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L’ Atelier

Por : Emilia S. Echezarra

Artículo. (Versión digital)

La creatividad, como intelecto sumado a la imaginación, no está exenta de una búsqueda de nuestros sentidos y, por tanto, no deja de ser un trabajo consciente o inconsciente de uno mismo.

Persiguiendo mis incógnitas viajé a París, y justamente al llegar conocí a una gran mujer que influyó en mi vida y en la de muchos artistas e inconformistas. Nacida con el siglo XX y de origen ruso, Kira Saven, aristócrata, se marchó de su país rechazando sus privilegios para encontrar una realidad más comprometida. Anarquista convencida, adoptó el nombre de Desirée cuando fue a vivir a París, y fue un referente importante de ideologías luchadoras. Fue amiga de los artistas más representativos de los años veinte y treinta. Desirée guardaba un bagaje cultural, lleno de sueños y de lucha. Su casa estaba siempre llena de gente variopinta, que acudía a ella en busca de amistad y de ayuda.  El ambiente nocturno estaba lleno de poesía y arte, y cada cual hablaba de sus anhelos y vivencias. A ella le gustaba mucho escuchar. Yo iba a menudo a refugiarme en su sonrisa y una tarde me habló de Helene Vieira da Silva. Una pintora portuguesa. Me regaló un libro de su misteriosa obra y me cautivó.

Hace un tiempo, andando por Barcelona, de repente me encontré frente a La Pedrera anunciando una exposición de cinco pintores portugueses y, naturalmente, Helena estaba incluida. Me entusiasmó volver a ver su pintura, absolutamente innovadora.

Vieira da Silva (1908-1992), nacida en Lisboa, recibió de sus padres muchas influencias e inquietudes artísticas. Estudió en París donde se instaló después de su exilio a Brasil. Su pintura devela la preocupación por los espacios y la profundidad; transmite el sentimiento colectivo del período de entreguerras. Pintora de temas urbanos e interiores, se refería a sus cuadros como una forma de «pintar lo que no está ahí como si estuviese».  Componía el espacio como si organizará su mundo interior lleno de perspectivas personales. Su pintura, sin duda, fue pionera de un contenido cinético marcado por el tiempo que vivió.

A menudo me recuerda el mundo de Paul Klee, por su manera de ordenar el espacio, también me remite a los posteriores artistas cinéticos, con el misterio de la organización espacial y el movimiento implícito, como un universo perfectamente estructurado.

Su peculiar y única manera de percibir y captar un entorno con el que se ha identificado previamente, está llena de sensaciones, traducidas por su técnica y ayudadas por unas perspectivas absolutamente clásicas, donde tal vez se movía la pintora.

Los temas que la seducían constituían testigos innegables de su impulso interior, que era como si tuviese la fuerza de un panal de abejas. Su arte, toda intuición y reflexión, es una forma de explorar el conocimiento del mundo, los nuevos avances en el que lo real e irreal se fusionan en su percepción única, donde podemos encontrar nuestros sueños ocultos y misteriosos.

Fuera de toda lógica, encontramos en su arte, la sistemática dialéctica de la geometría fusionada a la invención de un concepto pictórico propio. He elegido uno de los cuadros que más me permiten asumir las inquietudes de Vieira da Silva, como pintora.

L’ atelier (Lisboa, 1940), es una pintura en la que el mundo íntimo sale de una representación formalmente descriptiva, utilizando como herramienta la perspectiva central. La pieza contiene múltiples cuadrados —a modo de textura— que recuerdan un tablero de ajedrez, formando así los planos que determinan el espacio. Y es en el centro de este espacio en el que sucede la escena, que emociona y que transmite su interior personal y sugestivo.

El atelier, espacio donde la pintora desarrolla su creatividad, formalmente está lleno de cuerpos danzantes que habitan la zona central. El movimiento del entorno nos hace sentir espectadores activos, hacia una situación reflejada en el espejo —intuido espejo virtual— donde los cuerpos y sus dobles están simétricamente bailando. Y la pintora, en su lógico autorretrato, situada en la esquina izquierda de un sofá rojo, observando la danza reflejada también donde ella misma interpreta la escena. Mientras las figuras bailan fuera y dentro de la pátina brillante; el espejo de Velázquez donde las Meninas quedaron inmovilizadas para siempre.

Conceptualmente, estas figuras que danzan en L’atelier de Vieira da Silva, parecen formar un ciclo central cinético, en un baile de cuerpos, sombras y texturas que se llenan de un significado íntimo —al servicio de la percepción de la pintora— y abren la puerta a la inspiración del observador.

Sin embargo, mi aporte como pintora, me da una nueva visión sobre el espacio, perfectamente acotado. No podemos dejar de observar el color breve, minucioso… pasando de puntillas por esta obra y dejando un sentido armonioso, roto sólo por el tono cálido del baile central y del autorretrato. Los contrastes claros de las paredes laterales de los rombos, dibujan (no representan) una ruptura de la armonía y la serenidad. Las manchas centrales y módulos que constituyen las texturas, se complementan en simbiosis y se modifican dando un significado único, como de boceto, el momento previo a la elaboración de una íntima manifestación.

Seguramente iría ligado al sentimiento de la pintora. El momento que no se recuerda ni puede traducirse, pero que eleva a los creadores por encima de cualquier hecho cotidiano. Quizá se trate de un estado creativo ancestral, siendo tal vez, el mismo que necesitó nuestra especie para sobrevivir. ■

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