Por: Marta María de la Fuente Marín

(Me) Desnudo

«(…)
Pincel abstracto
Alma serena
Desnuda el alma
Corazón de acuarela (…)»

En la memoria artística de la humanidad, el desnudo es terreno frecuente. Símbolo de fecundidad para las primeras civilizaciones, que fue convirtiéndose en herramienta, primero, de la búsqueda para la proporción perfecta griega, y luego, de los estudios anatómicos miguelangelescos. Se convirtió en desafío sutil para la Iglesia Católica en tiempos barrocos y en frontalidad «escandalosa» para la época de Courbet. Su connotación erótica posteriormente se fortaleció con la aparición de la fotografía y con las provocaciones del arte moderno y contemporáneo.

Por tanto, el desnudo no solo forma parte del hombre, sino también de su representación. Su multiplicidad de intenciones y percepciones lo ha hecho metamorfosear hasta los más inconcebibles límites. Los cuerpos expuestos se han instalado en los imaginarios modernos con grandes connotaciones de significados.

Sin embargo, todavía sorprende, quizás, el desnudo más sincero y menos evidente. Aquel que no se regodea en las formas siluetadas o en las zonas erógenas, aquel que ni siquiera cuenta con la presencial corporal. Aquel que practica Jorge Godoy (La Habana, 1968).

Sus lienzos están muy lejos de nacer de la observación interesada en el cuerpo humano, en el bosquejo de sus misterios, en la revelación de sus exquisiteces o en el deleite de sus formas; más bien se enfocan en desnudar todo el caos del interior.

A golpe de fachada, Jorge no libraría de una clasificación en la abstracción, porque técnicamente lo es. Sin embargo, hay una voluntad sentimental que empieza emanando de los títulos y que al observar sus obras desde el conjunto, se percibe como una necesidad visceral de sensibilizar el proceso hacia algo más espiritual, personal, que ensayar la forma artística.

En un gran panorama de nombres «sin título», «experimento de formas» y otros rótulos tan abstractos como el lienzo mismo, Godoy exhala con sus enunciados toda esa intensidad susceptible con la que cargó sus piezas. Deja una puerta real que el receptor pueda seguir, o al menos sentir, para conectar con la obra y, por ende, con él.

Quizás percibir toda esa carga en un cuadro sea una idea más que ambiciosa e incompleta, en tanto lo sensible se difumina en el inútil contraste de hallar un referente entre las manchas, la textura o las salpicaduras. Es así que una vista en conjunto, como Mirrors, Más allá de mi fe me hace soñar, A dónde me lleva el mar, Tu reflejo sobre mí, construye una perspectiva que trasciende el estilo del artista, porque va, pieza por pieza, desperezándose del siempre impactante encuentro de la heterogénea mezcla de elementos plásticos, hasta que el alma queda desnuda, desprovista de la fascinación material que la concibe y visible ante la sensibilidad de todo aquel que sabe notarla.

En este sentido entonces, las primeras observaciones no pueden ignorar lo atractiva que resulta la variedad de mixtura entre los colores, sobre todo por la sensación texturizada que provocan. Aunque estas composiciones no son explícitas en términos de referente, no significa que no tributen el factor filosófico que se percibe a través de sus encabezados, porque la abstracción posibilita -y necesita- de una introspección profunda que movilice algo más que el pincel y la cotidianidad de sus motivos.

Se distingue entonces una voluntad de encuentro del pintor consigo mismo. La mención del espejo y su inclusión como sujeto/receptor implica una búsqueda de identidad, que se delinea también hacia los sueños, las creencias y los caminos vitales. Hay una intención reflexiva que se apoya sobre «interrogantes» universales, que no pretende ser definida de forma medianamente parcializada a través de un referente propio, sino recolocada en la psiquis inmediata de quien se detiene sobre los lienzos, para que, el receptor y el artista, juntos, conecten desde, para y con su sentido trascendental.

Jorge Godoy aprovecha las bondades de la abstracción para desnudarse esencialmente, y, quizás, provocar que sus espectadores también lo hagan. Aunque este conjunto específicamente se centre en un espejo demandante de identidad y de preguntas trascendentales, lo cierto es que su obra se trata de activar sentimentalmente estímulos cardinales -como el amor, el reconocimiento personal, el sentido de la vida- para volcarlos sobre los lienzos en una suerte de «caos» cargado de sensibilidad humana. 

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