BELLAS ARTES
A propósito de la serie La nueva era, de Noel Dobarganes
Magritte, en su visión profunda y surrealista, nos sugiere que aquello que percibimos encierra siempre un significado encubierto. Ocultar el rostro del personaje retratado, sea con un objeto, un paño o cualquier otro elemento, nos provoca una gran curiosidad por descubrir lo que permanece en la sombra, aun cuando en realidad lo visible no tenga nada detrás.
En uno de sus presuntos autorretratos el maestro belga utiliza una manzana, motivo que aparece con frecuencia en su trabajo y que puede simbolizar el pecado (como en el caso de Adán y Eva), la seducción y hasta la idea de la inmortalidad, aunque los títulos en las obras —en este caso El hijo del hombre— suelen encerrar un sentido velado.
El reconocido artista Noel Dobarganes (Matanzas,1977) ha partido de Magritte para elaborar una serie que muy acertadamente se titula La nueva era. En este reciente trabajo el artista abandona temporalmente sus caballos, sus elefantes y sus modelos hermosas, para concentrarse en un aspecto de nuestra realidad cotidiana que ya no podemos ignorar: El protagonismo de la impermanencia.
Estamos en el polo opuesto a la cuna de la civilización. La utilización de la piedra como material predominante en la construcción y en la creación de artefactos en el mundo antiguo responde a una serie de razones prácticas y simbólicas que justifican la búsqueda de permanencia. Todo apuntaba a desafiar al tiempo. Se pretendía conservar cada acontecimiento relevante, cada hecho histórico. Actualmente todo resulta volátil e inseguro.
En esta serie, Dobarganes explora cómo la interactividad y el impacto del consumo digital en la percepción y la atención del espectador ha provocado, paradójicamente, que estemos más solos e incomunicados de lo que parece. En un cuadro como Fly, por ejemplo, el logo de Twitter parece recordarnos la falsa impresión de estar muy bien informados, siendo esa red social, hoy llamada X, la de mayor inmediatez. La saturación de información y el impacto de la tecnología en la manera en que absorbemos el contenido son aplastantes y apenas nos permiten ejercitar la memoria. Sabemos que no tenemos que recordar nada, pues en segundos podemos volver a buscar lo que olvidamos después de la búsqueda anterior. El artista, a través de estos personajes solitarios y trajeados, examina la ausencia de conexiones humanas y la falta de atención en la era digital.
Si bien se reconoce su impronta en todo lo que hace, y aunque el modo de construir la imágen sigue siendo, técnicamente, bastante similar a otras series, llama la atención cómo en La nueva era el artista renuncia al barroquismo que lo caracteriza; aquí la simplificación de la imagen favorece que la atención del espectador se centre en su discurso conceptual. La estructura de la serie es precisa y clara, en ella están presentes la verticalidad, el motivo central, la referencia a Magritte y los elementos polarizadores que ocultan los rostros. El impacto que causan ya no es, como en otra zona de su trabajo, a causa del virtuosismo técnico, sino debido a aquello que nos interpela, aquello que nos mueve el pensamiento.
Por supuesto, se aprecia el disfrute evidente por el acto de pintar, así como por la esencia y la existencia de la pintura misma. Sus figuras continúan teniendo ese aspecto luminoso que las caracteriza, solo que en esta ocasión no le interesa hacer énfasis en sus filamentos lumínicos; renuncia a su capacidad de impresionarnos con su dominio formal, lo utiliza con mesura, y así, esta vez, sentimos el llamado a nuestro pensamiento por encima del llamado a nuestros ojos. De esta manera la serie se endurece, algo que demanda la seriedad del tema y su vigencia. La nueva era es un llamado de atención urgente, que no permite paños tibios, que nos alerta sobre la gravedad de nuestra atención fragmentada en un mundo lleno de distracciones.
De todos modos, la obra de Dobarganes se ha caracterizado siempre por la superposición de capas de pintura, lo que crea una impresión de profundidad y riqueza visual. Esta particularidad le sirve para afianzar, también en esta serie —y a pesar del autocontrol antes descrito—, su personalidad como artista. Sus figuras, que parecen generar luz propia, se conectan profundamente con el tema que aquí aborda. Son imágenes que parecen habitar en pantallas luminosas en vez de en lienzos. Sus elegantes personajes están constituidos por un tratamiento pictórico en el que titilan como si estuvieran formados por píxeles. El color, por su vibración, parece provenir del modelo RGB de los ordenadores y no de una paleta con pintura al óleo. De ese modo, forma y contenido se integran, sin contradicción alguna, para darnos un resultado hermoso y coherente.
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