Por: Pierre Rivero

Miroslav Tichý

El Fotógrafo Vagabundo

«Primero que nada, hay que tener una cámara pésima. Y si quieres ser famoso, debes hacer algo peor que nadie en el mundo.»

Miroslav Tichý

«El fotógrafo de la Edad de Piedra era la encarnación de un insulto a la élite comunista de la pequeña ciudad. La antítesis viviente del pensamiento progresivo, de la teoría marxista de la historia moviéndose en línea recta»

Roman Buxbaum, compañero de Tichý en la Academia de Praga

Ellen Von Unwerth afamada fotógrafa alemana, reconocida por su estilo espontáneo y sofisticado, llegó a la fama por sus fotografías de Claudia Schiffer a mediado de los 80 y por portadas de grandes publicaciones como: ID, The Face, Vanity Fair o Vogue, dijo: «Me gusta fotografiar a las personas antes de que sepan cuál es su mejor ángulo.» Esta visión es compartida por la mayoría de los fotógrafos, siendo conscientes de que el gran éxito de una fotografía es cuando esta cuenta una historia única e irrepetible con naturalidad. En estas páginas trataré la mirada de un artista contextualmente opuesto a Ellen Von Unwerth pero que obtiene un embrujo similar si se puede decir que algo sea similar en el arte.

El 12 de abril se cumplirán diez años de la pérdida de Miroslav Tichý, más conocido como El mendigo fotógrafo o el fotógrafo vagabundo. Este prodigio nace en  Kyjov, Moravia, el  20 de noviembre de 1926 y es considerado como uno de los artistas más entrañables de la historia de la fotografía callejera. He querido reseñar su figura y obra en homenaje a mi fotógrafo referente. Maestro irreverente y contestatario con una biografía artística y personal controvertida que comienza en la Escuela de Bellas Artes de Praga y culmina a los 84 años en su ciudad natal, con gran reconocimiento y popularidad que le arriba en la última década de su vida rodeado de entrevistas e invitaciones a inauguraciones que siempre declinó. Pero, ¿Quién era  Miroslav Tichý?

Socialismo, estética y academia.

Para la ortodoxia socialista, expandir una conciencia colectiva de clase obrera se convierte en el nuevo arte oficial; el arte institucionalizado de carácter propagandístico sustituye la ortodoxia academicista en busca de la exaltación política como exponente de la nueva realidad sustituyendo la liturgia tradicional en la enseñanza por el arte de propaganda socialista. En la academia cambian las modelos por obreros ataviados con sus indumentarias cotidianas, hecho que revoluciona a algunos estudiantes entre los cuales se encontraba el joven Miroslav que termina abandonando sus estudios en rebeldía contra las nuevas propuestas estéticas. Continúa pintando en su estudio hasta que la nacionalización de inmuebles lo termina expulsando de su estudio y de su casa arrastrándolo a un modo de vida marginal hasta el final de sus días, pero que, por otro lado, enriquece su visión fotográfica. 

«Estuve preso 8 años. Fui sentenciado a 12 meses de cárcel. A los 9 meses mi madre creyó que no sobreviviría, mandó que me visitara un psiquiatra, que me internó en una clínica.»

El Diógenes voyeur

El abandono de la Escuela de Bellas Artes de Praga es un comienzo en la epopeya de Miroslav Tichý, a partir de ese momento comienza un viacrucis que lo hace interno de varias instituciones penales y psiquiátricas perseguido por la censura política durante los primeros años y vive como indigente visto con problemas mentales para sus coterráneos en una modesta casa de Kyjov que  Roman Buxbaum, su descubridor y presidente de la fundación Tichý Ocean,  describe como «un lugar lleno de polvo y suciedad, en el que las fotos cubrían el suelo y los lienzos, prácticamente invisibilizados por capas y capas de polvo que se acumulaban en las paredes.» Esta marginalidad convierte la obra de Miroslav Tichý en singular y única. Ataviado con una cámara fotográfica y objetivos construidos por él mismo con restos de basura, cartones,  tubos de papel sanitario, fondos de botellas pulidos con ceniza de cigarrillos y pasta de dientes y otros desperdicios convierte su trabajo desenfocado, sobreexpuesto y rústico en un producto romántico y único. Los transeúntes que posaban para el artista, casi siempre como un juego, principalmente bellas mujeres, no imaginaban seguramente que detrás de una figura marginal e infantil con un juguete casero hecho de desperdicios se estaban inmortalizando momentos únicos en la historia de la fotografía. 

De 1960 a mediados de los 80 realizó una centena de fotografías diarias impresas en papeles recortados, con rayaduras y manchas. Las colecciones de Miroslav revelan su obsesión por el cuerpo femenino y pronto aprende a sacarle partido a la timidez traviesa que veían en él sus modelos. Su trabajo no recoge imágenes urbanas, con la intención de mostrar espacios, ni la interacción de las personas con el medio, ni se trata de una obra de denuncia ni periodística. La única intención de Miroslav es la de mostrar acciones comunes centradas en su visión del universo femenino. 

El mayor bicho raro de la fotografía

Miroslav Tichý se veía a sí mismo más como un pintor que un fotógrafo; se cuenta que nunca aceptó dinero por ninguna de sus fotografías aunque le gustaba intercambiar obras con otros creadores.  A pesar de que sus fotografías se cotizan por grandes sumas en prestigiosas galerías de todo el mundo, Miroslav nunca se personó en ninguna de ellas. Su obra ve la luz a partir del 2004 de la mano del galerista y artista suizo Roman Buxbaum en la exposición organizada por el célebre comisario de arte Harald Szeemann en la Bienal de Arte Contemporáneo de Sevilla,  y podemos encontrarla en grandes museos del mundo con un valor promedio de 8000 euros. Consigue el elogio y respeto de otros artistas reconocidos como David Hamilton, director artístico por la revista Queen y afamado retratista reconocido por el estilo hamiltoniano, o Karel Kerlický, director de la prestigiosa feria de fotografía Paris Photo. 

Mi maestro

Pureza, generosidad, humildad, creatividad y capacidad de seducción. ¡Me quedo con todo eso! Todos los que nos dedicamos a la fotografía en grados diferentes hacemos mucho hincapié en los medios técnicos, recursos, accesorios y un largo etcétera, en muchos casos perdemos la frescura al encontramos encorsetados con condicionantes, que si se me permite son imprescindibles en la fotografía pero que el alma exige mucho más. Miroslav nos lo echa en cara con su clave alta involuntária pero efectiva y nos regala una lección magistral de pureza en el arte de la fotografía y la vida de un artista.

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