Francisco Govín se ha ido, pero en el sitio al que vaya nos estará esperando
Por: Gregorio Vigil-Escalera
Por: Gregorio Vigil-Escalera
Frank, como se le llamaba, era habanero de nacimiento, y al irse deja un vacío por muy breve tiempo, pues después su obra lo llena y ocupa hasta su trascendente confín y responde solamente de aquella de la que es su autor. Lega a los siglos venideros sus pinturas propias y sólo de sí mismo es fiador y, por tanto, ilumina una senda que ya queda para la historia.
Graduado en la Academia de San Alejandro de La Habana en 1987, una de las más prestigiosas instituciones de arte en el continente americano, y licenciado posteriormente en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid, Govín era un portador de una imaginería de la intrahistoria caribeña que tenía muy encarnada en su código de trabajo, un creador de visiones agónicas y dramáticas que llevaban a sus seres verticales, horizontales o boca abajo indefinidos, a ser signos metafísicos o de ideogramas en una caverna, dentro de unas estructuras misteriosas que articulaban otro mundo que existe, no por ser suyo solamente, sino por representar a todo un cosmos subyacente.
Lo que puebla sus dibujos, pinturas y grabados, está absorto y hierático, inexpresivo y casi sacro, es como un ritual que a pesar de su oscuridad, el color y sus tonalidades, abre concavidades internas que exploran y reflejan los avatares y melancolías del ser, esa fugacidad que no quiere irse porque necesita altares que la consagren.
Sus figuraciones emiten un mensaje entre la emoción y un sentido agudo de lo que ha de ser conocido, a partir de unas formas que envuelvan con la fuerza de un destino incierto. Son, por lo tanto, significantes que completan la síntesis de una turbación y estremecimiento que culmina y se enrosca en la mirada.
También en esos espacios las alusiones al pasado, al cosmos y a la vorágine, constituyen el eje central, e ilumina tanto como difumina la certidumbre de lo que parece contemplarse como una meditación cuando tan sólo es un enigma representado por corifeos ambulantes.
En esta reflexión ontológica que abarca el conjunto de su obra sobresale igualmente una hibridación de maneras que conforman un alegato universal sobre un proyecto que hace de una realidad determinada un pensamiento y una sensación, un silencio y al mismo tiempo una experiencia más allá de uno mismo, pues es camino de sombras, unas bajadas a unos infiernos metafóricos en que estamos desnudos de alma pero no de tiempo.
Este homenaje únicamente recala en un sabor físico de la nostalgia y el recuerdo de su persona, pues no es imposible medir en unas palabras la relevancia de un autor que desafortunadamente se le truncó el seguir todas las direcciones artísticas para desentrañar su destino y la suerte que al final le cabría al mismo.
Kiosco Online. Ejemplar 27 Revista Artepoli Primavera 2020
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