

¡Nos gustaría saber tu opinión!

Comenta el artículo. Gracias