Por Ovidio Moré (Osvaldo Moreno)

Notas sobre un «redescubrimiento»

(Ilustración del autor)

«La geometría es la estructura de la poesía. Y hay poesía en mi visión pictórica». Carmen Herrera

Kasimir Malevich, en la Rusia de 1915, sentó las bases del suprematismo; famosos son su Cuadrado negro sobre fondo blanco o su Blanco sobre blanco, donde despojaba al cuadro de toda representación realista o figurativa y se abocaba a la pureza de la forma simple llevada al máximo extremo. Por primera vez en la pintura no había que interpretar ni representar nada, ni siquiera buscar un mensaje filosófico. Era el reino de la nada. O del todo, según dicen algunos.

Sin lugar a duda esta corriente pictórica creada por Malevich, influiría en muchos otros artistas y serviría de caldo de cultivo, en la propia Rusia, para el surgimiento (por ejemplo) del constructivismo, donde destacaron de manera prominente Vladimir Tatlin, Alexander Rodchenko y El Lissitzky; y, fuera de Rusia, podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que fue fuente de inspiración para la Bauhaus  alemana y para el movimiento holandés De Stijl. Y todos estos movimientos, a su vez, sentarían las bases para un «ismo» que eclosionaría varias décadas más tarde, en los años 60, y que sería bautizado como minimalismo, tendencia que nació en franca oposición al expresionismo abstracto, tan en boga en aquella época. El expresionismo venía ya dando sus frutos desde las  décadas de los años 40 y 50, y en este nuevo «ismo» Jackson Pollock, Willem de Kooning, Arshile Gorky, Mark Rotko o Franz Kline estaban entre sus máximos exponentes.

De los artistas minimalistas y abstracto geométricos que afloraron durante este tiempo, principalmente en Norteamérica, Frank Stella, Sol LeWitt y Ad Reinhardt (por solo citar tres ejemplos), brillaban con luz propia y el mercado del arte se rendía a sus pies, sin embargo, a la par que ellos, o quizás antes que ellos, una mujer, cubana de nacimiento y estadounidense por adopción, ya realizaba obras de esta envergadura en el París de posguerra, a donde había ido a residir con su marido después de haber vivido en Nueva York. Y esta artista, que en Europa había llegado a exponer junto a importantes pintores de la talla de Sonia Delaunay o Jean Arp y lograr cierto reconocimiento, al regresar a Estados Unidos quedó sumida en la oscuridad absoluta y relegada al anonimato por el simple hecho de ser mujer y ser cubana. Hay que subrayar que ella tampoco buscó encarecidamente la gloria, por lo que, tal actitud «silenciosa», le permitió seguir trabajando a su ritmo y depurando su estilo sin que sufriera presión alguna. Estoy refiriéndome a Carmen Herrera, pionera de la abstracción geométrica, del op art y del minimal art.

Carmen Herrera nació en la Habana en 1915, el mismo año en que Malevich expuso sus 37 obras en la exposición de los futuristas rusos 0.10, en San Petersburgo, y daba a conocer al mundo el  suprematismo. Hija de intelectuales (su padre fue fundador del periódico El Mundo en la Habana, y su madre fue una reputada periodista y activista feminista) hizo el bachillerato en París y más tarde estudió arquitectura en Cuba. Después de su matrimonio con el fotógrafo Jesse Loewnthal,  abandonó la universidad y se marchó, junto a él,  a  Nueva York. Allí estudió en el  Art Students League.  Sin embargo, aunque había hecho sus pinitos artísticos tanto en Cuba como en USA, su plenitud como pintora comenzó a desarrollarse en París, a donde  se trasladó, procedente de Nueva York, en compañía de su esposo.

Cuando aún vivía en Cuba conoció la obra de otra grande de la plástica cubana, Amelia Peláez, por quien sintió gran admiración y de quien fue amiga, y en París descubriría la obra de Malevich, Mondrian o Matisse, junto a la de muchos otros artistas de la vanguardia parisina contemporáneos de ella,  artistas con los que coincidía normalmente en los ambientes del gremio, es el caso, por ejemplo, de Marie Raymond, madre de Yves Klein, con quien forjó una gran amistad. Era el París de Picasso,  de Braque y de muchos otros importantes pintores cubistas, surrealistas…, con quienes se cruzaba de vez en cuando, pero por los que no quiso, según ha confesado ella misma, sentirse influenciada. Ella ya había descubierto su camino en la abstracción geométrica y por ese sendero continuaron sus pasos.

