JACOBO SIRUELA
JACOBO SIRUELA: imagen cedida por Ediciones Siruela

JACOBO SIRUELA

Breve recorrido como editor

POR CRISTINA REQUENA VILLALBA

Editor, escritor y diseñador gráfico. Licenciado en Filosofía y Letras en la Universidad Autónoma de Madrid, inicia su actividad como editor en 1980 con la publicación La muerte del rey Arturo (anónimo del siglo XIII) que obtuvo el premio al mejor libro editado del año concedido por el Ministerio de Cultura.

En 1982 funda la Editorial Siruela a través de la cual se recuperan y difunden textos y autores de otros siglos, así como se publican a grandes escritores, filósofos y poetas actuales. Su labor es reconocida con el “Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial” concedido por el Ministerio de Cultura y el “Premio Daniel Gil” de Diseño Editorial (2004).

En 1985, crea El Paseante, revista cultural interdisciplinar que hasta 1998 ofreció una amplia muestra de las ideas culturales y estéticas más importantes del momento.

En 2004 deja Siruela para fundar Ediciones Atalanta junto a la periodista Inka Martí, para proseguir una labor y filosofía editorial que reivindica la excelencia del libro cuidado tanto en sus contenidos como en su dimensión estética.

COMO ESCRITOR:

En 1993 publica Vampiros, la antología en castellano más completa y documentada sobre relatos vampíricos. En 2010 publica el ensayo El mundo bajo los párpados, estudio histórico y cultural del mundo onírico. En 2011 prologa Cuaderno de Noche de Inka Martí. En 2012 publica Antología universal del relato fantástico, donde compila y prologa una selección de escritos de cincuenta y seis autores de los siglos XIX y XX. En 2015 publica un nuevo volumen de ensayos Libros, secretos.

LA ENTREVISTA:

La propuesta de entrevistar a Don Jacobo Fitz-James Stuart, Martínez de Irujo, conde de Siruela (Madrid, 1954) me resulta muy estimulante. Me despiertan curiosidad todas sus propuestas editoriales: la brevedad de los cuentos publicados en la colección Ars brevis, la particular mirada al mundo antiguo de las obras de la colección Memoria mundi y el mundo de la imaginación en que te puedes sumergir leyendo los libros de la colección Imaginatio vera. Su dilatada trayectoria me invitan a pensar que su reflexión sobre el actual panorama de la cultura será muy interesante. Jacobo Siruela acepta amablemente nuestra entrevista. Son muchas las cosas que deseo preguntar, pero el sentido de prudencia mi invita a no divagar y procurar ser precisa en mis preguntas.

La cultura ha de estar unida siempre al gozo y la felicidad. Y la editorial al riesgo. El verdadero editor es un tahúr.

Atalanta publica cuentos, ensayos y poesía. No siendo ninguno de ellos géneros específicamente mayoritarios ¿Cómo definiría al público de Atalanta?

– La editorial tiene dos campos de acción: la literatura y el pensamiento. En ambos casos he tomado partido por ámbitos minoritarios: el ensayo, el cuento y el poema, en lugar de las novelas, y en ciertos casos ciertas grandes obras literarias muy extensas en su mayoría inéditas. En realidad, lo que hemos llevado a cabo en Atalanta es exactamente lo contrario de los que se supone que hay que hacer. Pero, cuando vendí la editorial Siruela en 2004, decidí volver a mis orígenes, a los orígenes que impulsaron Siruela en 1982, es decir, publicar lo que me gustaba. Porque, si a tí te apasiona algo, y no eres un imbécil y tienes suficiente cultura, tiene también que apasionar a otra gente, como me pasó con la literatura medieval en los años ochenta, que era una subterránea demanda colectiva. Somos menos particulares de lo que creemos o pretendemos ser. Las ideas flotan en el aire, en una especie de magma psíquico, y siempre hay algunos que las recogen sin saberlo. Esa es la gracia del asunto. Por eso creo se habla de editoriales independientes de una forma retórica. Porque solo lo son de verdad las que actúan al margen de lo que dicta el mercado y logran imponer una línea. En nuestro caso, hay un público que ama los libros y quiere buenas traducciones de grandes obras literarias o una buena selección de relatos publicados con esmero. La cultura ha de estar unida siempre al gozo y la felicidad. Y la editorial al riesgo. El verdadero editor es un tahúr.

Como experto que es en el género fantástico, partiendo de la premisa que cuentos como Otra vuelta de tuerca de Henry James o El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde de Robert Louis Stevenson son excelentes ejemplos de literatura fantástica, ¿a qué cree Ud. que se debe el hecho de que el mundo académico y la opinión pública siguen definiendo, de manera mayoritaria, la literatura fantástica como un género menor?

