Por: Marco González Barthelemy

El arte, un poderoso martillo de cristal

OBRAS: MOISÉS GONZÁLEZ ACOSTA

Ante las nuevas circunstancias causadas por la COVID-19, la realidad se volvió indiscutiblemente más desafiante, más complicada, más reñidora; pero lo cierto es que con ello también algo más rica, más poderosa, más productiva para el arte y para los muchos, ¡muchísimos! campos de la creación.

Con la irrupción de nuevos signos y símbolos en el día a día, la realidad cotidiana se convirtió en esa suerte de nueva normalidad que hoy conocemos, y el arte, se vio impulsado por una auténtica, poderosa y renovadora fuerza motriz. El hombre moderno, que no había vivido una verdadera tragedia desde la segunda guerra mundial, de un día para otro se vio envuelto en los terrores de la edad media. Una «nueva realidad» lo azotó, una realidad inesperada.

Muchos artistas, con el temor de quedar varados en la obsolescencia rápidamente asumieron el cambio brusco que implicaba la nueva revolución formal, temática, y estética de la nueva y compleja realidad global. Este proceso tuvo sus peculiaridades; ya que algunos lo asumieron más rápido y otros de manera más lenta, y no necesariamente por eso de modo más natural ni orgánico.

Desde los que apostaron por la re-contextualización de los mitos clásicos de la historia del arte universal, hasta los que configuraron iniciativas virtuales aprovechando las oportunidades del espacio hipermedial; los artistas, ¡TODOS!, se vieron obligados a ofrecer una respuesta ágil, certera y vigorosa a la pandemia.

Todos los cambios que significaron la irrupción de los nuevos símbolos en la vida, posibilitaron también cambios en el arte. Cambios, que no se reducen tan solo al plano formal o temático, sino que abarcan todos los niveles de la experiencia estética, y que poco a poco fueron modificando las maneras de hacer, percibir y entender el arte, de producirlo, y lo que parece todavía más esencial, de relacionarnos con él e identificarnos con los artistas.

Pero sucede que la aparición de la nueva peste: COVID-19 no solo trajo consigo nuevas maneras de hacer y concebir el arte, sino que despertó a su vez «viejos fantasmas». Al parecer, la idea del encierro, el confinamiento, facilitaron de algún modo la introspección, propiciando la búsqueda interior y el autoconocimiento, algo realmente valioso no solo para los artistas sino para el ser humano en general. Pero al mismo tiempo, esas mismas ideas, trajeron sobre el imaginario colectivo algunas antiguas nociones del romanticismo, como la del artista alejado de su entorno que medita en una profunda crisis existencial, y con ello también un poco la idea del artista genio, encerrado en sí mismo, o en esa especie de gabinete, a lo Fausto, donde debía producir la gran obra de incalculable bien a la humanidad. Para comprender las verdaderas relaciones arte-vida es preciso desmitificar este fantasma, que aporta una visión simplista del artista, y de ese modo empaña su figura.

Entonces se hace necesario decir que el artista, como parte clave, igualmente integrante de la sociedad, también se vio gravemente afectado por la enfermedad. Cuando más, su valor, o su mayor ventaja sobre los otros fue contar con el arte mismo, un vehículo a través del cual poder sanar y depurar sus emociones, y conformar una mejor respuesta adaptativa ante la nueva situación que amenazaba su entorno. No se puede perder de vista que el artista, antes de ser artista es un ser humano, con miedos, con frustraciones,  y que también puede contraer la enfermedad y de hecho, morir.

Una vez que hemos desmitificado esta visión debemos ir a por otra. Quizá la más importante, la que más tiempo y dificultad nos propone. Se trata del fantasma de la utilidad del arte. Para la ciencia esta pregunta es muy clara: ¡una vacuna! Para el arte esta pregunta parece aún muy ambigua. Pero aún así, hay quienes, en el intento desesperado por encontrar una cura, un paliativo que nos libere del mal, intentan adjudicarle al arte alguna función curativa, divina o metafísica. Es ahí donde merece la pena preguntarnos: ¿Qué función tiene hoy, y específicamente en este contexto el arte en nuestras vidas, en estos tiempos o cuál es su utilidad?

Evidentemente la utilidad del arte puede ser insospechada. Reconociendo que el artista actual tiene casi por obligación incorporado un resorte moral, que le permite no ser del todo romántico ni ser del todo imparcial la pregunta por la utilidad de la obra de arte carece de fundamentos. Entonces, no puedo sino recordar aquella cita de Brecht cuando dijo: «El arte primero debe ser arte. Después todo lo demás».

Ciertamente no niego que el arte funcione como una poderosa herramienta social o política, incluso como un modo efectivo de mantener a raya la enfermedad. Lo que sí aludo, en concordancia con Brecht, es que en cualquier caso esa función no debería ser jamás una imposición del artista para cumplir con la obligación de denunciar los signos defectuosos de su realidad, o hacer un llamado de atención sobre cierto tema sino como resultado de una necesidad interior.

Hace poco recordaba la poderosa analogía mediante la cual se ponía de ejemplo un  martillo de cristal, y ciertamente, ¿Cuál es la utilidad de un martillo de cristal? Un martillo de cristal puede ser hermoso, eso nadie lo duda, un martillo de cristal puede ser pesado, y tampoco sobre eso existen mayores dudas, entonces ¿Dónde reside exactamente su utilidad?

En este sentido es el arte un poderoso martillo de cristal.

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