Insularidades

Visualidad pictórica de Analvis Somoza

Por: Maria Teresa Acosta Carmenate

Analvis, quien ha pintado, modelado y empatado fragmentos de telas, sabe que el trabajo de su imagen transcultural es una que denota todas las pequeñas cosas de las que está hecha su ser «ISLA». Desde sus inicios en la Academia de San Alejandro estuvo inquieta por esas fragmentaciones urbanas que son: barrios, municipios, guetos, esquinas, muros (unos al mar, otros a la nada) y las cosas de herencia, su devenir europeo (herencia familiar) en una tierra multicolor, donde el espiritismo no solo es africano sino medieval. Su obra es una media tinta entre estar allí y emigrar. Es una obra diaspórica, que mira hacia los lados y no encuentra más que lo mismo, que es exactamente de lo que está hecha la nostalgia.

La pintura cubana ha tenido un recorrido (desde tiempos decimonónicos) hacia los detalles folcloristas que mostraron la imagen exótica de un sitio que conoce la alegría más escandalosa, aquella que provoca murmullos, algarabías, ritmos estridentes, y al mismo tiempo, todas las posibilidades o conductas culturales que denotan en lo pictórico: unos y otros, que ya entonces comenzaban a ser mezclados o aglutinados; como la antropología exige que se digan las cosas que son nuevas y no simples sincretismos. Somoza es hija de esta herencia y de las vanguardias cubanas. Estas vanguardias que desde 1929, con la figura de Víctor Manuel arrancarían del imaginario visual cubano «negritos y carnavales» para distinguir una especie de mujer isleña que podía habitar en cualquier geografía del continente americano.

Analvis agrega iconografía occidental y no occidental a su controlada imagen mágica, una pintura que recuerda la forma de hacer surrealismo en Latinoamérica, donde lo onírico es un mundo de apariciones y no de sueños recurrentes, como lo hacía Leonora Carrington o Remedios Varo: barcos-casas, muertos-vivientes, gemelos-Ibeyis, llaves-luz sobre bases: mesas, muros, huevos o barquitos de papel; a modo de naturalezas muertas. Así como Cézanne cambió la forma de mostrar los objetos para darnos todo lo que el objeto es: forma y contenido. 

¿Acaso su niña perlada en el malecón es la misma de Vermeer? A decir de iconólogos contemporáneos, como Thomas Mitchell, cada artista posee un sistema personal, historiadoras del arte como Rosalind Krauss mencionan a la etiología que busca el fondo de los síntomas para descubrir la enfermedad, es decir, aquello que no está a simple vista pero en algún sitio forma parte de la imagen visual o física que aparece. Del mismo modo, la iconología domina el arte detectivesco de encontrar los fragmentos, huellas o rastros que transforman los contenidos en la construcción de imágenes, así es como el médico Cesar Lorenzano describe la historia de las imágenes invisibles: se ve lo que se sabe que se ve. De esta forma, Somoza construye imágenes como imaginarios habaneros, que no solo son la experiencia vivida: infantil o adulta; sino el modo en que pernocta «la tierra prometida».

Dígase entonces que sus gemelos (Los dandys gemelos), que en Cuba son también jimaguas, viajan todos los posibles trayectos trasatlánticos que se inmiscuyen en las prácticas mágico-religiosas de la isla como iconos y pensamiento. El practicante de religiones afrocubanas se sabe extendido en todas las cosas del mundo por ese ser doble; que no es él mismo,  solo se le parece. Este trabajo sobre gemelidad se expresa en su trabajo como: migración (en ambos lados al mismo tiempo). Sabemos ahora que esta pintora habanera se encuentra desarraigada  y habita frente al mar miamense, que no será nunca el mismo. Todos los que emigran de ese archipiélago dejan el otro, el doble, el gemelo, el jimagua, el ser extendido en un sitio que no solo ve el que sabe lo que ve, parafraseando a Lorenzano.

Cuando historiadores del arte cubanos describieron desde los años cuarenta del siglo pasado los motivos e iconos que componían la temática afrocubana en la pintura; se les olvidó que esa nomenclatura obtendría otras formas y que en el catálogo iconográfico, estaríamos frente a un caso insólito en la historia del arte cuando hablamos de temáticas, ya que la descripción de esas formas tienden a ser inamovibles, en cambio, es la temática afrocubana una excepción, de ahí que, los tambores, íconos recurrentes en este trabajo de la imagen afro, también podían transitar hacia tumbadoras, que aparecían desde el siglo XIX como imagen insular, pero no como una iconografía particular. Analvis sabe que eso es cubanía como lo es la rumba, y no hay rumba sin gentío. 

También usa la luna (Llave de luz), un icono que transita por casi todas las culturas: protección divina, crecimiento y renacimiento (Islam), Coyolxauhqui, la diosa lunar, oscura, húmeda, amorosa y suave (mexicas), la cazadora de noche llamada Diana (romanos) y Mposi, un astro femenino y ligado al embarazo en el Palo Mayombe (la práctica mágico-religiosa cubana más antigua, ubicada desde el siglo XVI). La luna de Somoza es el habitáculo de sus ancestros. También percibe el renacer y ubica al huevo en (Yo soy el Yo), otra iconografía recurrente en la construcción de imágenes universales; que se asocia con frecuencia a la fertilidad y al nacimiento. El huevo además ha sido reflejo de un mundo paralelo. Los etruscos construían sus famosas tumbas de huevo a la par de ciudades de muertos, con casas idénticas a las de las ciudades de vivos. El huevo es en el ritual afrocubano un elemento asociado con la purificación. La limpieza o la purga son estados transitorios entre una vida y otra, un vivir con horror y un camino más limpio, es por ello que el huevo blanquísimo y delicado del pincel de Analvis es una suerte de nave marítima, un intento de viaje, un viaje que no es solo físico. 

La pintura cubana contemporánea tiene que hablar de otras cosas que no estaban constituidas en la pintura moderna cubana por la necesidad del trayecto. Los caminos transitorios en el que más de seis décadas ha deconstruido su transculturalidad; permanece en constante metamorfosis. La misión de este tipo de constructores de imágenes es rescatar fragmentos que acompañan a otros, sin yuxtaponerlos ni subordinarlos. La contradicción de iconos en la imagen posmoderna cubana es el sentido lógico de un ir y venir, del que Analvis es una compañía ideal, ya que no solo se apropia de lo que sabe sino de lo que teme perder. La mejor forma de atrapar iconos transculturados es en las artes visuales. •

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