– Bueno, creo que hoy en día estas personas ya están fuera de época. Aunque las inercias siempre persisten durante mucho tiempo. Creo que después de Borges, y una larga lista de excelentes autores latinoamericanos y europeos del siglo pasado, ya no se puede pensar de esta manera. La buena literatura fantástica es extraordinaria, sobre todo en el cuento. Otra cosa es la ingente producción de subproductos que la acompaña. Y el único juicio inequívoco en arte lo da el tiempo, es decir, si una obra sigue vigente después de haber transcurrido cincuenta o cien años y no ha envejecido. El tiempo es el auténtico juez de la literatura. Hoy en día obras menores de verdad, como el Vathek de Beckford, o como el doctor Jekill y Mr. Hyde, aunque esta es una novela de alto estilo literario, hoy se pueden leer perfectamente, porque nacieron frescas y auténticas; no así una novela de Zola o de Cela, nombres conspicuos en sus días.

Su Antología universal del relato fantástico recoge pocos cuentos escritos en el siglo. XX. ¿Es un género agotado?

– Eso no es del todo cierto. Más de un 60 % de la antología pertenece a autores del siglo XX. Lo que sucede es que de ese porcentaje casi dos tercios de ellos pertenecen a los primeros cuarenta años del siglo. Pero la verdad es que después esos cuarenta años ya todo es manierismo. Sucede lo mismo en arte. La creación verdadera se desarrolla desde 1890 a 1935. A partir de ahí todo ya son variaciones sobre los mismos temas. Curiosamente, hoy se llama a los artistas de una manera ridículamente pomposa, creadores, cuando vivimos una época totalmente manierista. En cualquier caso, la imaginación siempre brota y rebrota, aunque el número de temas sea limitado.

Fantasía y magia. ¿Dónde termina una y empieza la otra?

– Yo no lo plantearía en esos términos. En todo caso, la distinción se mece entre fantasía e imaginación. La cuestión radica para mí en lo siguiente: si el relato bebe en las fuentes del imaginario profundo, que no es personal sino colectivo, o no. La fantasía es un mero deambular de la conciencia yoica en busca de un argumento efectivo, de un producto, como se dice ahora, bien construido, para satisfacer el paladar del público. Lo segundo brota de las profundidades del psiquismo, y por eso mismo siempre resuena en nuestro interior, como lo hace un sueño que porta un mensaje revelador o un mito religioso. En este caso, se trata de un proceso interno que brota más allá de la conciencia, pues, en realidad, existen otras formas de conciencia que se expresan en un lenguaje simbólico. Tal es el caso de los mitos, de los llamados grandes sueños, o de las obras de arte visionarias, en donde el artista toca puntos esenciales de la experiencia interior humana espiritual.

El mundo bajo los párpados es un estudio histórico y cultural del mundo onírico. Las reglas de los sueños no tienen nada que ver con las leyes físicas de nuestro mundo real ¿Qué enigma esconden nuestros sueños?

– Es una pregunta demasiado general y con demasiada miga para poder contestarse en pocas palabras. Los sueños son para mí, como dijo Nerval «nuestra segunda vida». Dormirse aquí es despertarse allí, y viceversa. Son vasos comunicantes entre la conciencia y lo inconsciente. Cabe entonces preguntarnos si en ese abismo sin fondo del que brota el onirismo se encuentran los gérmenes de muchos estados de ánimo, de muchas secuencias de nuestro pensamiento y nuestros sentimientos, que luego se desarrollan durante el día. Como dice Nietzsche: «lo que estuvo en la luz actúa en las tinieblas, y viceversa». El día y la noche son dos aspectos de un mismo proceso psíquico, que separamos artificialmente en la vigilia. En mi libro, El mundo bajo los párpados, estudio muchos aspectos que parecen a primera vista asombrosos, pero que una vez estudiados de cerca se hacen comprensibles, como, por ejemplo, los sueños que han influenciado en el curso de la historia, o los sueños curativos de los antiguos rituales oníricos, o los sueños lúcidos, en los que se mantiene la conciencia despierta, o los sueños premonitorios, que predicen el porvenir, o los sueños que nos emparientan con la muerte. El libro es riguroso, porque estuve investigando el tema ocho años y dispongo de una buena biblioteca onírica, pero no quise que se notara el esfuerzo, ni pesara la metodología en la lectura, así que el libro fluye como una narración a la que se le van agregando, como en un collar, múltiples relatos y exégesis. Tal vez por ello ya va por la tercera edición.

Leí una cita suya que decía «Nunca se ha tenido tanto conocimiento como hoy (…) pero a la vez nunca se ha tenido menos sabiduría. En el pasado ocurría lo contrario». En su opinión ¿Debemos girar la mirada al pasado para afrontar una nueva perspectiva hacia el futuro?

– Sin duda, sin memoria no hay verdadera consciencia. La modernidad ha tendido de una manera vanidosa a obviar los conocimientos de nuestros antepasados, cuando muchas de sus intuiciones siguen vigentes y nos serían muy útiles hoy en día. Por eso quise en Atalanta dedicar una colección a la memoria. Vivimos una época desmemoriada en la que la novedad, la tendencia efímera parezca ser lo más importante. Y creo que ahora, cuando todo está en crisis, necesitamos más que nunca buscar modelos retroprogresivos, término este acuñado por Salvador Pániker. En lugar de avanzar de una manera unívoca, dando la espalda al pasado, hemos de intentar comprender e incorporar todas aquellas cosas que sigan vivas. El pasado no es un inmóvil museo de reliquias sino un depósito dormido de símbolos vivos, de experiencias muy sabias, que pueden ser susceptibles de recobrar vida y tomar un nuevo sentido. Nada es más actual hoy que las intuiciones de los presocráticos o los taoístas. La física y la biología modernas son en algunos puntos retroprogresivos.

