BEATRIZ ZAMORA; LA VERDADERA ESENCIA DE LA ILUMINACIÓN

Por: Ángel Alonso

Frank percibió que Charlie sentía pena por su ceguera y le dijo:
-Cierra los ojos y dime… ¿Qué ves?
-¡Veo todo negro! –respondió el muchacho espantado, a lo que Frank repuso:
-El ciego no ve negro, el ciego… ¡No ve! (1)

El color negro siempre se ha relacionado en la cultura occidental con el mal, con la muerte y con el infortunio, pero no siempre fue así, otras tradiciones culturales lo han emparentado con la madurez, con la dignidad e incluso con la resurrección, como pasaba en el antiguo Egipto. 

La obra de Beatriz Zamora (Ciudad de México, 1935) investiga la capacidad simbólica de este color -o de este NO color- al elaborar sus obras teniéndolo como protagonista. Pero para adentrarse en su propuesta uno de los elementos más importantes a tener en cuenta, una de las claves internas de su trabajo, está en el material utilizado para construir sus piezas. Y sabemos que, más allá de cualquier representación, hay una importante carga de contenido en la obra de arte que procede del material con que esté confeccionada. 

La calidad táctil de los brillantes relieves y sus diferentes matices, en unos casos, o las diferencias que encontramos entre tonalidades frías y cálidas, están condicionadas por los elementos naturales utilizados, que abarcan desde el carburo de silicio hasta el cuarzo negro. Se implica así esta obra en un compromiso con la naturaleza que pudiera definirse, si la palabra no se hubiese politizado tanto, como ecológico. En realidad se trata de un compromiso con la vida misma, con la búsqueda de su esencia universal, que se manifiesta en el espacio cósmico con la misma infinitud que en el interior de un átomo, pues la propia artista ha afirmado que…«El negro es el poder completo de la ley de la naturaleza (…) »

A nivel formal es ya un atrevimiento y un riesgo limitar al negro toda una producción pero es precisamente -y paradójicamente- esta restricción la que le devuelve luego su libertad, porque obliga a la artista a explorar al máximo las posibilidades expresivas de este misterioso color, es precisamente su prohibición de usar el círculo cromático la puerta de salida a una belleza antes ignorada. Y es una vez aquí, al descubrir lo inagotable de un solo y muy especial color, que salta de lo formal a la metáfora, porque parece susurrarnos la infinitud cuántica del universo.

La artista va desarrollando su vital obra con coherencia y elegancia; desde alguna parte la observa Malévich con agrado, como diciéndole con suprematista admiración: «Yo diferencié dos tonos negros pero tú… ¡haces miles!», mientras que Tapies, desde otro lado, le mira con recelo y habla de arte matérico, tratando de ponerle una etiqueta que no le hace justicia. Y claro que hay materia aquí pero con otro sentido, la coercitiva etiqueta no se ajusta a la creadora porque ella la rebasa, su investigación es mucho más espiritual que formal; más allá de la natural herencia de la Historia del Arte, más allá de las influencias que pueda haber asimilado en su primera juventud, lo cierto es que actualmente es tan propio su lenguaje que no puede catalogarse dentro de un movimiento u otro.

Al arte del tercer mundo suele percibírsele como una consecuencia del primero pero esto no es del todo cierto, también ocurre lo contrario, para nadie es un secreto el origen africano del cubismo; basta comparar algunos rostros de Las señoritas de Avignon de Picasso con máscaras anónimas de ese continente para constatar que la influencia fue inversa. En el caso de México… ¿cuánto surrealismo natural no extrajo Buñuel para su cine?, ambientes fantásticos recogidos de la vida diaria, de la tradicional fiesta del Día de los Muertos y otras celebraciones populares.

Actualmente, en este mundo globalizado, podemos comenzar a mirar de forma más horizontal y darnos cuenta de que Beatriz Zamora es una artista universal, minimalista como Carl Andre pero sin abanderar ese movimiento ya que para ella no es un fin, sino un medio, la utilización de ese lenguaje. Asociación cuestionable, por otra parte, ya que los minimalistas trataban de pasar inadvertidos mientras que la obra de Beatriz ofrece una fruición estética que se aparta de tal movimiento. Me refiero al disfrute retiniano de las tonalidades, a la sutileza y elegancia de las sugerentes formas en relieve y al rigor técnico con que están realizadas las piezas.

Beatriz Zamora, en su búsqueda de la verdad, en su investigación sobre el universo y su naturaleza ha encontrado, en su proceso de trabajo con el color negro, una paradójica respuesta: La esencia oscura e infinita de la iluminación. 

 1. Diálogo imaginado por el autor a partir de la película Scent of a womam, de Martin Brest (1992).