FOTOGRAFÍAS SIN MAQUILLAJE

Aquella función de la fotografía como prueba de «haber estado allí», de la que hablaba Barthes, está cada vez más lejos de los tiempos que corren. A través del desarrollo tecnológico, muchos fotógrafos han optado por fingir en vez de reflejar, por simular en lugar de atrapar lo que nos circunda y nos incumbe, esto es: nuestra realidad. La abundancia de trucos ha traicionado el objetivo primigenio de la fotografía, su capacidad de encarnar lo que la pintura no puede, su cualidad de testimonio.

Ya sabemos que la imagen es siempre polisémica y sensible a lecturas no sólo distantes, sino hasta contradictorias, pero una cosa es la condición subjetiva de la interpretación y otra bien diferente el fake intencionado. Se ha llegado al punto de justificar el supuesto embellecimiento de la piel mediante los filtros de los programas digitales comparándolos con los cosméticos; una justificación absurda ya que un tinte de cabello o la huella de un pintalabios no engaña a nadie, pero la disminución de una barriga de perfil en una foto sí. Por suerte, también hay fotógrafos que se oponen a tanto artificio y encuentran, en la ya casi olvidada fotografía analógica, una oportunidad de encarnar su visión de la realidad sin edulcorar la imagen, sin las manipulaciones de la postproducción.

Sí hay una fotógrafa que prioriza lo natural por encima de cualquier artificio es Margarita Fresco (La Habana, 1948). Ella transita el camino de la autenticidad y rehúye del decorativismo, ella sabe acercarse a sus modelos sin espantar sus sentimientos, actúa con rapidez y sagacidad, evitando perder aquel insustituible instante que no deja margen a ninguna pose. La presente serie no solo es valiosa como fotografía, no se limita a sus encuadres certeros, a la balanceada composición y demás valores formales,  sino que plasma una sólida y potente manifestación de fe.

El sincretismo religioso que da lugar a la Santería escapa con creces a las restricciones morales del catolicismo que, en tiempos de la colonia, los españoles intentaron imponer a los esclavos. El pensamiento de los africanos fue lo bastante flexible y abierto como para incorporar sus creencias a las imágenes de la Iglesia Católica, algo que a la vez fue un ardid para camuflar su credo ante la imposición del dogma de sus amos. De esa manera Santa Bárbara se convirtió en Changó, la Virgen de Regla en Yemayá, la de la Caridad en Ochún… pues traían de África sus propias religiones, politeístas y descentralizadas como la de los griegos. En las religiones politeístas los dioses no son perfectos: pelean, sienten celos, lloran, traicionan, y hacen todo tipo de travesuras.

Las fotografías de la serie Bailes y cantos a los Orishas desnudan a sus modelos en el sentido espiritual, en una pieza que captura una danza, por ejemplo, puede verse lo que la bailarina siente del modo más transparente posible, y en la de la mujer que toca una tumbadora, resulta conmovedora la alegría que emana de su protagonista, poseedora de una belleza interna que supera el atractivo físico del que goza, una belleza interna provocada por esa rumba que podemos sentir mirando esta obra.