Con la energía de un oso

La obra de Carlos René Aguilera Tamayo

Por: Ángel Alonso

Lo primero que apreciamos frente a la obra de Carlos René Aguilera Tamayo (Santiago de Cuba,1965) es su laboriosidad y dedicación. Sabemos, al contemplar cualquiera de sus piezas, que su fortaleza no ha sido producto de ninguna mágica iluminación sino de un arduo trabajo. Se rompe aquí el mito del genio atormentado para dar la bienvenida a lo único en lo que realmente podemos creer cuando admiramos al artista: su entrega a su obra. No hay aquí golpes de suerte ni casualidades, se ve con claridad que ese particular modo de construir sus imágenes es producto de la intensidad con la que crea. 

Hay algo de escultórico en su pincelada, las figuras poseen una tridimensionalidad resuelta bajo un sistema representacional que no es académico sino propio. En una obra como Once Juanes, por ejemplo, representa las olas del mar como si estuviesen formadas por fibras, una red de cilindros fragmentados que giran  en remolino. Lo mismo pasa cuando representa un gallo cuyas plumas parecen cables, un manojo de fibras almendradas, cada una con el mismo tratamiento de volumen, elaboradas con gran similitud, como si hubiesen salido de una industria, cientos de larvas uniformadas que construyen el ave. 

En primer plano está el mundo natural, y como parte de este el ser humano. Cuando representa un oso polar, por ejemplo, el pelo translúcido del animal aparece formado por una red de pinceladas rígidas. Y es ese hieratismo de pinceladas que golpean la superficie lo que le da esa particular energía a la imagen. Porque Carlos más que pintar modela las figuras con su pintura, a través de un método propio de construirlas. Hay algo de electricidad en ellas, como si iluminaran en vez de recibir luz.

Los osos polares abundan en su pintura, contrastando su blancura con el verde oscuro de la hierba o las agrias callejuelas de los pueblos; lo mismo transitan sobre los techos de las casas que por los campos. Para Carlos este animal «es interesante como metáfora; no por la extrañeza de andar por las calles de Cuba o el Caribe, no; imagínense que es un animal grande, hermoso, fuerte, y a la vez vulnerable. Porque está en peligro, la humanidad lo está poniendo en peligro, está erosionando su hábitat, tienen que nadar cientos de kilómetros para buscar su alimento»1

No teme el artista afrontar los retos de una composición abigarrada de personajes que dialogan entre sí y crean una historia ante el espectador. Porque hay algo de teatral en estas escenas resueltas, en la mayoría de los casos, bajo la clave oscura de una paleta poblada de tonalidades sepias y matices agrisados. Lo que otros artistas resolverían con un plano uniforme, el maestro lo soluciona con una red de líneas. Abundan en sus pinturas las formas almendradas y los movimientos en espiral de texturas formadas por masas de líneas quebradas y tubulares que también terminan hincando como espinas.

Es de destacar la presencia del guajiro2, del hombre de campo, identificable por su sombrero; suele aparecer en actitud de macho, de domador a veces, de bebedor otras, pero siempre enérgico, masculino. Así, en su obra encontramos ángeles con alas de madera, carretas haladas por anacrónicos osos, pájaros sólidos que parecen tan duros como los árboles donde se apoyan, y es precisamente esta dureza lo que le aporta más vigor, más firmeza a sus figuras.

Lo anacrónico lo emparenta con el surrealismo. Las gamas oscuras que aplica lo identifican con ese surrealismo latinoamericano, mágico pero brutal, y poseedor de esa particular agresividad con que se desarrolló en México, por ejemplo, pues allí se reinventa este movimiento, al igual que en otras zonas de latinoamérica en las que la pobreza está ligada a la alucinación. Si miramos las tonalidades de color de María Izquierdo3, por ejemplo, o Remedios Varo4, encontraremos similitud con las tonalidades oscuras de Carlos, solo que los cuadros de este autor poseen un tratamiento más cuidadoso, menos primitivo que el de las dos importantes artistas nombradas.

Aunque el surrealismo haya surgido a partir de las teorías de Freud o la reforma marxista de la dialéctica de Hegel, lo cierto es que va más allá de los argumentos que lo amparan, del propio manifiesto de Bretón, de la poesía de Mallarmé… y se expande por el planeta interpretándose constantemente y tergiversando su origen. Y es que desde el tercer mundo es imposible ser indiferente al dolor; no encontraremos en el surrealismo latinoamericano calmadas reflexiones sobre el tiempo con relojes chorreando. Allí nos sorprenderán las puntillas de Frida, allí lo fantasmal viene del sufrimiento y en vez de jugar al «cadáver exquisito» nos encontramos  cadáveres de verdad.

El surrealismo en la obra de Aguilera Tamayo resulta hasta cierto punto dramatizado, lo representado no es un sueño sino una metáfora de la idea que quiere expresar su autor. En vez de dejar vagar al inconsciente, el artista hace uso de su plena conciencia para emitir sus ideas. Es un surrealismo —¿por qué no?— a partir de la vigilia y de la intención. El absurdo le sirve como camino para comunicar esas ideas que son tan redondas y claras que ni siquiera podemos traducirlas a la palabra porque traería «malentendidos», para decirlo al estilo de Exupery. •

1._https://centroclaret.com/2017/11/30/la-actividad-artistica-es-una-de-las-maneras-de-acercarse-a-lo-divino/
2._ Campesino de Cuba.
3._ María Cenobia Izquierdo Gutiérrez (San Juan de los Lagos, Jalisco, 30 de octubre de 1902-Ciudad de México, 2 de diciembre de 1955) fue una pintora mexicana, una de las primeras mujeres en exponer sus obras fuera de México, en 1930.
4._ María de los Remedios Alicia Rodriga Varo y Uranga (Anglès, Gerona, España, 16 de diciembre de 1908 – Ciudad de México, 8 de octubre de 1963), conocida como Remedios Varo, fue una pintora surrealista, escritora y artista gráfica española.

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