« (…) desde pequeño siempre he relacionado la vida con un árbol;
cada uno tiene el suyo, con sus propias hojas y ramas».
Raúl Proenza
Hay artistas que edifican sus propuestas desde un plan rígido y otros que lo hacen desde un impulso interior; luego van ajustando a sus intenciones las manchas y los trazos que nacen de su intuición. De este modo, la acción creadora se torna un profundo viaje de descubrimientos en el que el artista ordena los encuentros fortuitos, lo accidental, lo espontáneo… todo aquello que pueda dar forma a sus objetivos. Este es el caso de Raúl Proenza (Miami / 1959), un creador desprejuiciado y amplio que no se encasilla ni se estanca.
Raúl puede explorar diferentes medios expresivos sin que las diferencias entre los resultados traicionen su coherencia. Y es que esa coherencia es interna, no depende de aspectos exteriores. Su personalidad no está marcada por la repetición de fórmulas (como suele ocurrir) sino por la actitud investigativa que desarrolla en su obra.
En el campo del dibujo suele ser más barroco que en el de la pintura, en una obra como La fantasía del duende (2016), por ejemplo, hace gala de su dominio del claroscuro y controla sutiles tonalidades de color como apoyo a la refinada línea. Se ha hablado de su acercamiento al surrealismo pero se trata de una versión muy latinoamericana del mismo, pues nada tiene que ver con las obras europeas que nos legó este movimiento. Podemos asociarlo, más bien, con el realismo mágico, por lo inesperado de las escenas que desarrolla y por el carácter literario de las imágenes. Construye un relato visual de alto valor poético y con gran abundancia de elementos naturales. Esa mezcla de fauna y flora ha sido característica de los pintores cubanos herederos del surrealismo, como Servando, por ejemplo, que representaba las hojas de las plantas con la misma sensualidad que poseen las de la zona centro-inferior de esta obra.
En sus pinturas también predomina el dibujo; aunque presta atención a las texturas, a las aguadas, a las manchas, es la línea la que ocupa un mayor protagonismo. Controla las gamas de color mediante la producción de obras monocromas o de colores análogos. En su trabajo se destaca la laboriosidad. No deja que su mano se exceda sino que sabe cuándo detenerse para no caer en regodeos técnicos gratuitos. Como él mismo ha declarado, aquello que estuvo intentando y no se manifestó en un cuadro ha de perfeccionarse en otro: «ha de llevarse al siguiente y que siga el experimento»1, nos dice, porque concibe la creación como una cadena, como un proceso natural en que las cosas no pueden forzarse. No cree en la realización de una super-obra que lo contenga todo, sino en el trabajo diario, en producir con sencillez y constancia muchas piezas que «fluyen una con otra», de las que va aprendiendo poco a poco.
Así es su labor, liberada del ego y contenedora de la humildad del eterno aprendiz. Más allá de los diferentes temas que aborda, más allá de las ideas que quiere comunicar, se preocupa por los valores de la pieza en su aspecto técnico. Sabe que una adecuada factura es el canal preciso para la comunicación de una idea y que la realización no ha de ser independiente de ella sino estar a su servicio, encarnando su contenido de manera honesta. Y esto es lo primero que nota el espectador ante sus cuadros: la honestidad. Raúl no compra el aplauso del público con aspavientos, si se gana la aceptación de muchos espectadores es porque estos no están tan perdidos como los especialistas creen. Existe un público que conecta con sus obras mediante un proceso intuitivo. Este tipo de comunicación no necesita de las explicaciones, no necesita de los razonamientos, se trata de un fenómeno mucho más complejo de entender a través de las palabras pero sencillo en el fondo. Me refiero a esa interpretación intuitiva que trasciende la mente y que suele olvidarse bajo la dependencia de las explicaciones.
La obra de Proenza es inclusiva y ecléctica, porque en ella conviven lo real y lo imaginado, y en muchos casos no sabemos dónde empieza o termina una figura, hay zonas en las que lo figurativo se vuelve abstracto, al igual que hay otras zonas que son abstractas desde su nacimiento y derivan en sugerencias que pueden tomarse como figuras. A veces se acerca al expresionismo con obras como The lost City (2017), pero con más frecuencia echa mano a sistemas simbólicos que lo emparentan —como ya mencionamos—con el surrealismo. Y es que la experimentación es su divisa, por eso escapa a las clasificaciones, por eso no nos aburre; siempre podemos aprender algo nuevo cuando desplazamos la mirada de uno de sus cuadros a otro. Quizás la mejor manera de comprender su obra es saber que concibe la vida como un árbol. «Alimenten el árbol que nos tocó ser», nos dice mientras dibuja.•
Notas
1._ https://www.radiotelevisionmarti.com/a/ra%C3%BAl-proenza-yo-me-siento-cubano/269815.html
vamos a conectar