Las nuevas tecnologías han democratizado el acceso a la cultura, no solo como lectores, sino también como escritores. Cualquier individuo puede escribir, editar y publicar un libro. ¿Qué opinión le merece este hecho?

– Está muy bien, todas las nuevas posibilidades son bienvenidas. Aunque los ignorantes aprovechados empañen el panorama. Es algo inevitable.

La cita con la que comienza su libro «Antología universal del relato fantástico» dice: «El hombre está hecho de tal manera que todo su verdadero gozo brota de la contemplación del misterio, y salvo por su frenética e indomable locura, el misterio nunca le abandona; siempre brota dentro de su alma, pozo de inagotable deleite.» de Arthur Machen. Si utilizamos una referencia fotográfica, para recaer en otra manifestación del arte, Sudek dice «La gracia de todo está en el misterio». ¿Piensa Ud. que en este presente, donde prima la inmediatez y la funcionalidad, lo placentero del refugio en el misterio es más difícil de alcanzar?

– Me parece pretencioso sostener lo contrario. El mundo, el cosmos, es fundamentalmente misterioso. La propaganda científica es engañosa. En realidad, sabemos cómo se producen muchas cosas pero no lo que son ni por qué. Sabemos muchas cosas de la luz, de la gravedad, pero, en el fondo, no sabemos lo que son en última instancia. La complejidad siempre nos supera. Los más grandes científicos han sido siempre humildes. No así los científicos mediáticos, que se comportan como nuevos sacerdotes, muy dogmáticos, que nos van impartiendo poco a poco desde las alturas de la especialización la verdad. Siempre es lo mismo. Las civilizaciones necesitan narraciones para seguir adelante. Pero la verdad es un misterio inconmensurable. A mucha gente le asusta vivir en esta incertidumbre, por eso defienden con tanto dogmatismo las verdades oficiales, sean racionales o religiosas. Yo prefiero abrazar este misterio que nos envuelve, con reverencia, porque es la mejor forma de vivir y de entender nuestra realidad.

«El problema de la posmodernidad es fundamentalmente un problema de sentido.»

Se insiste en la pérdida de valores de nuestra sociedad, ¿Cómo afecta eso a la cultura occidental?

– Una sociedad sin valores es una sociedad que va a la deriva. Una sociedad sin estructura moral es un magma de fragmentos sin sentido cuya trayectoria obedece a premisas meramente funcionales. El problema de la posmodernidad es fundamentalmente un problema de sentido. Las sociedades premodernas se estructuraban espiritualmente y moralmente a través de mitos, que la gente creía de forma literal, como ahora sigue sucediendo con los creacionistas norteamericanos cuando el significado de los mitos religiosos nunca es literal sino simbólico, tal como nos han enseñado con gran sabiduría los grandes tratadistas del siglo XX. Los mitos son puras narraciones, pero plenas de sentido para aquellos que sepan interpretarlos adecuadamente. La modernidad anuló todos estos mitos con el fin de establecer el nuevo mito del progreso que los fieles seguidores del cientifismo decimonónico, aún vigente en la mentalidad occidental, siguen fehacientemente. Pero ahora que ya sabemos, aunque muchos no lo quieran admitir, que el mismo progreso que nos ha hecho avanzar durante dos siglos se ha convertido en una implacable senda destructora del planeta y, además, que las promesas seculares de la modernidad se han ido desmoronando poco a poco a lo largo del siglo XX, nos encontramos otra vez desnudos frente a una cruda realidad, vacía de sentido. Es cierto que las capacidades mitológicas de este mito intentan renovarse con ahínco, tratando de convencernos con nuevas perspectivas ilusorias, como que vamos a vivir 120 años, incluso a ser inmortales, que viajaremos a Marte para instaurar una nueva sociedad tecnológica, que los robots van a librarnos del trabajo… Toda una serie de nuevas fantasías, carentes de autocrítica, que aparecen para mantener vivo el mito de la modernidad y el progreso. Sin embargo, lo que necesitamos es un gran cambio retroprogresivo que impida que las viejas pretensiones patriarcales de dominio fáustico y de materialismo reductor acaben con nosotros. De ahí que urge una nueva epistemología que pueda dar un nuevo sentido a la naturaleza, al ser humano y al cosmos, sin renunciar al mundo moderno, pues esto también sería ilusorio. Necesitamos conciliar los opuestos y convertirlos en complementarios. Y eso es lo que pretendemos ir señalando, lo mejor que podemos, en Atalanta. Otras maneras de ver el mundo que compensen el hueco y ciego progreso al futuro.