No siempre es sencillo hablar sobre lo que acontece en el campo de la pintura contemporánea; y no lo es sobre todo cuando el cinismo se ha apoderado de un medio para dar cuenta de una «experiencia». No son precisamente los Estoicos los que me vienen a la mente cuando pienso en el cinismo, sino más bien en una visión instrumental que termina con-formando una visualidad recurrente, plagada de vericuetos muchas veces cargados solo de un tecnicismo legítimo, pero vacío. Hay mucha sinestesia en la pintura contemporánea y poca resiliencia y las redes sociales han dado cuenta de ello.
Lo apócrifo ha vertebrado una actitud y una metodología, pero, sobre todo, un procedimiento para hacer. Los views, los like o dislike, los emoticones, la compulsión frenética «sustituyen» el ejercicio analítico para dar cuenta de una profilaxis donde la memoria histórica da paso a un providencialismo en torno a una búsqueda visual. Y el mejor ejemplo de ello es la disolución del creador visual. El sujeto de la indagación visual se trasmuta en influencer, una entidad que delimita y condiciona la naturaleza de una búsqueda no siempre a través de intereses personales. Los artistas visuales dejan de ser, para convertirse en creadores de contenido lo cual presupone la necesidad perentoria de producir una «obra» como Reels. El abstracto espacio de la creación queda condicionado por una nueva noción del tiempo. Ni el tiempo de los relojes, ni el tiempo irreversible de la fecha del tiempo, son suficientes para comprender esta apremiante necesidad ya no de lo que Gastón Bachelard llamó Instante, sino de lo que se conoce como Carpe Diem que no es otra cosa que la «dejadez o inercia ante la ausencia de un futuro, orfandad, desinterés por el mañana a raíz del plomizo presente»1.
Un contenido —no importa su naturaleza— debe llenar este espacio vacío para complacer —más que todo— a un algoritmo que mantiene a las personas digamos «interesadas», cuando en realidad habría que decir, entretenidas. Este algoritmo lo condiciona todo, al punto que poco importa la «obra» en sí, lo verdaderamente relevante es la perfomatividad asociada a ella, el estupor, la perturbación, el ruido de latón que esta sea capaz de generar. Parece como si se produjera un desplazamiento del mercado como regulador, a la virtualización de la demanda como monetización. El registro, la documentación, el background, el reposter, el live son las nuevas herramientas para el consumo, pero también para la volatilidad de esta experiencia. Si la experiencia se volatiliza, el discurso —crítico o no— desaparece junto a la sensibilidad, la experiencia del vacío se impone y con ello la ansiedad adquieren carácter patológico, diluido en una gestualidad que poco tiene que ver con la indagación visual como arqueología de la imagen. Las redes sociales, así como los videojuegos, ya se ha dicho, son plataformas que generan un exceso de dopamina que es un neurotransmisor cuya consecuencia inmediata es el placer, pero el exceso de dopamina bloquea otra hormona que es la serotonina, que es la que hace que te sientas feliz y no se puede ser feliz porque el exceso de dopamina genera ansiedad, adicción y, sobre todo, depresión.
Hacer o producir arte quizás sea —hoy más que nunca— una de las tareas más difíciles a las que se puede enfrentar un creador. Las artes visuales, como la escritura y la música afrontan una creciente voluntad reduccionista que rehúsa el signo, la escritura impenetrable y la armonía procelosa; en todo caso la voluntad de amasar una materia árida y quebradiza, que leídas o cantadas no despierte el rencor virulento, garantiza los manoseos vehementes de aquellos que, ausentes de identidad, se deslumbran con las chucherías y aúllan como plañideras.
Fue entonces que descubrí la obra de Anisley Lago, cuando tratando de abrirme paso en el fértil marabuzal de eso que se ha llamado arte cubano o arte cubano-americano, me sorprendió su metódica sobriedad, una sobriedad que borda con pinceles la bruma de su melancolía. Anisley parece petrificada, alejada de las realidades que contaminan su entorno, tiene la rara virtud —como Pilar Ternera en Cien Años de Soledad— de no existir por completo sino el momento oportuno.
