La abstracción nunca ha sido —ni será— químicamente pura; aquella máxima del arte concreto, que definió Theo van Doesburg como una vía de desprenderse de cualquier asociación con la realidad, es una utopía. El espectador siempre tiende a relacionar lo que ve con lo que ha vivido. En los cuadros de Juan Antonio Martínez Tendero (Albacete, 1965) están presentes su cotidianidad y las experiencias de su vida. Sus ideas fluyen sobre las retículas y los cálculos espaciales, sobre lienzos y tablas que, magistralmente compuestos, nos llevan a un mundo de inevitables asociaciones. Algunas piezas las relacionamos con las paredes viejas y despintadas que cargadas de historias abundan en nuestros pueblos, otras nos hablan del mundo natural, de caprichosos árboles, de sinuosos caminos y hasta hay pinturas en las que sentimos, como en un déjà vu, el recuerdo de nuestra infancia, por su sabor hogareño.
Son obras muy bien estructuradas, sus elementos parecen atados por hilos invisibles, fuertes alambres que garantizan una poderosa estructura en la que cada cosa está en su sitio, cada elemento se sostiene por su proporción exacta en relación con el elemento vecino, que a su vez está a la distancia precisa. Aquí el uso de la tensión espacial garantiza el amarre entre los cuerpos y la solidez del conjunto; cada cuadro es un edificio bien sedimentado.
España es uno de los países donde más se ha desarrollado el arte matérico. Aunque Tendero tenga una obra amplia que no se circunscribe a ningún ismo ni necesita etiquetas, lo cierto es que participa de ese desarrollo y continúa, de manera muy personal, esta tradición, esta forma de hacer que se caracteriza por la incorporación de materiales no convencionales a la abstracción. El artista sabe que la honestidad es el ingrediente más importante de la creación y nos dice: «La práctica artística no es algo nuevo. Lo nuevo siempre es nuestra mirada. Mis obras no muestran lo real como es, sino cómo soy».
En muchas de sus abstracciones hay cierta geometría doméstica, en la que se aprovecha de lo imperfecto como recurso, su serie La vajilla de la abuela alude a este carácter hogareño que empatiza lo matemático con lo íntimo. Al distribuir equilibradamente los objetos fragmentados en el espacio, dirige el recorrido de la mirada del espectador, provocando un interés muy parecido al del investigador o al del arqueólogo. La riqueza de matices que logra dentro de ciertas gamas de colores armoniza con la distribución rítmica, casi musical, de los no tan uniformados elementos matéricos que incorpora. Títulos como Naturaleza ordenada, hacen gala de esta tensión entre lo organizado y lo informal, entre lo matemático y lo espontáneo.
Como los objetos que incorpora Juan Antonio a sus cuadros ya traen su propia carga de significados, estos hacen que el resultado de la obra deje de ser puramente abstracto, pues el material no es mudo, sino que aporta importantes contenidos al objeto artístico realizado. Esto queda muy bien explicado en el capítulo dedicado al contenido implícito del material en que está hecha la obra de arte, del famoso texto En el ademán de dirigir nubes1. Las propiedades simbólicas de diversos materiales que Tendero integra a ciertos cuadros, por ejemplo, garantizan que al verlos hagamos asociaciones que no fuesen posibles de haber utilizado otros.
Hay una zona de su trabajo más cercana al informalismo y al expresionismo abstracto, en la que encontramos atmósferas que sugieren paisajes. En esos cuadros abundan los juegos de líneas que, como árboles de un bosque, dialogan unas con otras, formando una trama sumamente interesante y agradable. Allí el ojo del espectador deambula como en un placentero paseo, descubriendo las sorpresas de los accidentes. Líneas quebradas, tonalidades que se relacionan con la tierra, la hierba, la naturaleza, hacen de esta aventura visual una experiencia poderosa.
Debe destacarse también el valor decorativo de estos cuadros, tema sinuoso ya que en la crítica actual se ha discriminado esta importante función del arte. Son tantos los prejuicios que hay contra lo decorativo que resulta rompedor, actualmente, afirmar que debe aceptarse este aspecto como un valor y dejar atrás aquella idea obsoleta de que lo decorativo es superficial.
Basta echar un vistazo a la Historia del Arte para comprender la importancia del aspecto decorativo de una obra. Ocultados tras una rancia intelectualidad suele juzgarse de light a todo arte que pueda ser deseado por sus valores ornamentales. Ya es hora de rebasar este prejuicio, es importante dejar de relacionar todo lo que sea hermoso con lo banal. Si todo lo empleado como decoración fuese insustancial no apreciaríamos el Art Nouveau, el rococó, gran parte del arte precolombino… y tuviésemos que renegar de muchas de las grandes obras que hoy conservamos en los museos.
Los cuadros de Juan Antonio Martínez Tendero son a la vez profundos y deseados —¿por qué no?— a causa de su elegancia. Son abstractos y a la vez transmiten ideas que van más allá de lo abstracto. El artista se ha nutrido del arte matérico, del informalismo, del expresionismo abstracto… y ha traducido toda esa herencia en un modo de hacer personal, reconocible, que cada día solidifica más su carrera. Estamos ante el esplendor de una obra que promete dejar una huella en el panorama del arte español. •
1._ «Dentro de la categoría de escultura en los años sesenta y setenta, un artista trabajando el mármol representacionalmente estaba, a un nivel, haciendo una proposición opuesta a la de aquellos artistas que se encontraban trabajando con técnicas industriales. Materiales tradicionales del arte, materiales industriales, esotéricos, materiales de alta tecnología, materiales absurdistas (como las obras de Edward Ruscha en chocolate), materiales neoprimitivos (como las obras en hueso y sangre de Eric Orr), materiales panteístas (el fuego de Klein), materiales de apariencia engañosa (plástico que parece yeso, madera preparada para lucir como piedra), todas estas decisiones del artista cargan contenido tanto como forma. Ellos son pronunciamientos de criterio que el espectador capta inmediatamente, aun sin pensarlos necesariamente como contenido. Son declaraciones de afiliación a, o de alienación de ciertas áreas de la tradición cultural, como digamos, el uso de ciertas técnicas industriales representa una celebración o al menos una aceptación de la cultura urbana industrial y el uso del mármol o la cerámica, sugiere nostalgia por el mundo anterior a la Revolución Industrial»
Thomas McEvilley / En el ademán de dirigir nubes (On the Manner, of Addressing Clouds). Publicado por primera vez en la revista Artforum, junio de 1984.
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