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Bellas Artes

YO NO TENGO NINGÚN AMIGO QUE SE LLAME ABSOLUTO

Por: Gregorio Vigil-Escalera
Ilustración: MALV

ARTÍCULO. (Versión digital)

Señalaba Werner Haftmann que «todo lo que es posible en cuanto a creación artística tiene lugar entre dos polos de la experiencia: el objeto absoluto y la forma absoluta, con lo cual el vasto campo de la experiencia estética ha sido ahora delimitado en todas sus dimensiones».

Claro está que, siendo tan omnisciente, deja sin respuesta qué entiende por absoluto y qué papel juega este último dentro del código estético. Es ya una manía eso de establecer circunscripciones en un área tan indeterminada y además con tanta contundencia. En lugar de tratar de abrir las ideas, se las cierra, sin una necesidad tampoco perentoria.

Ya Hegel pontificaba en su día con aquello de que el arte, desde el lado de su determinación suprema, es algo ya pasado. Lo que, llevado hasta sus últimas consecuencias, es de agradecer, porque a la creación artística, desde ese momento, se le ha quitado la losa del ser o no ser de encima, si bien Nietzsche vuelve con un ultimátum, al declarar el arte como la última actividad metafísica dentro del nihilismo europeo —los empíricos que se han quedado afuera han tenido más suerte—.

En fin, que por mucho que nos esforcemos a extraerle a todo signo artístico una explicación definitiva y postrera o marcarle fronteras, fines o términos, lo que verdaderamente cuenta es que la razón esgrimida —o lo que pasa por ser ella— es totalmente refractaria a su inmanencia.

Y lo que es más importante, así continuarán las cosas, pues estos debates ontológicos no van a interrumpirse y seguirán tirándose de los pelos —buena señal—, dada la imposibilidad de zanjar la controversia en torno al arte y su auténtica naturaleza.   •

ABSOLUTO
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