Bellas Artes
El pan con guayaba, el alimento más humilde en Cuba siete décadas atrás, fue utilizado por Mendive para nominar, de manera metafórica, la exposición antológica por sus ochenta años de vida, exhibida en el edificio de arte cubano del Museo Nacional de Bellas Artes, en La Habana. «Pan con guayaba, una vida feliz», es una frase que representa al hombre y al artista, cuya humildad y sencillez acentúan su grandeza.
Ciertamente, Manuel Mendive (La Habana, 1944) está de vuelta de todos los caminos; desde hace mucho él se erigió rey, no solo de las imágenes, los sonidos, los movimientos, que sintetiza en sus obras, sino de algo más profundo, las esencias de la vida, y conquistó el escalón más alto de la especie humana, la sabiduría; desde allí, se expresa y nos contempla.
Aunque está cerrado ya el capítulo de la muestra retrospectiva desde el pasado 5 de octubre, compartimos en presente la experiencia de nuestra visita tres meses atrás, como si fuera hoy:
La exposición se despliega en el tercer piso del museo como la Rayuela de Cortázar, es una estructura para armar: si entras por la derecha en la sala, encuentras la imagen de Cristo (carboncillo sobre papel, 1958). Si lo haces por la izquierda, ves a Martí (Monte entre los montes, plaka sobre madera, 1979).
La representación de Cristo indica ya el talento y sensibilidad del adolescente, que desde una edad tan temprana, logra comunicar al espectador lo que ansía todo artista: emoción, por la belleza estética, pero también por la conmoción humana. Hay otro Cristo en la exposición, creado en 1963, con otros materiales y otra estética: estilizado, colorido, con aura, atormentado, sangrante, con las manos atadas.
El Martí de Mendive —creado a los treinta y cinco años, en otra estación de su trayectoria profesional— no es el mártir sufriente (como el Cristo), sino la encarnación del héroe, cubierto de flores sobre un fondo de machetes coronados en palmas reales, un atributo guerrero, un símbolo recurrente del artista. El apóstol permanece de pie, con las manos abiertas, en actitud de ofrenda.
Dos cuadros más allá de Martí, en otra plaka sobre madera de 1976, llegamos a El palenque, el lugar de libertad cimarrona representado en dos espacios: debajo, la huida de los negros, con los rancheadores persiguiéndolos, en el plano terrenal. En medio de los fugados y los rancheadores, una mujer a caballo, metáfora de la libertad; arriba, el plano espiritual, segmentado en dos, con estrellas en la cúspide, encima de las almas en pena. Y en la base, como un cintillo, el sello Mendive, la mujer pez y la jicotea.
Junto a El palenque, otra obra del mismo año, con la misma estética y materiales similares, Barco negrero, nos ofrece una visión del artista sobre ese pasaje de la esclavitud. Toda la composición está dada en un solo plano visual. En el centro, un velero cargado de negros junto a la línea de flotación; arriba, en cubierta, los blancos esclavistas. En un extremo, una bandera roja y amarilla (como la de España). Como fondo, medusas y una mujer-sol. Y junto al velero, remando en una pequeña embarcación, una mujer similar a la de El palenque, la libertad posible. Hacia allí se lanza un negro.
A continuación, tres piezas de 1975 siguen la misma forma expresiva: Amor, El Malecón y El Danzón, una (simulada) composición naif, de colores fuertes, nítidos y contrastantes, donde se integran (sobre todo en Amor) en armonía el hombre, la naturaleza, los animales del mar y la tierra, materia y espíritu, la cosmovisión que preside la obra del artista.
En la sala contigua, asistimos a una nutrida colección de piezas dedicadas a la religión y la mitología yorubas, medulares en la obra de Mendive, asentadas en la base de su práctica artística, de su filosofía, de su modo de entender la vida. Así, como un patakí(1), cada pieza narra un mito, interpreta a una deidad, ofrece un poema visual, una traslación a la imagen de tradiciones y leyendas, del folclor, y de la literatura oral.
La galaxia Mendive incorpora, en su mundo astral, herencia familiar y saberes múltiples para conformar una diversidad de disciplinas artísticas, una obra singular que se expresa en el dibujo, la pintura, la escultura, el diseño, la instalación, el performance, en conexión con el teatro, la danza, la música, la poesía.
Esa conjunción, apreciada en los performances, se ve igualmente en la forma de —por ejemplo— concebir las esculturas, construidas con disímiles técnicas y materiales, de manera que escultura y pintura se interpenetran, se funden, y dan lugar a obras tan sorprendentes como Endoko (1970), que recuerda al arte egipcio.
Es imposible no referirse a la utilización de sonidos en las salas; resulta muy placentero oír los sonidos de la naturaleza y de los animales: el agua, el viento, los perros, los gallos, se escuchan para dejar testimonio de su importancia en el cosmos Mendive. («A veces quiero ser agua», revela en Motivaciones, 1987).
Como parte de la muestra, se exhiben en la planta baja, acompañando a las esculturas e instalaciones expuestas allí, tres documentales(2) que permiten asomarse a performances de 1987, 2012 y 2015 y ser testigos de una entrevista con el Premio Nacional de Artes Plásticas de 2001.
Los performances, la expresión teatral de los cuerpos pintados, son el sumun de su poética, la totalidad abarcadora de su arte para comunicar los contenidos que desea, el mundo que sale de su interior («saco lo que tengo adentro», dice en el documental referido), la herencia de saberes ancestrales enriquecida en sus viajes al continente africano.
Para dejar constancia del lugar que ocupa Manuel Mendive en las artes visuales de la Isla, la curaduría de la exposición(3) situó una pieza del artista (una silla construida con acrílico sobre madera y cauris) frente a La silla de Wilfredo Lam, y una escultura de metal, frente a las obras de Amelia Peláez. Allí está plantado Mendive, en el tronco —y en la cima— del arte cubano. •
1._ La religión yoruba utiliza historias breves, para representar diferentes situaciones, estas historias se conocen como Pataki o patakies.
2._ Motivaciones, de Marisol Trujillo, 1987; Las cabezas, de Daniel Diez Jr., 2012; Los colores de la vida, de Daniel Diez Jr., 2015.
3._ 3._ Darys J. Vázquez Aguiar y Laura Arañó Arencibia curaron la exposición.
Comenta el artículo. Gracias