Ver, más allá de mirar

Profundidad y sencillez en la obra de Maria Cecilia Lazzeri Delsordo

Por: Ángel Alonso

«El poder retratar a las personas o a sus almas y sentimientos y obtener de ellos la verificación directa de haber captado sus deseos (…) es la mayor de mis satisfacciones».

Maria Cecilia Lazzeri Delsordo

A veces tenemos plena claridad de por qué nos gusta un cuadro; lo miramos en el sitio donde está expuesto, creemos entender las intenciones del artista, vamos a casa y dormimos bien. En otras ocasiones la pieza nos atrae y no sabemos por qué; más que gustarnos nos inquieta, surge un misterio, una interrogante difícil de responder. Son esas las obras que más nos atrapan.

María Cecilia Lazzeri Delsordo, México, 1951 (radica actualmente en San Miguel de Allende), ha desarrollado a lo largo de su vida una obra que merece especial atención. Su trabajo posee valores muy específicos, virtudes que no son fáciles de apreciar bajo una primera mirada. Y como aborda diferentes temas, es un reto para el crítico desentrañar su obra. Estamos ante una pintora cuyos procesos a la hora de elaborar sus piezas son mucho más complejos de lo que parecen, porque cuando hace un retrato, por ejemplo, no pinta solamente a su modelo, sino aquel mundo que él mismo imagina. Recrea la artista ese mundo fantástico que envuelve a la persona retratada. La experiencia se torna entonces, más allá del parecido físico, una vivencia psicológica. Se trata de retratos espirituales en los que la realidad y la ficción se sintetizan.

La artista nos dice: «Encuentro un gran placer en la reinterpretación del retrato y en captar y plasmar lo que las personas desean exteriorizar de sí mismas llevando un proceso de ajuste basado en sus deseos y usando mi sensibilidad para captar su esencia». Y un ejemplo de esa peculiar forma de interpretar la realidad es su obra Eros, retrato que ha realizado de su hermano Enrique Santos, quien aparece en la obra encarnando al célebre dios griego, ícono del amor, símbolo de la atracción sexual, cuyo equivalente luego fue el Cupido de los romanos.

La metáfora va más allá de la primera lectura, recordemos que Eros, además de personificar el impulso sexual sublimado, también representa el impulso creativo. Y lo creativo aquí rebasa la condición individual, Eros es para los griegos la luz primera, la fuerza de la naturaleza. 

Estamos ante una artista desde cuya obra emanan la sencillez y la humildad, pero también el rigor, la autoexigencia y la necesaria disciplina. Esa combinación entre el control y la pasión que se respira en su obra ha hecho posible cuadros como Descanso en San Miguel, esta pieza demuestra la habilidad de la artista para llegar, en la representación naturalista, a un punto de elaboración exacto, en el que los medios no se pasan, en el que el proceso técnico no se vuelve un alarde sino que se subordina a la escena representada. El espectador no se aparta de la historia que le provoca la imagen para embelesarse con el tratamiento pictórico. Su pincelada está tan bien puesta como la música de fondo de una película, esa buena música de fondo que no la notamos pero está ahí, liderando nuestras emociones. 

 

En esto era un maestro el pintor norteamericano Edward Hooper, reconocido por encarnar la soledad en sus representaciones de la vida contemporánea estadounidense; este artista tenía la virtud de no excederse. Cecilia toma especial cuidado al definir el momento de dar por terminada la obra y así evita que pierda su frescura. 

Esta creadora mexicana, conocedora del poder que reside en la obra gráfica y la pintura, estudió Dibujo Publicitario -carrera cuyas enseñanzas están dentro de lo que hoy llamamos Diseño Gráfico- en Ciudad de México y vivió varios años dedicada a realizar ilustraciones, mayormente con la técnica de la acuarela. «Sin embargo, durante toda mi vida me he mantenido en contacto con las diferentes técnicas y tendencias artísticas en el mundo», afirma la artista. 

Sus conocimientos técnicos le han proporcionado un éxito relevante en el campo del retrato, pero lo que más entusiasma a sus clientes -más allá del parecido físico que logra- es su capacidad de implicarse en el mundo espiritual del modelo. Para ella, el modelo no es una forma para copiar sino un ente vivo que encontrará en el resultado final del cuadro un espejo de sus deseos, de su mundo imaginado, de su sensibilidad. Y este creciente interés de muchas personas por verse en sus cuadros nada tiene que ver con «estrategias curatoriales» ni con falsos lanzamientos a través de galerías comerciales. Cecilia no necesita del mainstream ni de críticos ni curadores, ni del Mercado del Arte porque ella… tiene su propio mercado del arte:

«Cuando pinto personas cuyo interés es preservar su imagen en alguna época de su vida o verse rodeada de elementos importantes para ellas o desean eternizar un momento específico, la fidelidad facial siempre ha sido esencial en mi obra, logrando así que los encargos de retratos tanto de personas como de mascotas que se me han hecho, desde 1970, sigan hasta el presente año usando solamente la recomendación de boca en boca.»

Tal como puede verse, Maria Cecilia Lazzeri Delsordo no persigue el éxito ni la fama, realiza su trabajo mirando hacia adentro, hacia lo más profundo de su alma, y establece una comunicación espiritual con sus modelos que se traduce en obras positivas, nutritivas para el alma y llenas de amor, a la vez que muy bien resueltas, de exquisita factura y llenas de ese contenido íntimo que puede captar quien sea capaz de ver, más allá de mirar. 

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