Fiel a este estilo geométrico expuso en París, en muchas ocasiones, junto al grupo de las Realités Nouvelles, y lo hizo, tal como consta en su biografía, junto a artistas de la talla de Theo van Doesburg, Max Bill y Piet Mondrian, entre otros. También, en la «Ciudad de la Luz», se reencontraría con un viejo amigo, otro insigne cubano: Wifredo Lam. A su regreso a Nueva York sería íntima de figuras tan importantes como Barnett Newman y de su esposa Annalee Newman, sin embargo, a pesar de moverse en estos círculos artísticos e intelectuales, de haber hecho alguna que otra exposición importante, como la que realizó en los 80 junto al reconocido artista conceptual cubano: Félix González-Torres, y de haberse dedicado más de 12 lustros a la pintura, el reconocimiento no le llegó hasta sus 89 años. Hoy los grandes museos y los grandes coleccionistas se desviven por su trabajo y cuentan con sus obras. El MoMa, El Smithsonian y el Tate  Modern  entre ellos. Su primera gran exposición se realizó en 1998, en Nueva York, de la mano del curador, también artista y amigo de Herrera: Tony Bechara.

La línea recta es la gran protagonista en la obra de Carmen, también lo son el círculo, el cuadrado o el triángulo, pero la línea recta es quién se lleva la palma, utilizada en simetrías, asimetrías y juegos ópticos. La pintura de Carmen es aséptica y evoca al arte concreto. El otro gran protagonista en su obra es el color, utilizado de manera magistral en planos contrastantes. Su obra es extremadamente depurada y simple, pero de una belleza plástica incuestionable. Yo, que no soy muy amigo del minimalismo, sobre todo en la escultura, siempre he reconocido que cierta vertiente de la pintura minimalista, sobre todo la de la abstracción geométrica, me agrada, porque denota fuerza, equilibrio y vitalidad, y ese es el caso de Carmen Herrera; también de otros artistas anteriormente aquí mencionados, léase Frank Stella, Sol LeWitt y Ad Reinhard, o de estos otros, que traigo ahora a colación: la brasileña Lygia Clark (con quien alguna vez se ha tratado de comparar a Carmen), Leon Polk, Ellsworth Kelly, etc.

Dijo Herrera: «La línea recta es, para mí, el principio y el final (…) a partir de ahí surge la lucha… Siempre busco la solución más sencilla, más depurada, más pura y esencial. La geometría es la estructura de la poesía. Y hay poesía en mi visión pictórica»

En el documental 100 year show de la cineasta estadounidense Alison Klayman, Carmen confiesa que cuantos más elementos eliminaba en sus composiciones, más le gustaba el resultado y, la verdad, razón no le falta, sólo hay que ver algunos de sus trabajos donde, con solo dos colores puros y planos, logra obras extraordinarias. Si observamos sus cuadros parisinos o posteriores, donde ya de por sí estaba innovando, cuadros que se caracterizaban por una gran profusión de figuras, y los comparamos con los más actuales, veremos esa simplificación y racionalización de la forma a la que ella hace referencia y con la que hace gala de la famosa frase atribuida al arquitecto Mies Van der Rohe, de que: menos es más. Frank Stella (como dato curioso) por el contrario, evolucionó de una abstracción geométrica y radical, casi como la de Carmen, a otra, podría decir, barroca y tridimensional que, a mí, particularmente, me gusta mucho más que la de su etapa minimalista.

Volviendo a Carmen y hablando del uso del color, creo que Emil Nolde estaría de acuerdo conmigo en que Carmen Herrera es un ejemplo vivo del color como vibración. Decía Nolde: «Los colores son vibraciones como de campanas de plata y sonidos de bronce; anuncian dicha, pasión y amor, alma sangre y muerte. Es hermoso que el pintor, guiado por el instinto, pueda pintar con tan segura finalidad como cuando respira o cuando camina…» Emil Nolde era un pintor expresionista y figurativo, de pincelada gruesa y empastada, que nada tiene que ver con el uso del color completamente plano de Carmen, generalmente  aplicado con rodillo, pero soy de la opinión que en las obras de esta última, al enfrentarnos a sus contrastantes composiciones de colores vívidos, complementarios y cálidos, y hasta en los más fríos, o en los que solo utiliza blanco y negro en simetrías y asimetrías variables, el color habla, grita y dice mucho donde se supone que nada ha de decirse; el color vibra, suena, como bien dijo Nolde. Esta es la misma sensación que percibo cuando me enfrento a una obra de  Mark Rotko, expresionista como Nolde y abstracto como  Carmen Herrera.

En la actualidad, que está tan vigente la reivindicación de las figuras femeninas en el mundo del arte, el caso del «redescubrimiento» de Carmen Herrera es significativo y muy merecido. A sus 89 años copó las portadas de los grandes rotativos a nivel mundial. La luz, que nunca debió faltarle, iluminó por fin a esta artista incansable y discreta que, a pesar de todas las dificultades e impedimentos  que tuvo para lograr este reconocimiento, nunca se amilanó ni dejó de creer ni de crear un solo día. Hasta que ha fallecido recientemente, el 12 de febrero, a la edad de 106 años, seguía  pintando. Darle el lugar que le correspondía, aunque haya sido bastante tarde, en la historia de la pintura y dentro del minimalismo y de la abstracción geométrica, es de agradecer y de capital importancia, ya que hubiera podido seguir condenada al ostracismo de por vida.  Hoy su obra se cotiza igual que la de aquellos contemporáneos suyos, hombres todos, con los que no pudo hacer carrera a la par. •

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