Vibraciones positivas, Haiku de Gerardo del Valle

Por: Ángel Alonso

El abstraccionismo ha existido siempre, se puede ver en las grecas de los bajorelieves que decoraban los templos griegos, en muchos motivos visuales del arte pre-colombino y en casi todas las vasijas u objetos utilitarios de las diferentes culturas antiguas; lo que Kandinsky fundó como «arte abstracto» fue más bien un acto de conciencia sobre un fenómeno que ya existía, y el movimiento abstraccionista que  luego se desarrolló -primero en Europa y después en América- siempre estuvo cargado de influencias del arte africano y del arte oriental. 

Gerardo del Valle es un pintor abstracto que se siente muy identificado con las culturas orientales, por la importancia que estas otorgan a estar en armonía con la naturaleza (entre otras razones). Pero la vinculación entre las pinturas de Valle y el arte japonés es interna, no morfológica, porque a nivel formal sus piezas se asocian más con el expresionismo abstracto que con cualquier artista de esa región del mundo. 

Una primera mirada no alcanzará para desentrañar el simbolismo oculto tras las enérgicas manchas; un atisbo ligero, un ojo frívolo, confundirá estas abstracciones con muchas otras y sólo captará de forma superficial la infinita belleza que aquí se esconde, la profunda armonía que se oculta tras los espontáneos pero controlados accidentes. Es necesario hacer una pausa entre tanta velocidad, entre tanto stress, para darnos cuenta, tras una atención calmada y meditativa, que estos cuadros encarnan los principios de la estética japonesa: 

La asimetría, que le permite el juego armónico de la pincelada, los giros musicales que realiza al detonar un polarizado rojo en una esquina del cuadro, sin que este se desequilibre. La simplicidad, que refleja su personalidad orgánica y sin adornos, transparente y sin artificios egocéntricos. El minimalismo, que si bien no lo utiliza al extremo le permite economizar recursos expresivos y dejarnos con lo más esencial. Lo desafectado, pues Valle está muy lejos de lo artificial y de lo pretencioso. La belleza sutilmente profunda , principio que lo aleja de aquella otra abstracción chillona y despampanante. Estar libre de convenciones limitantes, porque son cuadros sin ataduras conceptuales rígidas, que no quieren verse forzados a demostrar una tesis, que se escabullen de las etiquetas. Ser Sereno y ameno, primicia que se vuelve cada vez más necesaria en medio de tanta palabrería, de tanto pseudoconceptualismo, de tanto ruido y pocas nueces.

Por otro lado, esta investigación pictórica contiene también muchos rasgos de aquella gracia que caracterizó a maestros como el suizo Klee o el catalán Tapies. Me refiero a esa espontaneidad que propone una imagen a la vez muy balanceada pero fresca, con elementos aparentemente indeterminados, vivos, como si la obra estuviese aún ejecutándose y expidiera incluso el olor de los pigmentos. Es una pintura llena de música, de vibraciones positivas y de paz. 

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