Lo errático es, sin lugar a dudas, la matriz pictórica de sus obras. Una búsqueda auto-referencial conjuga esta colección de relatos/retratos. El deseo como figuración, sintetizan la atmósfera de temas y motivos de cada uno de sus lienzos. Anisley puebla su soledad con sus pinceles, de ahí el carácter gótico de una pintura que solo pretende un viaje a la semilla, a los orígenes profanos de nuestra existencia. Lo sanguíneo destierra cualquier ambigüedad, su pintura filtra la sangre espesada en la perplejidad de lo humano.
Si lo errático como matriz pictórica es una de las pistas para comprender su obra, el tiempo que pasa y de la identidad que perdura, el estupor por este, y la substancia de nuestra existencia como dijera Borges en «El Otro, el Mismo», cotejan una búsqueda interior donde el sujeto enrostra su condición fundante, su angustia y zozobra universal. En los lienzos de Anisley Lago el despropósito y la inmensidad le ganan al recogimiento, la exaltación presupone en todo caso nuestro perpetuo diálogo con la muerte, con dejar de ser, pero, sobre todo, con dejar de ser lo que nunca hemos sido. Eso explica el miedo a la muerte a la que hacía referencia el último Wittgenstein.
Al mismo tiempo, Anisley Lago construye una pintura laberíntica, escarba en los intersticios de su cuerpo para encontrar lo que palidece, aquello que, en la caducidad del tiempo, ha quedado inmóvil como falsa identidad. Hay una intuición vehemente en esta búsqueda por lo profundo que mucho tiene que ver con una vocación abstracta, pero, sobre todo, metafísica. El yo indomable que aparentemente prevalece pero que termina configurando la identidad del rebaño, da paso a una dinámica circular; Sísifo deja de cargar el objeto exterior, para comprender que la verdadera piedra que hemos de cargar es nuestra conciencia, noción seminal que es en todo caso la sabiduría.
En su deseo de figuración, Anisley Lago sintetiza una atmósfera y re-crea en sus lienzos mundos interiores que imagina como viajes físicos y espirituales de los cuales emana una voluntad liberadora. Son los lugares que podrían ser, de los cuales hemos venido o hacia los que podríamos ir, o quizás sean espacios hedónicos que aún desconocemos. Sus lienzos son la atomización de una inspiración alegórica, donde la fragilidad de la libélula hace una elipse simbo-lógica que puede ir desde la manifestación de las almas de los difuntos hasta la armonía que se ansía en la tradición china del feng shui.
La áspera pintura de Anisley Lago mucho me recuerda los primeros pergaminos. Sus lienzos son un quebradizo papel hacinado de signos, signos que anticipan un estado de vigilia, una ensoñación donde la humedad, los fluidos, son la premonitoria condición del delirio. Como ella, estamos desnudos antes sus lienzos, tratamos de descifrar lo que alimenta tantos deseos lúgubres, tanta sinuosa conmiseración. Anisley sueña y pinta el inventario de sus fantasías, de sus remordimientos, de sus deseos de representación y daguerrotipia. Su pintura es implacable, poco o nada le importa su consumo, Anisley pinta para sí, alejando a los afligidos que buscan consuelo en el bienestar de una belleza apuntalada. Anisley Lago construye una intrincada búsqueda visual que desprolija cualquier manierismo. Anisley ha comprendido en su temprano exilio que la historia de la infamia ha sido también una manera de narrar un arte cubano que escapa a la cubanidad. Anisley Lago ha comprendido que la «creación es una vibración íntima que tiene su raíz en un lugar infalible que no será nunca una tribuna» porque como bien cotejara Reinaldo Arenas, el exilio parece ser el arduo, humillante y triste precio que deben pagar casi todos los artistas cubanos para poder hacer, o intentar hacer, su obra, su patria. Los que hayan comprendido este silogismo, que pasen, los que no, continúen decorando la sala de estar de vuestra casa, que nunca será la nuestra. •
1._ Lorente, Julio, Carpe diem: del placer a la desilusión. Poliedro. Revista de la Universidad de San Isidro Ano III, No 9, marzo 2022.
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